Yugoslavia en Santa Fe, la revolución silenciosa de los años 70
Todor Veselinović y Vladimir Popović llegaron a Colombia en la segunda mitad del siglo XX para cimentar la base de toda una generación de futbolistas. La historia de la influencia de sus ideas en nuestro estilo. “¿A qué jugamos?”, nueva entrega.
Fernando Camilo Garzón
Parecía mentira. En la FIFA no creían que Dragoslav Sekularac, el Pelé Blanco, la figura que había llevado a Yugoslavia al cuarto lugar del Mundial de Chile en 1962, y al subcampeonato europeo en el 60, jugaría en el hexagonal del Olaya, un torneo de fútbol aficionado en Bogotá. La cancha, un lote de tierra y barro, era un potrero con líneas de campo apenas demarcadas por las comunidades de los barrios Olaya y Centenario, en donde ni siquiera regían las reglas oficiales del balompié. La FIFA advirtió: Sekularac podía jugar con el equipo Fotorres en la Copa Amistad del Sur, pero en el Olaya tenían que aplicar el reglamento oficial.
Mire el especial⚽: ¿A qué jugamos? Identidad e historia del fútbol colombiano
Del ícono, de la figura de Sekularac jugando en las calles de la localidad Rafael Uribe Uribe, parte esta historia de los balcánicos en Bogotá, una escuela que forjó a los futbolistas colombianos de la década del 70, los cimientos de las generaciones que mostraron el fútbol colombiano al mundo en los años venideros.
¿Cómo terminó el Pelé Blanco jugando en el Olaya? Todo empezó en Chile 62, el primer Mundial de nuestra historia.
Mire más de este especial: Los primeros héroes del fútbol colombiano y el mito de la identidad
Yugoslavia en Colombia
“El 5-0 con el que nos ganó Yugoslavia en el 62 nos marcó porque influyó en las selecciones que vinieron después. Nunca pudimos olvidar ese resultado. Habíamos hecho la hazaña, empatamos 4-4 con los soviéticos y eso nos mareó. En ese partido, los yugoslavos nos devolvieron a la realidad”, recordó en conversación con este diario el historiador Guillermo Ruiz.
De la memoria de ese juego se desprenden dos nombres fundamentales: Vladimir Popovic y Dragoslav Sekularac, dos de los pilares de la selección yugoslava que llegó hasta las semifinales de la Copa del Mundo, contra la Checoslovaquia de Josef Masopust, y que, casi diez años después, arribaron a Colombia con una nueva idea de juego.
Eran los años 60, Yugoslavia era potencia en Europa y la llamaban la “Reina de las goleadas”. Fundadores de la Eurocopa en 1960, los balcánicos, comandados por las ideas del pionero Aleksandar Tirnanic, perdieron la final contra la Unión Soviética en la edición inaugural del torneo. Sin embargo, en el recorrido del campeonato, sus partidos, que no bajaban de los cuatro tantos por encuentro, y su estilo físico y ofensivo, con mucho despliegue de sus futbolistas por todas las zonas del campo, marcaron el inicio de una escuela europea fundamentada en el poderío de la preparación atlética. Era un equipo asfixiante que se valía de estrellas como Sekularac, Milan Galic, Vladimir Durkovic y Bora Kostic para ejercer superioridad.
Más de este especial: Gabriel Ochoa Uribe abrió el camino para los técnicos colombianos
Su método los mostró al mundo y les permitió competir, pero nunca ganaron un título oficial. Antes, en 1958, los yugoslavos con Tirnanic ya habían dejado sensaciones revolucionarias en las canchas suecas y más tarde, en la Eurocopa de 1968, nuevamente rozarían la gloria con un nuevo subcampeonato cuando perdieron contra Italia.
Fue un año más tarde, en el 69, cuando la primera figura fundamental de los yugoslavos en Colombia llegó al país: Todor Toza Veselinovic, pupilo del entrenador que revolucionó el fútbol en la república socialista de los Balcanes. Con el bagaje de los años dorados de su país en Europa, Sekularac, traído a Colombia por su consejo, y una metodología inédita de entrenamiento, el oriundo de Serbia fue contratado por Independiente Santa Fe para dirigir en el campeonato colombiano.
