Las travesuras de Wilson Gutiérrez
Acontecimientos de la infancia del entrenador que el 15 de julio de 2012 alcanzó el título más emocionante de la historia de Santa Fe. Un hombre al que lo invade la incertidumbre, porque no sabe si podrá regresar a El Salvador a continuar con el proyecto que lideraba antes de la pandemia.
Wilson Jaime Gutiérrez Cardona nació el 5 de mayo de 1971 y creció en el barrio Pontevedra de Bogotá con el señalamiento de “consentido”, pues fue el menor. Era mimado por un hermano y dos hermanas, además de su mamá y de su papá, clave en su existencia, porque le inculcó el amor por la pelota y por Santa Fe. Con ese hermoso juguete se la pasaba en las calles cerca de casa jugando con sus amigos. Rompían tejas, vidrios y no pocas veces los vecinos tocaban a la puerta de su hogar y les contaban a sus padres las travesuras.
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“Tuve una infancia muy feliz, con prácticamente todo: fui afortunado y bendecido. No era un santo, era pícaro. Me la pasaba en la calle y, además de los daños que causaba con el balón, me gustaba subir muros. En casa siempre había quejas por mi culpa. En ocasiones trataban de no dejarme salir, porque llegaba del colegio directo a jugar. Echaban llave, pero me salía por una ventana o por donde pudiera”, le relató Gutiérrez a El Espectador.
El niño se fue convirtiendo en adolescente y la seriedad fue apareciendo, sobre todo en el aspecto futbolístico. Su padre lo llevó a los diez años a unas pruebas que realizó Independiente Santa Fe en el club que tenía una desaparecida empresa de telecomunicaciones, en lo que hoy es la calle 114 con avenida Suba. Le bastaron 15 minutos para superarlas y quedarse en el equipo albirrojo, ese que iba a observar al estadio El Campín en modo hincha.
Cuando Wilson cursaba el grado noveno, solo pensaba en el balompié y en compartir su tiempo con la gente del barrio, por lo que perdió el año escolar. “Fue por pura vagancia. Estaba la moda de tener moto y uno de mis amigos tenía una Fz50. Me la pasaba todo el tiempo en la calle con ellos y aparte ya estaba en las divisiones menores de Santa Fe, entonces entrenaba casi todos los días y los fines de semana tenía partido”.
(Francisco Maturana: “A la selección Colombia procuro no verla”)
Justamente al llegar a casa tras un partido vio a su mamá llorando. Ella había ido a recoger las malas calificaciones de su hijo. “Me regañaron y el castigo fue muy corto. Seguí adelante y obviamente no volvió a pasar”, agregó el hombre que luego debutó en El Cóndor, un club que era la filial de Santa Fe en la segunda división. Retornó a su amado León y después de una carrera en la que también pasó por Atlético Huila y La Equidad, se retiró en 2005.
En 2011, César Pastrana, entonces presidente de Santa Fe, le dio la confianza de asumir la dirección técnica y él guió a un plantel que consiguió la séptima estrella, el título más emocionante en la historia del club, tras 37 años sin consagraciones en la máxima categoría del fútbol colombiano. El 15 de julio de 2012 se convirtió en eterno en la vida gloriosa del equipo cardenal y le brindó una inmensa alegría a su familia, en especial a su viejo. Por eso, retornar al Expreso es su sueño.
“No solo era quedar campeón, era hacerlo con el equipo de toda la vida, uno por el que pasaron grandísimos jugadores y entrenadores, y no lo habían podido conseguir. Dios me puso al frente para alcanzar esa estrella que quedará para siempre en nuestros adentros. Creo que hice las cosas bien, de corazón y de manera sincera. No me arrepiento de haber salido, era un momento en el que se necesitaba, pero obviamente deseo regresar y volver a ganar”, profundizó un Gutiérrez al que lo invade la incertidumbre porque la pandemia lo tomó en El Salvador dirigiendo al Alianza y ahora no sabe si podrá seguir con su labor allí.
