El declive de Mourinho
Manuel Rodríguez Lloreda
Mourinho no cumplió expectativas. Punto. El rendimiento del equipo fue siempre muy inferior al que se esperaba cuando se le contrató.
Es difícil despegarse del caos generado por la propuesta de la Superliga europea, que rompió el fútbol e inundó todos los medios. Pero hubo otra noticia repentina que colmó las portadas de esta semana: el tercer despido de José Mourinho.
Un año y cinco meses fue lo que duró Mou a cargo del Tottenham, y cualquier hincha de los Spurs podrá decir con bastante seguridad que, en ese periodo de tiempo, su equipo nunca mejoró. En las últimas semanas, especialmente, vimos una plantilla descolorida, ahogada, socorrida por una o dos individualidades que ya daban señales de estar cerca de colapsar bajo el peso de cargar con todo el equipo.
El Tottenham buscó a Mourinho desesperadamente en octubre del 2019, después de un inicio de campaña desastroso con Pochettino a cargo. En la temporada anterior el club había sido finalista de Champions (¿queda claro ahora que no se le da suficiente mérito a Pochettino por eso?), pero los meses siguientes fueron un fusible ardiente, y la explosión vino a manos del Bayern: un recordado 2-7 en Londres. Daniel Levy, presidente de los Spurs, pensó en Mourinho sin pensarlo, un reflejo de la obsesión general de la Premier con el entrenador portugués.
De entrada podemos dejar de lado la teoría de que el despido vino a raíz de algún conflicto relacionado a la Superliga. Aquel rumor se desmintió. Quedémonos con el fútbol: el Tottenham tenía meses de no jugar a nada y de apagarse en partidos importantes. Hace rato era incapaz de aguantar resultados, la defensa hacía agua, y no había ningún margen visible de mejora. El club había estado contemplando la salida de Mourinho hace un tiempo, simplemente que, como fue el caso en el United, deshacerse de él no sale nada barato.
Mourinho no cumplió expectativas. Punto. El rendimiento del equipo fue siempre muy inferior al que se esperaba cuando se le contrató. Es difícil creer que haya logrado algún objetivo de los que la directiva le planteó cuando se le dio el cargo. Pues en Europa el Tottenham no consiguió absolutamente nada —incluso pasó vergüenza en ambas ocasiones, goleado y eliminado por el Leipzig en Champions el año pasado, y noqueado por el humilde Dinamo Zagreb de Croacia, en Europa League, hace algunos meses— y en la Premier tampoco hubo progreso: en la campaña pasada meramente logró una clasificación a Europa League, y hoy es séptimo en la tabla.
Ya son tres despidos en línea para Mou. Y entre el Manchester United y el Tottenham, son dos clubes consecutivos en los que, tras su contratación, el rendimiento es pobre, no hay evolución, y los títulos son pocos. Son dos clubes consecutivos en los que una oscura nube pronto se planta sobre la plantilla, y aparecen los reclamos, las riñas internas, las dudas. Son dos clubes que apostaron precipitadamente por él, para luego, poco después, verse balanceando cuentas desesperadamente, meditando si el evitar una posible catástrofe deportiva ameritaba la costosísima terminación de su contrato.
Su decadencia llama la atención, pues es difícil recordar otro ejemplo de un entrenador que haya perdido su magia de forma tan repentina. Pero es más llamativa aún la forma en que ha conllevado su declive. Nos hemos acostumbrado a verlo explotar en conferencias de prensa, a siempre culpar a los demás cuando su equipo no rinde (incluso a sus propios jugadores), a generar conflictos donde vaya, con Pogba o Alexis, con Dele Alli o Bale, y a blindarse de las críticas apoyándose siempre en el pasado, apuntando a las Champions o las ligas que ganó alguna vez.
Los números no lo protegen. Mourinho logró veinte títulos en los diez años previos a la temporada 2012/2013. Desde entonces, son solo cinco trofeos en siete años. Y hay que agregarle los tres despidos al registro.
La situación es inquietante para los fanáticos del Tottenham. Fueron dos temporadas de fútbol pálido, mortecino. De planteamientos defensivos y cobardes. De dependencia exclusiva en una genialidad fulgurante de Kane o Son para ganar partidos. Hoy, de nuevo en medio de una campaña, el club debe empezar de cero, y buscar candidatos en un mercado escaso que tengan las condiciones para pilotear un barco hundido. ¿Y Son y Kane? ¿Y las demás figuras del club? Ya seguro tendrán su imaginación lejos de Londres.
Es todo aún más preocupante, sin embargo, para los fanáticos del fútbol. Porque Mourinho, alguna vez héroe de culto, alguna vez capaz de hacer milagros, parece haber perdido el toque de Midas. El toque de Mou, podemos decir, se quedó sin chispa.
Seguramente algún otro club inglés vendrá pronto al rescate y le dará trabajo, pues la mística del portugués no se ha disipado por completo. Son muchos los que aún lo elogian, lo apoyan, lo animan, insisten que sus mejores años no han quedado atrás. Por lo pronto, el propio Mourinho ha sido incapaz de demostrarlo. ‘The Special One,’ aunque a los nostálgicos nos duela, ha dejado de ser especial.