Eran las épocas fulgurantes del clásico de antaño. Millonarios y Deportivo Cali se repartían los títulos de la liga. No obstante, Santa Fe, con sus títulos en el 60 y el 66, marcó un contrapeso importante al poderío de embajadores y azucareros.
No se pierda, de este especial: Cali vs. Millonarios: recuerdos del clásico añejo del fútbol colombiano
La idea de Veselinovic no cuajó de inmediato. En el 69, el león terminó séptimo y no pudo pelear la final. Sin embargo, en el 70, empezó a verse la mano de Toza. Santa Fe terminó la fase regular primero, aunque perdió en las finales contra Cali, que sumó su cuarta estrella.
En el 71, los leones dominaron el campeonato colombiano. Y en el expreso rojo se podían ver los rasgos de las selecciones yugoslavas, que asombraron al mundo en la década anterior. El equipo, con su ritmo físico, apabullaba a los demás. La ofensiva era de escándalo. Ese año los cardenales lograron la marca de 103 goles gracias a un ataque de ensueño conformado, entre otros, por Alfonso Cañón, Walter Sosa, Víctor Campaz, Ernesto Díaz, Pedro Alzate y Sekularac, que, como él mismo decía, no hacía goles, pero era la cabeza pensante detrás del equipo.
Toza le dio a Santa Fe el toque yugoslavo que pretendía su dirigencia. Sin embargo, como otro rasgo característico de esta escuela, sembró y no recogió los frutos. Veselinovic les dio la identidad a los cardenales, pero se fue a dirigir a la selección de Colombia antes de conseguir el título. En su reemplazo llegó una de las figuras del recordado 5-0 del 62: Vladimir Popovic, el entrenador que le dio a Santa Fe su quinta estrella y que, en el 74, casi repite título con Deportivo Cali.
El colectivo y la fuerza física
Una de las principales características para entender la ideología yugoslava parte de la idea del colectivo. Era una consigna de Estado de la extinta nación de la península balcánica. Una política pública en la que primaba la formación deportiva de conjunto antes que la individual. De ahí, el poderío yugoslavo en el siglo XX en otros deportes grupales, además del fútbol, como el baloncesto. No es casual la generación dorada de su selección entre los años 80 y los 90.
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Colombia que, en cambio, tiene una lógica totalmente opuesta en su formación deportiva, encontró en las ideas de Veselinovic y Popovic una revolución silenciosa, de pocos títulos y una influencia profunda. La idea se formaba desde la preparación de los futbolistas. Ambos entrenadores pensaban en el conjunto para poder explotar las cualidades individuales y superar a los adversarios. La preparación física del colectivo era fundamental. Así se lo explicó el periodista Hernán Peláez a El Espectador.
“Toza y Popovic fueron los símbolos del grupo de yugoslavos que vino a Colombia. Eran más estudiosos y preparadores físicos que entrenadores. Llegaron a Bogotá y partieron de una premisa que fue bien cumplida. Dijeron: ¿qué altura tiene Bogotá? Que tiene dos mil seiscientos metros. Entonces: todo jugador que viva, entrene y juegue en Bogotá no puede, físicamente, ser superado por uno que venga de nivel del mar o de mil y pico de metros. Los equipos de Toza y Popovic eran exuberantes desde lo físico”.
Ni Veselinovic ni Popovic se fueron hinchados de campeonatos de Colombia. Además de la estrella de Popovic en el 71, Toza logró clasificar a la selección nacional a los Olímpicos de Múnich en 1972. La deuda principal, que marcó a toda esa generación, fue no ir al Mundial de Alemania en 1974.
