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Todo en la vida tiene etapas de ascenso y desarrollo, de estancamiento o incluso de declive. El hombre, con sus cambios y adaptaciones, sabiduría y preparación, siempre ha logrado mejorar y progresar continuamente. Con nuestras múltiples diferencias y preocupaciones, hoy nos enfrentamos a un enemigo común a escala universal, enmascarado por la incertidumbre y la imprevisibilidad.
En consecuencia, estamos viviendo una crisis sin precedentes a nivel mundial, que cuestiona la supervivencia y la sostenibilidad del fútbol.
Rápidamente, pasamos de un mundo en el que parecía que sabíamos todo, o casi todo, a otro donde parece que no sabemos nada o casi nada y donde ha ocurrido lo impensable e inimaginable.
Están equivocados aquellos que piensan y actúan con la convicción de que todo terminará pronto, que será posible, uno de estos días, encender la luz y que, en un paso mágico, todo se ilumine y renazca, como si nada hubiera sucedido, nada esté sucediendo o se vuelva a repetir.
De lo que no debe haber dudas es que nos enfrentamos a una nueva y dolorosa “realidad” y que después de este tsunami, lo más probable es que poco o nada vuelva a ser como antes.
De un vistazo, el fútbol perdió el control de su destino y sus mecanismos de éxito, quedando rehén de la salud y la economía.
Con poco margen de maniobra y error, el fútbol se enfrenta a un gran desafío de madurez y resiliencia. El caos instalado requiere enormes sacrificios de todos, así como difíciles y valientes “decisiones extraordinarias”, que permitan la reanudación del poder de decisión y salvar en primera instancia las competiciones y los clubes. El fútbol debe comenzar por adoptar inevitablemente una nueva y diferente forma de pensar y actuar, más “innovadora, solidaria y global”.