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El 13 de diciembre de 1981 no solo se disputó la final de la Copa Intercontinental entre Flamengo y Liverpool, sino también fue el choque de dos estilos de jugar, de lo lindo contra lo práctico, de lo estético frente a lo pragmático. En otras palabras, el choque entre el fútbol suramericano y su pulsión aventurera, y el fútbol de Europa y su pálida, pero efectiva, manera de entender el deporte, con la corporalidad y la fuerza como camino indiscutible al éxito, del orden como base de todo. En esa oportunidad los hinchas brasileños y su alegría descontrolada, alentada por el sonido de los tambores, opacaron los cantos de los hooligans, ebrios y coordinados que entonaron You’ll never walk alone antes de iniciar el encuentro.
Y todo fue más allá de un simple partido, y todo se resumió en la rivalidad entre suramericanos y europeos, entre un club como representación de un pueblo y sus ideales, y en el otro como símbolo de un sistema. Flamengo y un onceno de solo brasileños, Liverpool y un escuadrón de puros británicos (siete ingleses y cuatro escoceses).
El conjunto de Río de Janeiro, popular en las gentes (en ese entonces tenía 20 millones de seguidores, aproximadamente), vivió un año de primeras veces, de levantar el trofeo de la Copa Libertadores luego de vencer a Cobreloa de Chile y de viajar al exterior para representar a una nación afligida por la dictadura militar y que veía en la pelota la expresión de una libertad coartada en las calles.
Del otro lado el club de moda en el Viejo Continente, el de las tres finales de Champions League en cinco años. Dirigido por Bob Paisley, Liverpool recurría a la precisión en los cambios de frente y a un grupo de hombres que más parecían atletas de 100 metros planos por su capacidad aeróbica, su velocidad y la intensidad con la que corrían el tiempo que fuera necesario. Ese Liverpool era tan inteligente, y tan superior mentalmente, que luego de derrotar al Real Madrid de los García en la final del torneo europeo se hizo famosa una frase boxística: “Es campeón a los puntos”. Es decir, pegaba cuando tocaba, no malgastaba energías e interpretaba bien las situaciones para no hacer esfuerzos innecesarios, que no tuvieran una planeación.
Pero volvamos a la Intercontinental, al estadio Nacional de Tokio y a los 14 grados centígrados que hacía en la capital japonesa, los 12 de sensación térmica en el terreno de juego. Ese día, al mediodía, Flamengo no necesitó tener un plan, pues tenía en cancha al hombre plan: Arthur Antunes Coimbra, conocido como Zico, el niño magro al que le tuvieron que hacer un riguroso plan de alimentación para que aumentara de peso, para desvanecer la apariencia de pequeño desnutrido con la que llegó al equipo brasileño.
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“Fue complicado marcarlo, y cuando lo hacíamos entre dos buscaba la manera de salir o de dejar a un compañero mejor posicionado”, dijo Phil Neal, capitán del conjunto de Inglaterra luego del 3-0 contundente con el que Flamengo se impuso para sumar su segundo título internacional en 20 días. Y aunque Zico no marcó en esa oportunidad, tuvo que ver en todos los goles de su equipo. Primero con un pase bombeado que superó la línea defensiva del rival y dejó mano a mano a Nunes para el 1-0. Después con el potente remate de tiro libre, imposible de encajonar para el portero Ray Clemence, y que terminó con el 2-0 gracias a la astucia de Adilio para tomar el rebote. Y por último, con la habilitación a Nunes en medio de unas cuantas piernas rojas, que culminó con el latigazo rastrero del delantero para cerrar el marcador.
Pero si Zico pudo ser él mismo ese 13 de diciembre fue porque contó con el apoyo de Tita, Lico, Júnior, Andrade, Adilio y el mismo Nunes, hombres que también sabían con los pies y con la cabeza, y no con los abdominales, que no necesitaban ganar rápido sino ganar bien, pues así aprendieron a jugar, siempre yendo para adelante. Ahora, 38 años después, Flamengo y Liverpool vuelven a encontrarse en una final, los brasileños con dos trofeos de la Libertadores en sus vitrinas y los ingleses con seis de la Champions. Los tiempos han cambiado, el juego ha evolucionado, y si se trata de hablar de buenos exponentes, los de Anfield Road llevan la ventaja. Sin embargo, Flamengo, la institución que nació en 1895 como un club de regatas, la misma que tuvo la primera afición organizada de Brasil en 1942 (ahora se jacta de contar con 42 millones de seguidores), quiere dar la sorpresa y demostrar que su crecimiento no solo ha sido a nivel dirigencial y que puede eliminar las añoranzas del pasado.