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Sin embargo, más allá de los títulos, queda claro que esta escuela europea en Santa Fe nutrió al fútbol nacional de enseñanzas hasta ese entonces inéditas. Dijo Gabriel Ochoa Uribe, nuestro revolucionario del balompié en esos años, que el mayor rival que enfrentó en su carrera fue Popovic. Y dicen quienes vieron a los equipos de esa época, que pocos futbolistas en Colombia han jugado al fútbol como Dragoslav Sekularac, el Pelé Blanco que Toza Veselinovic trajo para revolucionar Santa Fe y terminó jugando en la barriada bogotana, con los vecinos del Olaya.
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Parecía mentira. En la FIFA no creían que Dragoslav Sekularac, el Pelé Blanco, la figura que había llevado a Yugoslavia al cuarto lugar del Mundial de Chile en 1962, y al subcampeonato europeo en el 60, jugaría en el hexagonal del Olaya, un torneo de fútbol aficionado en Bogotá. La cancha, un lote de tierra y barro, era un potrero con líneas de campo apenas demarcadas por las comunidades de los barrios Olaya y Centenario, en donde ni siquiera regían las reglas oficiales del balompié. La FIFA advirtió: Sekularac podía jugar con el equipo Fotorres en la Copa Amistad del Sur, pero en el Olaya tenían que aplicar el reglamento oficial.
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Del ícono, de la figura de Sekularac jugando en las calles de la localidad Rafael Uribe Uribe, parte esta historia de los balcánicos en Bogotá, una escuela que forjó a los futbolistas colombianos de la década del 70, los cimientos de las generaciones que mostraron el fútbol colombiano al mundo en los años venideros.
¿Cómo terminó el Pelé Blanco jugando en el Olaya? Todo empezó en Chile 62, el primer Mundial de nuestra historia.
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Yugoslavia en Colombia
“El 5-0 con el que nos ganó Yugoslavia en el 62 nos marcó porque influyó en las selecciones que vinieron después. Nunca pudimos olvidar ese resultado. Habíamos hecho la hazaña, empatamos 4-4 con los soviéticos y eso nos mareó. En ese partido, los yugoslavos nos devolvieron a la realidad”, recordó en conversación con este diario el historiador Guillermo Ruiz.
De la memoria de ese juego se desprenden dos nombres fundamentales: Vladimir Popovic y Dragoslav Sekularac, dos de los pilares de la selección yugoslava que llegó hasta las semifinales de la Copa del Mundo, contra la Checoslovaquia de Josef Masopust, y que, casi diez años después, arribaron a Colombia con una nueva idea de juego.
Eran los años 60, Yugoslavia era potencia en Europa y la llamaban la “Reina de las goleadas”. Fundadores de la Eurocopa en 1960, los balcánicos, comandados por las ideas del pionero Aleksandar Tirnanic, perdieron la final contra la Unión Soviética en la edición inaugural del torneo. Sin embargo, en el recorrido del campeonato, sus partidos, que no bajaban de los cuatro tantos por encuentro, y su estilo físico y ofensivo, con mucho despliegue de sus futbolistas por todas las zonas del campo, marcaron el inicio de una escuela europea fundamentada en el poderío de la preparación atlética. Era un equipo asfixiante que se valía de estrellas como Sekularac, Milan Galic, Vladimir Durkovic y Bora Kostic para ejercer superioridad.
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Su método los mostró al mundo y les permitió competir, pero nunca ganaron un título oficial. Antes, en 1958, los yugoslavos con Tirnanic ya habían dejado sensaciones revolucionarias en las canchas suecas y más tarde, en la Eurocopa de 1968, nuevamente rozarían la gloria con un nuevo subcampeonato cuando perdieron contra Italia.
Fue un año más tarde, en el 69, cuando la primera figura fundamental de los yugoslavos en Colombia llegó al país: Todor Toza Veselinovic, pupilo del entrenador que revolucionó el fútbol en la república socialista de los Balcanes. Con el bagaje de los años dorados de su país en Europa, Sekularac, traído a Colombia por su consejo, y una metodología inédita de entrenamiento, el oriundo de Serbia fue contratado por Independiente Santa Fe para dirigir en el campeonato colombiano.
