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La última vez que había visto coronarse campeón a Santa Fe casi me mato. Fue en 1975, en Medellín. Viajé por tierra con mi hijo, quien para la fecha tenía apenas cinco años de edad y sospecho que ese día comenzó su amor por el equipo. Había un invierno tenaz y nos encontramos con un derrumbe en la vía que nos pegó tremendo susto. Llegamos tarde, sufrimos, celebramos.
Tres años antes había estado también en el partido del título en Cali, contra Nacional. Como perdimos en Medellín y ganamos en Bogotá se hizo un tercer juego para desempatar en una plaza neutral y hasta allá llegué. Vencíamos 2-0 con goles de Miguel Ángel Arce. Luego los verdes empataron y yo me salí a un corredor de la tribuna porque no soportaba la angustia y allí escuché que el estadio gritó otro gol. “Maldita sea, nos ganaron”, me dije sin saber que Pedrito Alzate metía el tercero y nos daba el pentacampeonato.
Como hace 34 años, el miércoles pasado me dirigí en compañía de mi hijo para ver de nuevo al equipo en una final. Delegué todas mis funciones como director del Noticiero CM& y llegamos a las 8:16 p.m. para ver el partido contra Pasto. Nunca olvidaré la emoción de esas 40 mil personas, entre las cuales no había 1.000 del equipo visitante. Otra vez sufrimos, porque los hinchas de Santa Fe nacimos para sufrir, pero ganamos 2-1, empatamos la serie y el título de la Copa Colombia llegó por la vía de los penales. Terminado el partido, los que estábamos en el palco local bajamos a acompañar al presidente Armando Farfán y al equipo a recibir la Copa. Juan Andrés Carreño, mi hijo y yo, fuimos también al camerino a buscar al técnico Germán González.
Terminamos rezando, dando gracias a Dios, abrazados como si en vez de hinchas fuéramos un equipo de fútbol. Yo quería felicitar a Basílico, pero los periodistas no lo habían dejado salir de la gramilla, adonde fui y lo abracé. Lloré.
No quiero decir nada más porque es mal agüero. Sólo sé que estoy soñando. Y este año he tenido tres sueños: uno fue ganar la Copa Colombia y otro, que eliminaran a Millonarios. Ahora sólo espero que se me cumpla el tercero.
Y apelo a la sabiduría analítica de un comentarista argentino que sabe (como casi todos los argentinos) de fútbol. Él escribió hace unos años una página que permanece entre mis papales y a la que recurro con frecuencia: “Uno no simpatiza con su club: lo ama. Se trata, además, de un amor lozano, que sobrevive a toda contingencia y nunca se marchita”. En el caso de Santa Fe no hay duda de que ambos conceptos se cumplen: sus miles de hinchas lo miman como un niño bello y bueno, al que llaman “Santafecito lindo”.
Permítanme entonces recurrir también al formidable Ryszard Kapuscinski, quien en la introducción de su libro La guerra del fútbol, utilizó como prólogo una oración de Kog, el jefe de la de la tribu de los grikuas, antes de la batalla contra las africaners en 1876. -Es el ruego que elevamos para el juego de esta tarde frente al Huila en El Campín-:
“OH DIOS, Mañana volveremos a librar una batalla que será realmente grande. Necesitamos tu ayuda, más que nada en el mundo. Y por eso debo decirte: la batalla de mañana será dura e implacable. Habrá en ella lugar para los niños, pero te suplico: no nos envíes a tu hijo: ven tú en persona en nuestra ayuda”.
Como ven, estoy absolutamente impregnado del misticismo de ‘Basílico’. A él le dedicamos nuestro triunfo de hoy. ¡Se lo merece!