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Las estadísticas del primer partido amistoso entre las selecciones femeninas de Estados Unidos y Colombia hablan por sí solas: las locales ganaron 4-0, con 22 remates, once de ellos al arco y un 64 % de posesión. El combinado nacional no hizo un solo remate en los noventa minutos de juego. Otro partido donde reafirmaron su superioridad, pues las norteamericanas han ganado seis de siete compromisos disputados y empataron el restante.
¿Así se quema a las jugadoras de nuestra liga, quienes están protagonizando un proceso que apenas inicia? El debate está abierto, pero lo cierto es eso, que el proceso del fútbol femenino en Colombia es corto, mientras que en Estados Unidos ya lleva casi tres décadas y si bien no podría tratarse de una meta para las nuestras, sí es un espejo en el cual se pueden mirar para seguir sus pasos y entender cuáles son los vacíos que deben llenar primero para que el torneo y la competitividad sean cada vez mejores y mayores.
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Una historia exitosa desde sus inicios. El primer Mundial femenino, realizado en China en 1991, lo ganaron las estadounidenses tras competir en un torneo que contó con la participación de doce selecciones y en el que vencieron a Noruega por 2-1 en la final. De ahí en adelante el crecimiento ha sido exponencial, pese a que el fútbol internacional de mujeres ha tenido varias intermitencias. Cuatro mundiales de siete jugados, cuatro medallas de oro de seis posibles y nueve premundiales de la Concacaf de diez disputados son credenciales que defienden su prestigio. ¿Pero a qué se debe su éxito y progreso? ¿Por qué desde sus inicios la selección de Estados Unidos empezó a cosechar triunfos? Más allá de la infraestructura, todo empezaría por los mismos referentes del deporte. Según un artículo de National Geographic, las jugadoras del balompié norteamericano siguieron el ejemplo de Billie Jean King, la tenista que venció a Bobby Riggs en la “batalla de los sexos” en 1973. Ya con el primer Mundial encima, la misma comunidad se hizo consciente de que ahí había un campo por explorar y explotar, y así fue que empezaron a surgir grandes jugadoras como Michell Akers, Mia Hamm y Abby Wambach, quien es la máxima goleadora de la selección, con 184 tantos, y ganó en 2012 el Balón de Oro.
Según otro artículo publicado por La Vanguardia, en el Mundial de Francia 2019, 73 de las 552 jugadoras que participaron hacían parte de equipos estadounidenses; es decir, un 13 %, una cifra que respalda el prestigio y la competitividad de la National Women’s Soccer League (NWSL). El gran número de futbolistas en el territorio norteamericano se debe a la profesionalización del campeonato y a otros factores como la norma Title IX, avalada en 1972, que exigió a las universidades —que son las instituciones que más aportan al fútbol con becas estudiantiles— brindar las mismas condiciones para los deportes femeninos y masculinos en términos de infraestructura, salarios y demás elementos que dignifican la vida laboral.
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El nombre de la liga, ya mencionado, fue establecido en 2013, cuando el torneo superó una crisis que lo llevó a ser suspendido en 2011 por falta de patrocinio. Así que si bien el campeonato empezó en 2009, fue en 2013 cuando encontró su equilibrio y empezó a posicionarse como uno de los campeonatos de mayor calidad en el fútbol femenino del mundo. Incluso, 24 de las 27 jugadoras que convocó Vlatko Andonovski para los amistosos contra Colombia —donde, a diferencia de nuestra selección, suelen jugar las titulares— pertenecen a equipos estadounidenses.
Aunque el fútbol femenino en general abandera el discurso de la igualdad, tampoco se debe pasar por alto que las futbolistas de la selección de Estados Unidos también son líderes y referentes más allá del deporte, pues en más de una oportunidad personajes como Alex Morgan, Megan Rapinoe, Ashlyn Carris o Carli Lloyd han sido voceras de campañas a favor del aborto o contra el racismo y la homofobia. De manera que dentro y fuera de las canchas son mujeres que se destacan por sus convicciones.
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Como bien lo dijo Catalina Usme, líder de nuestra selección, el proceso en Colombia lleva poco tiempo y aún hay mucho por mejorar, pero lo importante es que el camino ya se empezó a recorrer y seguramente, con el paso de los años, hallaremos mayor competitividad en un grupo de jugadoras que tiene sentido de pertenencia y sabe cuáles son sus metas para posicionar el balompié femenino y no ver a las otras como ejemplos sino como iguales.