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Juan Carlos Osorio se ha referido al fútbol como football, en la tierra donde nació ese deporte; soccer, como bautizaron en Estados Unidos a ese juego para no confundirlo con el local; futebol en el país de los pentacampeones del mundo, y futbol, así, al estilo mexicano, con acento fonético en la o.
El llamado del deporte llegó temprano a su vida, pero no se extendió por mucho tiempo. El risaraldense, nacido en Santa Rosa de Cabal en 1961, sólo jugó cinco años como futbolista profesional. Una lesión lo sacó del rectángulo de juego. De ahí en adelante se dedicó a estudiar para estar en la raya. A gritar, no para regañar, sino para dar indicaciones. A anotar en una libreta lo que veía. Con rojo lo más relevante, fuera positivo o negativo, y con azul lo que merecía su atención pero no era fundamental. “Es mejor tener un lápiz corto que una memoria larga”, le decía su papá.
Tiene una fascinación por entender el fútbol como método. Para esto explica que el Pibe Valderrama, Maradona o Cuauhtémoc Blanco no necesitaron ser personas educadas académicamente para tomar decisiones inteligentes durante los partidos. Osorio estudia el juego en relación con el funcionamiento humano. Sabe que el desarrollo intelectual hace parte de las funciones del lóbulo frontotemporal, pero las reacciones en el fútbol se hacen de acuerdo a la memoria operativa que se desarrolla en la parte posterior del cerebro. Osorio hace que sus jugadores jueguen y repitan los movimientos. Insiste en la repetición. Crea escenarios de juego real para que sus futbolistas hagan comportamientos conscientes que luego, en la cancha, se volverán inconscientes.
Cuando llegó a Millonarios, en 2006, no era conocido en el país. Pidió ensanchar el campo de juego de El Campín. Mandó a correr las dos bandas laterales para poder sacar provecho de los extremos que tanto le gustan. Con Millos hizo una buena campaña, pero no quedó campeón. Su partida luego fue recordada con golpes de pecho de los hinchas azules que lo vieron coronarse con el Once Caldas y muchas veces con Atlético Nacional.
Osorio estudió fisiología del ejercicio y rendimiento humano durante cuatro años en la universidad Southern Connecticut State, de Estados Unidos. Después hizo una especialización sobre ciencias y fútbol en la universidad John Moores, en Liverpool. Tiene licencia de técnico de la Asociación Holandesa de Fútbol y licencia de director técnico tipo A de la UEFA.
No sólo la educación formal es lo suyo. Ve dos o tres partidos por día para comentarlos con su equipo. La obsesión es tal que cuando Leicester quedó campeón de la Premier League de Inglaterra, en 2016, buscó los partidos del Valencia de la temporada 1997-1998. La razón era que los dos equipos fueron dirigidos por el mismo entrenador: Claudio Ranieri. Osorio quería analizar cómo habían cambiado las formas de juego, sus semejanzas y las diferencias.
Lo llamaron recreacionista cuando llegó a Colombia con sus modelos de trabajo. Era un bicho raro entre los hombres que dirigían en el fútbol profesional. Y es que la parte que más disfruta de su profesión es el día a día. Entrenar en el campo de juego, los espacios reducidos, convertir a un defensa en un asistidor, mover a sus jugadores, crear juegos en los que sólo se pueden hacer pases hacia delante; en últimas, hacer que cada uno de sus jugadores tenga capacidad de resolución. Otra cosa es ser técnico, estratega, mánager o seleccionador. Para Osorio, cada cosa es distinta.
No es ni el Bielsa, ni el Ferguson, ni el Guardiola colombiano. Los conoció a todos, de todos aprendió, pero no es la versión nacional de ninguno de ellos. Es Juan Carlos Osorio, un hombre que quiere rodearse de gente que quiera lo mismo que él: gloria deportiva. Su meta es dirigir la selección de mayores de Colombia. Ese es su objetivo, que en sus propias palabras es “un sueño, pero con método”.