Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Mi papá al principio se enojaba cuando yo jugaba. Teníamos un patio bastante amplio, y ahí tenía siembra de yuca y tenía sembrados unos palos de robles, tenía bastantes. Una vez le dañé unos, los corté para hacer mi cancha y se molestó”, dijo Wilfrido de la Rosa al volver a las memorias de su infancia, esas que por los artilugios de la vida se transforman también en la base de los principios que nos rigen y explican gran parte de nuestra ética y nuestro comportamiento.
(Aquí, toda la información deportiva)
Wilfrido nació en Algarrobo, un municipio del departamento de Magdalena, muy cercano a Santa Marta. Allí creció y empezó su historia con el fútbol. Antonio, Wílmer y Víctor son sus hermanos, y fueron ellos y sus jornadas interminables de goles, gambetas y polvo, levantado por las carreras y los remates, los que lo inspiraron para jugar y soñar con ser profesional. “Mis hermanos jugaban allá, yo los veía y eso me llamó la atención. Metían muchos goles y se ganaron el respeto del pueblo, y yo quería ganarlo también. Empecé a jugar serio a los ocho años, no fallaba a entrenamientos, me acostaba temprano. Desde ahí se creó ese sueño”.
Detrás hay un eslabón. Para que los hermanos y él se dedicaran al fútbol, primero tuvieron que ver a su tío, que también se llama Wilfrido de la Rosa: “Era el que mejor jugaba. A mi papá nunca le gustó practicarlo, nunca disputó un partido. Las únicas veces que lo vi patear un balón era cuando me acompañaba en el patio de la casa”.
Algarrobo Fútbol Club y Blanco y Negro fueron sus primeros equipos, los que le dieron los cimientos para avanzar e hicieron posible su paso a Tolima, equipo con el que jugó en las inferiores y con el que ganó un campeonato nacional sub-20 antes de alcanzar su primer título profesional con la misma institución, en 2014, cuando le ganaron a Santa Fe la Copa Colombia, bajo el mando de Alberto Gamero, hoy técnico de Millonarios.
De la Rosa estuvo en Tolima hasta 2016, de ahí pasó al Pasto, donde jugó un año antes de irse a Envigado hasta 2019, año en el que volvió al cuadro nariñense. Allí tuvo su segunda oportunidad, pero no continuidad y en 2020, el año de la pandemia, pasó a Pereira, equipo con el que vivió el ascenso y donde ahora está siendo protagonista luego de un primer semestre de irregular desempeño.
“A los profes les aprendí a tener tranquilidad. Eduardo Lara me dijo muchas veces que los únicos que van a estar en los buenos y malos momentos son los de la familia, y eso fue algo que me quedó. Y me cuesta analizar mi vida, con sus altibajos, sin ellos. En Pereira, a principio de año pasé, un momento difícil. A la hinchada no le gustaba mi trabajo y tuve un inconveniente con un aficionado cuando me golpearon el carro. Me querían hacer sentir mal, pero siempre tuve a mi familia. Y en estos momentos de euforia, con un momento bonito y una afición que valora mi trabajo, me sigo encerrando con mi familia. Estar con ellos, y que ellos puedan disfrutar, me tranquiliza porque se lo merecen”.
Este semestre, Pereira es una de las revelaciones del fútbol colombiano, pues no solo se salvó del descenso, sino que está quinto en la tabla y muy cerca de clasificar a los cuadrangulares semifinales de la Liga BetPlay y, además, disputará este miércoles el partido de ida de la final de la Copa contra Nacional, una posibilidad de hacer historia y darle el primer título al cuadro risaraldense, además de conseguir un cupo para torneo internacional en la temporada 2022.
Sobre ese presente, el delantero, que se caracteriza por ser un jugador veloz, hábil y muy aguerrido, cuenta que la clave está en la unión que sembró Alexis Márquez, director técnico del cuadro matecaña.
“El trabajo inicialmente con el profe Alexis fue unir al grupo. De pronto era un equipo que estaba disperso, pero él supo acercarnos a todos para que nos sintiéramos competentes y con ganas de participar, que sin importar si éramos titulares o suplentes pudiéramos entrenar de la mejor manera. El grupo está muy unido. A todos nos duele lo que le pasa al compañero, eso es lo que nos ha ayudado y motivado para dejarlo todo en cada partido, para darlo todo en nombre de las familias de cada uno y de los demás”.
Antonio Joaquín de la Rosa, su papá, falleció en 2015. Uno de los hijos de Wilfrido se llama como su abuelo, el otro se llama Víctor Rafael. Y además de esa forma de honrarlo, el delantero algarrobero reconoce que “él se fue muy orgulloso de mí porque alcanzó a verme campeón con Tolima en 2014 y me vio quedar campeón con la sub-20. Me vio cumplir mi sueño y se fue feliz, orgulloso del hijo que tuvo”.
Toda su trayectoria y este enorme paréntesis para volver al inicio de este relato, donde está una de las promesas más importantes, la que impulsó el sueño de ser futbolista y determinó la convicción de ser el goleador que de pequeño anotaba en los arcos de los palos de robles y ahora los hace en canchas profesionales: “Yo, en mi inocencia de niño, le dije: ‘Tranquilo, papi, cuando sea profesional se los voy a pagar todos. Ahí se le pasó la rabia y se echó a reír, y cuando pude ganar mi primer sueldo como futbolista le pagué los árboles que le dañé en la infancia y entonces volvió a reírse”.