Mourinho no cumplió expectativas. Punto. El rendimiento del equipo fue siempre muy inferior al que se esperaba cuando se le contrató.
Es difícil despegarse del caos generado por la propuesta de la Superliga europea, que rompió el fútbol e inundó todos los medios. Pero hubo otra noticia repentina que colmó las portadas de esta semana: el tercer despido de José Mourinho.
Un año y cinco meses fue lo que duró Mou a cargo del Tottenham, y cualquier hincha de los Spurs podrá decir con bastante seguridad que, en ese periodo de tiempo, su equipo nunca mejoró. En las últimas semanas, especialmente, vimos una plantilla descolorida, ahogada, socorrida por una o dos individualidades que ya daban señales de estar cerca de colapsar bajo el peso de cargar con todo el equipo.
El Tottenham buscó a Mourinho desesperadamente en octubre del 2019, después de un inicio de campaña desastroso con Pochettino a cargo. En la temporada anterior el club había sido finalista de Champions (¿queda claro ahora que no se le da suficiente mérito a Pochettino por eso?), pero los meses siguientes fueron un fusible ardiente, y la explosión vino a manos del Bayern: un recordado 2-7 en Londres. Daniel Levy, presidente de los Spurs, pensó en Mourinho sin pensarlo, un reflejo de la obsesión general de la Premier con el entrenador portugués.
De entrada podemos dejar de lado la teoría de que el despido vino a raíz de algún conflicto relacionado a la Superliga. Aquel rumor se desmintió. Quedémonos con el fútbol: el Tottenham tenía meses de no jugar a nada y de apagarse en partidos importantes. Hace rato era incapaz de aguantar resultados, la defensa hacía agua, y no había ningún margen visible de mejora. El club había estado contemplando la salida de Mourinho hace un tiempo, simplemente que, como fue el caso en el United, deshacerse de él no sale nada barato.
Mourinho no cumplió expectativas. Punto. El rendimiento del equipo fue siempre muy inferior al que se esperaba cuando se le contrató. Es difícil creer que haya logrado algún objetivo de los que la directiva le planteó cuando se le dio el cargo. Pues en Europa el Tottenham no consiguió absolutamente nada —incluso pasó vergüenza en ambas ocasiones, goleado y eliminado por el Leipzig en Champions el año pasado, y noqueado por el humilde Dinamo Zagreb de Croacia, en Europa League, hace algunos meses— y en la Premier tampoco hubo progreso: en la campaña pasada meramente logró una clasificación a Europa League, y hoy es séptimo en la tabla.
Ya son tres despidos en línea para Mou. Y entre el Manchester United y el Tottenham, son dos clubes consecutivos en los que, tras su contratación, el rendimiento es pobre, no hay evolución, y los títulos son pocos. Son dos clubes consecutivos en los que una oscura nube pronto se planta sobre la plantilla, y aparecen los reclamos, las riñas internas, las dudas. Son dos clubes que apostaron precipitadamente por él, para luego, poco después, verse balanceando cuentas desesperadamente, meditando si el evitar una posible catástrofe deportiva ameritaba la costosísima terminación de su contrato.
Su decadencia llama la atención, pues es difícil recordar otro ejemplo de un entrenador que haya perdido su magia de forma tan repentina. Pero es más llamativa aún la forma en que ha conllevado su declive. Nos hemos acostumbrado a verlo explotar en conferencias de prensa, a siempre culpar a los demás cuando su equipo no rinde (incluso a sus propios jugadores), a generar conflictos donde vaya, con Pogba o Alexis, con Dele Alli o Bale, y a blindarse de las críticas apoyándose siempre en el pasado, apuntando a las Champions o las ligas que ganó alguna vez.
Los números no lo protegen. Mourinho logró veinte títulos en los diez años previos a la temporada 2012/2013. Desde entonces, son solo cinco trofeos en siete años. Y hay que agregarle los tres despidos al registro.
La situación es inquietante para los fanáticos del Tottenham. Fueron dos temporadas de fútbol pálido, mortecino. De planteamientos defensivos y cobardes. De dependencia exclusiva en una genialidad fulgurante de Kane o Son para ganar partidos. Hoy, de nuevo en medio de una campaña, el club debe empezar de cero, y buscar candidatos en un mercado escaso que tengan las condiciones para pilotear un barco hundido. ¿Y Son y Kane? ¿Y las demás figuras del club? Ya seguro tendrán su imaginación lejos de Londres.
Es todo aún más preocupante, sin embargo, para los fanáticos del fútbol. Porque Mourinho, alguna vez héroe de culto, alguna vez capaz de hacer milagros, parece haber perdido el toque de Midas. El toque de Mou, podemos decir, se quedó sin chispa.
Seguramente algún otro club inglés vendrá pronto al rescate y le dará trabajo, pues la mística del portugués no se ha disipado por completo. Son muchos los que aún lo elogian, lo apoyan, lo animan, insisten que sus mejores años no han quedado atrás. Por lo pronto, el propio Mourinho ha sido incapaz de demostrarlo. ‘The Special One,’ aunque a los nostálgicos nos duela, ha dejado de ser especial.