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Los hinchas del Barcelona, tras dos o tres años de fútbol-espanto, han vuelto en el último mes a hacer algo que ya casi habían olvidado: disfrutar de su equipo. Han vuelto a sonreír al ver al Barça. A emocionarse con su juego colectivo y sus goles. A ilusionarse con un título.
Ronald Koeman, que asumió el reto de su vida y vino a hacer lo imposible, le ha dado la vuelta a la temporada. El entrenador holandés llegó al club en agosto y se encontró con un escenario catastrófico: un gigante hundido y en crisis, un conflicto interno llameante, una hinchada deprimida y maltratada. Un presidente perverso al borde de la dimisión y un Messi que quería, por encima de todo, salir del club y jugar donde fuera, pero lejos de Catalunya.
Algo más de seis meses después, el Barça es segundo en La Liga, tres puntos detrás del Atlético y dos delante del Madrid, y juega el mejor fútbol de los tres. Además lleva un envión anímico que parece ponerlo en ventaja de cara a la pelea por el campeonato. También es finalista de la Copa del Rey, que podrá ser la Copa del Rey, pero sigue siendo un título.
La única mancha, claro está, grande, imborrable, es la derrota contra el PSG, que significó un capitulo más de una trágica novela de decepción y miseria en la Champions. Fue un golpe frío para el club y los hinchas, cada vez más acostumbrados, más insensibles, a perder así. Pero desde entonces ha crecido el equipo, ha mejorado inequívocamente, remontándole en Copa al Sevilla, pasándole por encima al propio PSG en París, y dejando en la goleada frente a la Real Sociedad de hace diez días el mejor partido de la temporada.
El nuevo sistema que encontró Koeman —un 3-5-2 con Messi y Dembélé arriba— le ha permitido al equipo conseguir resultados a través de buen fútbol. Al Barça le tomó tiempo llegar a este nivel, y es lógico. Un entrenador nuevo siempre necesita tiempo para adaptarse al contexto, y los jugadores para adaptarse a lo que quiere el entrenador. Más aún si se trata de un cambio de esquema, como el que implementó Koeman, y más todavía si hablamos de un grupo de jugadores que traía la moral por el suelo; que se preparaba —seguramente— para una nueva temporada de alegrías escasas.
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El equipo de hoy, que disfruta y gana, en ese orden, que parece jugar en patines, que encontró solidez defensiva y le brotan goles, es muy distinto al que jugó el cruce de ida frente al PSG. Ese fatídico partido, para frustración de los hinchas culés, tal vez cayó algo temprano en la temporada. De repetirse hoy el juego, seguramente estaríamos hablando de un resultado muy distinto.
A veces es fácil olvidar que el Barça se está reconstruyendo después de haber caído en un hoyo muy profundo en las últimas dos temporadas. Revivir toma tiempo. No podemos esperar que, tras tocar fondo hace tan solo un semestre, el equipo de repente fluya y vuele y empiece a aplastar rivales y a alcanzar semifinales y finales de Champions como hacía en épocas mejores. Son casi cinco años de involución, decadencia y retroceso —seguramente será necesaria más de una temporada para ver al Barça de nuevo en la cómoda mesa de gigantes europeos.
Será un proceso largo, debe llevarse poco a poco, y por lo menos Koeman eso lo tiene claro. Ha ido haciendo retoques, con paciencia, y se ven ya ciertas mejoras que ilusionan. La irrupción de Dest por derecha (¿alguien se acuerda de Sergi Roberto?), la consolidación de Araújo y Mingüeza en el primer equipo (de lo que se habla muy poco), el nivel de Pedri, el renacer de Jordi Alba, la mejora de Dembélé. Y la felicidad de Messi, desatado, como en sus mejores días, que ha vuelto a sentirse cómodo en un equipo que de nuevo compite, haciendo parte de un sistema de juego que está siendo construido con y no para él.
Este equipo ya es mejor que el de Setien y el de Valverde, está claro. Pero, lo que es más importante, el proceso tiene más sentido, más promesa y más potencial. Hay talento joven, hay ilusión, hay proyecto —aquello que Messi se cansó de pedirle a los oídos sordos de Bartomeu.
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Ojalá la directiva mantenga a Koeman de cara a la próxima temporada. Ojalá los orgullos y los discursos políticos no lo inunden todo; ojalá se evapore la payasada corporativa que ha caracterizado a este club últimamente. Ojalá no se hable mucho de traer a Xavi, ni se mencione a Håaland ni a Mbappé. Ojalá se deje trabajar a este equipo con lo que tiene, para que se acomode a lo que Koeman pretende y continúe el buen camino que lleva hacia un fútbol mejor. Ojalá no se hagan grandes retoques (ya el mundo entero bien sabe que no hay dinero para ello), y en cambio se apoye el trabajo y el desarrollo desde adentro. Por lo pronto, Koeman ha demostrado ser capaz para el puesto. El equipo, por su parte, promete, tiene fuego, tiene talento. Y Messi, finalmente, está contento. Poco a poco.