Eran las épocas fulgurantes del clásico de antaño. Millonarios y Deportivo Cali se repartían los títulos de la liga. No obstante, Santa Fe, con sus títulos en el 60 y el 66, marcó un contrapeso importante al poderío de embajadores y azucareros.
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La idea de Veselinovic no cuajó de inmediato. En el 69, el león terminó séptimo y no pudo pelear la final. Sin embargo, en el 70, empezó a verse la mano de Toza. Santa Fe terminó la fase regular primero, aunque perdió en las finales contra Cali, que sumó su cuarta estrella.
En el 71, los leones dominaron el campeonato colombiano. Y en el expreso rojo se podían ver los rasgos de las selecciones yugoslavas, que asombraron al mundo en la década anterior. El equipo, con su ritmo físico, apabullaba a los demás. La ofensiva era de escándalo. Ese año los cardenales lograron la marca de 103 goles gracias a un ataque de ensueño conformado, entre otros, por Alfonso Cañón, Walter Sosa, Víctor Campaz, Ernesto Díaz, Pedro Alzate y Sekularac, que, como él mismo decía, no hacía goles, pero era la cabeza pensante detrás del equipo.
Toza le dio a Santa Fe el toque yugoslavo que pretendía su dirigencia. Sin embargo, como otro rasgo característico de esta escuela, sembró y no recogió los frutos. Veselinovic les dio la identidad a los cardenales, pero se fue a dirigir a la selección de Colombia antes de conseguir el título. En su reemplazo llegó una de las figuras del recordado 5-0 del 62: Vladimir Popovic, el entrenador que le dio a Santa Fe su quinta estrella y que, en el 74, casi repite título con Deportivo Cali.
El colectivo y la fuerza física
Una de las principales características para entender la ideología yugoslava parte de la idea del colectivo. Era una consigna de Estado de la extinta nación de la península balcánica. Una política pública en la que primaba la formación deportiva de conjunto antes que la individual. De ahí, el poderío yugoslavo en el siglo XX en otros deportes grupales, además del fútbol, como el baloncesto. No es casual la generación dorada de su selección entre los años 80 y los 90.
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Colombia que, en cambio, tiene una lógica totalmente opuesta en su formación deportiva, encontró en las ideas de Veselinovic y Popovic una revolución silenciosa, de pocos títulos y una influencia profunda. La idea se formaba desde la preparación de los futbolistas. Ambos entrenadores pensaban en el conjunto para poder explotar las cualidades individuales y superar a los adversarios. La preparación física del colectivo era fundamental. Así se lo explicó el periodista Hernán Peláez a El Espectador.
“Toza y Popovic fueron los símbolos del grupo de yugoslavos que vino a Colombia. Eran más estudiosos y preparadores físicos que entrenadores. Llegaron a Bogotá y partieron de una premisa que fue bien cumplida. Dijeron: ¿qué altura tiene Bogotá? Que tiene dos mil seiscientos metros. Entonces: todo jugador que viva, entrene y juegue en Bogotá no puede, físicamente, ser superado por uno que venga de nivel del mar o de mil y pico de metros. Los equipos de Toza y Popovic eran exuberantes desde lo físico”.
Ni Veselinovic ni Popovic se fueron hinchados de campeonatos de Colombia. Además de la estrella de Popovic en el 71, Toza logró clasificar a la selección nacional a los Olímpicos de Múnich en 1972. La deuda principal, que marcó a toda esa generación, fue no ir al Mundial de Alemania en 1974.
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Sin embargo, más allá de los títulos, queda claro que esta escuela europea en Santa Fe nutrió al fútbol nacional de enseñanzas hasta ese entonces inéditas. Dijo Gabriel Ochoa Uribe, nuestro revolucionario del balompié en esos años, que el mayor rival que enfrentó en su carrera fue Popovic. Y dicen quienes vieron a los equipos de esa época, que pocos futbolistas en Colombia han jugado al fútbol como Dragoslav Sekularac, el Pelé Blanco que Toza Veselinovic trajo para revolucionar Santa Fe y terminó jugando en la barriada bogotana, con los vecinos del Olaya.
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