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“Un 24 de junio del 87, a un año de Argentina campeón, se encendió una estrella, una nueva ilusión, el pie de oro en Rosario nació”, así comienza la canción ‘El Pie de Oro’, en homenaje a ti, el que prendió esa ilusión de ver sonreír a la pelota en un fútbol en el que la mayoría la desprecian y prefieren pegarle al rival. Eres tú quien ha logrado que los que amamos el más bello de los deportes nos sintamos orgullosos de ser contemporáneos a ti, y no envidiar a nuestros padres y abuelos, que nos hablaron de los que están atrás tuyo en el olimpo del balón.
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Tu gambeta endiablada, tus finos toques de zurda, ese hilo tan corto que imaginariamente se forma entre la izquierda más valiosa de la historia y el sagrado esférico, tu claridad conceptual para entender el juego como nadie. Además de que eres un eximio goleador, te erigiste como el excelente asistidor. Hernán Casciari te definió como “un perro”. El de él quería una esponja más que cualquier otra cosa en el mundo, y a ti, desde que tienes uso de razón, desde que te ponías la roja y negra de Newell’s, parece que lo único que te conmueve es el juguete más extraordinario: la pelota.
Te pueden llamar como quieran, tu legado trascenderá la eternidad. En ella todos quieren posarse, pero solo pocos se instalan. Y no me importa que no ganes un Mundial o no quedes campeón con la selección argentina de mayores. Me importa que el tiempo no pase más, que no se acerque ese momento en el que no pueda despertarme con un brillo en la pupila porque sé que te veré hacer algo que me hará olvidar de todo. De todo, porque cuando tú concibes magia con tu juguete de siempre, la sonrisa interior, la que vale, ilumina mi pasión por el fútbol.
Y es que el balompié no puede ser resultados y resultados a un ritmo inatajable. Los números no se quedan en la memoria y en el alma; lo que nos emociona, sí. Y lo que me emociona es verte hacer caños con inocencia, porque así entiendes el juego, clavarla en un ángulo con el borde interno, dejar a varios en el camino y definir como si fuera un gol más, picarla mientras todos esperan que le rompas el arco al pobre portero. El gol a Getafe, los cuatro al Arsenal, contra Irán, el del día más feliz de mi vida (ante Nigeria en San Petersburgo)… No acabaría estas palabras que brotan con nostalgia —porque quiero que el reloj se detenga y no cumplas más años— si enumero cada obra de arte tuya. Cada una me acompañará siempre. Siempre.
(La vida académica de Lionel Messi)
Discúlpame, Leo, pero hoy no te puedo decir “feliz cumpleaños”. 34 años parece mucho, suena como el preludio del desenlace en el profesionalismo. Se me pasan chispazos mentales imaginando el fútbol sin ti, y me niego a continuar con esos infelices pensamientos. Por eso quiero que el tiempo se estanque contigo acariciando un balón, y que nunca arribe el desgraciado día de tu retiro. Por favor, no envejezcas más y juega 34 años más al fútbol. Cuando no estés en él recordaré tu debut en 2004, tu gol al Albacete a pase de un tal Ronaldinho, tus tres tantos al Madrid, tu cabalgata en el Bernabéu en semifinales de la Champions, los grandiosos, sí, grandiosos mundiales que has jugado.
Gracias, don Jorge Horacio Messi, pese a que puso en problemas judiciales a su hijo. Gracias, Celia María Cuccittini. Engendraron a un ser humano que superó sus problemas de crecimiento, del que unos estúpidos se burlan, para convertirse en lo más grande de la historia del fútbol. A un hombre que ha repartido felicidad, que no tiene nacionalidad. Nació en Argentina, pero Lionel Andrés es de todos. Como lo es García Márquez o The Beatles.