El 26 de mayo pudo viajar a Colombia en un vuelo humanitario, después de buscarlo dos meses, para pasar la cuarentena con su esposa e hijos. “Allá, como aquí y en casi todo el mundo, el tema del virus es cada vez más complejo. El torneo lo dieron por terminado el 20 de marzo y el plan de la Federación es comenzar de nuevo el 5 de septiembre, para lo cual deberíamos estar en El Salvador comenzando agosto para realizar toda la planificación, y en estos momentos es imposible porque los aeropuertos se encuentran cerrados. Tengo un arreglo con los directivos, pero la situación está complicada”, concluyó Wilson Gutiérrez, un pícaro que inundó de felicidad a las almas santafereñas.
Wilson Jaime Gutiérrez Cardona nació el 5 de mayo de 1971 y creció en el barrio Pontevedra de Bogotá con el señalamiento de “consentido”, pues fue el menor. Era mimado por un hermano y dos hermanas, además de su mamá y de su papá, clave en su existencia, porque le inculcó el amor por la pelota y por Santa Fe. Con ese hermoso juguete se la pasaba en las calles cerca de casa jugando con sus amigos. Rompían tejas, vidrios y no pocas veces los vecinos tocaban a la puerta de su hogar y les contaban a sus padres las travesuras.
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“Tuve una infancia muy feliz, con prácticamente todo: fui afortunado y bendecido. No era un santo, era pícaro. Me la pasaba en la calle y, además de los daños que causaba con el balón, me gustaba subir muros. En casa siempre había quejas por mi culpa. En ocasiones trataban de no dejarme salir, porque llegaba del colegio directo a jugar. Echaban llave, pero me salía por una ventana o por donde pudiera”, le relató Gutiérrez a El Espectador.
El niño se fue convirtiendo en adolescente y la seriedad fue apareciendo, sobre todo en el aspecto futbolístico. Su padre lo llevó a los diez años a unas pruebas que realizó Independiente Santa Fe en el club que tenía una desaparecida empresa de telecomunicaciones, en lo que hoy es la calle 114 con avenida Suba. Le bastaron 15 minutos para superarlas y quedarse en el equipo albirrojo, ese que iba a observar al estadio El Campín en modo hincha.
Cuando Wilson cursaba el grado noveno, solo pensaba en el balompié y en compartir su tiempo con la gente del barrio, por lo que perdió el año escolar. “Fue por pura vagancia. Estaba la moda de tener moto y uno de mis amigos tenía una Fz50. Me la pasaba todo el tiempo en la calle con ellos y aparte ya estaba en las divisiones menores de Santa Fe, entonces entrenaba casi todos los días y los fines de semana tenía partido”.
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Justamente al llegar a casa tras un partido vio a su mamá llorando. Ella había ido a recoger las malas calificaciones de su hijo. “Me regañaron y el castigo fue muy corto. Seguí adelante y obviamente no volvió a pasar”, agregó el hombre que luego debutó en El Cóndor, un club que era la filial de Santa Fe en la segunda división. Retornó a su amado León y después de una carrera en la que también pasó por Atlético Huila y La Equidad, se retiró en 2005.
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“No solo era quedar campeón, era hacerlo con el equipo de toda la vida, uno por el que pasaron grandísimos jugadores y entrenadores, y no lo habían podido conseguir. Dios me puso al frente para alcanzar esa estrella que quedará para siempre en nuestros adentros. Creo que hice las cosas bien, de corazón y de manera sincera. No me arrepiento de haber salido, era un momento en el que se necesitaba, pero obviamente deseo regresar y volver a ganar”, profundizó un Gutiérrez al que lo invade la incertidumbre porque la pandemia lo tomó en El Salvador dirigiendo al Alianza y ahora no sabe si podrá seguir con su labor allí.
El 26 de mayo pudo viajar a Colombia en un vuelo humanitario, después de buscarlo dos meses, para pasar la cuarentena con su esposa e hijos. “Allá, como aquí y en casi todo el mundo, el tema del virus es cada vez más complejo. El torneo lo dieron por terminado el 20 de marzo y el plan de la Federación es comenzar de nuevo el 5 de septiembre, para lo cual deberíamos estar en El Salvador comenzando agosto para realizar toda la planificación, y en estos momentos es imposible porque los aeropuertos se encuentran cerrados. Tengo un arreglo con los directivos, pero la situación está complicada”, concluyó Wilson Gutiérrez, un pícaro que inundó de felicidad a las almas santafereñas.