Pelé, el miope legendario

Corto de vista y extenso en hazañas. La historia del niño brasileño que dejó de lustrar zapatos y se convirtió en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Este sábado cumple 81 años.

Sebastián Arenas
23 de octubre de 2021 - 03:22 p. m.
Edson Arantes do Nascimento fue una de las figuras de la selección de Brasil que ganó el Mundial de México 1970. También triunfó en Suecia 1858 y Chile 1962./ AP
Edson Arantes do Nascimento fue una de las figuras de la selección de Brasil que ganó el Mundial de México 1970. También triunfó en Suecia 1858 y Chile 1962./ AP
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La desilusión de María Celeste Arantes por el frustrado intento de su esposo de ser futbolista solo fue curada con el nacimiento de Edson. El padre, João Ramos do Nascimento, le puso así en homenaje a Thomas Alva Edison —inventor de la bombilla incandescente—, porque el día que llegó a este planeta pusieron la luz en su humilde casa. João y María olvidaron poner la “i” en el registro notarial y el pequeño tendría su propio nombre legendario.

Apodado “Dondinho”, João no pudo triunfar con Atlético Mineiro porque en su primer partido se rompió los ligamentos y se fue junto a su familia a Baurú, en el estado de São Paulo, donde le salió un trabajo. Así dejaron Três Corações (tres corazones), pueblo en el que nació Edson el 23 de octubre de 1940. En Baurú, las dificultades no cesaron en la cotidianidad del hogar de João y María Celeste y al pequeño Edson le tocó limpiar zapatos y trabajar en una gasolinera para que en casa la pobreza fuera mínimamente menor.

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En los momentos en que la existencia les daba un respiro, João y Edson se pegaban a la radio para imaginar las fantasías con la pelota que realizaban héroes dibujados en sus mentes. Ese aparato fue el medio por el que escucharon la victoria de Uruguay sobre Brasil en el Mundial de 1950, el mítico Maracanazo. “No llores, papá. Yo voy a ganar una Copa del Mundo para ti”, le dijo Edson a João cuando lo vio destrozado por la derrota de su país.

Edson había comenzado a patear cualquier cosa con forma de pelota en Três Corações, donde sus amigos lo alineaban los primeros minutos del partido en el arco, para que la goleada del equipo que lo tuviera no llegara tan rápido. Bajo la portería fue llamado Bilé, pues era el nombre del arquero del club en el que jugaba su padre. Luego, Bilé mutó a Pelé, el sobrenombre que lo colmaría de inmortalidad.

En Baurú, Pelé no dejó de jugar a la pelota y en uno de sus partidos aficionados se cruzó con Waldemar Brito, futbolista de Brasil en el Mundial de Italia 1934. El talento estrafalario del niño dejó la mente de Brito llena de asombro y corrió a buscar a María Celeste Arantes para explicarle que su hijo tenía condiciones para llegar a ser el mejor del mundo. Le costó convencerla para que Pelé no trabajar más y le permitiera llevárselo a probar al Santos.

Pelé, con naturalidad, pasó el desafío en el club en el que se haría perpetuo y con 15 años debutó con el equipo profesional, en 1956. Se convirtió en goleador y campeón del Torneo Paulista, región en la que rápidamente se dio a conocer por sus mágicas exhibiciones, que un año después desplegó en un certamen entre equipos brasileños y europeos en Río de Janeiro. Allí fue observado por Vicente Feola, por entonces entrenador de la selección de Brasil.

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El 7 de julio de 1957, sin haber cumplido 17 años, Pelé disputó su primer partido con el combinado absoluto de Brasil en un amistoso frente a Argentina en el Maracaná. Pocos encuentros necesitó el joven que deleitaba a los aficionados para ganarse la convocatoria al Mundial de Suecia 1958. Ocupó el lugar de Luizinho, que era la figura del poderoso Corinthians. Su llamado generó polémica en el entorno futbolero de Brasil a causa de su juventud, pero Feola estaba convencido.

Y Pelé, quien casi no va a ese Mundial por un informe que decía que tenía los pies planos y por un psicólogo que se atrevió a afirmar que tenía indicios de retraso mental, no defraudó pese a llegar golpeado a Suecia, razón por la cual no estuvo en los primeros partidos. Apareció con un gol definitivo contra Gales en cuartos, con otros tres más frente a Francia en semifinales y un sombrero memorable con definición eficiente en la final frente a los anfitriones. Así secó las lágrimas de su padre.

En Chile 1962 apenas disputó un partido, pues tenía un dolor insoportable en la ingle y Garrincha se convirtió en la figura de esa Brasil campeona. En Inglaterra 1966 volvió a sufrir: los portugueses y los húngaros lo frenaron a patadas y su conjunto no pasó de primera ronda. Pero en México 1970 él y el balón volvieron a sonreír, con los toques, gambetas, goles y combinaciones junto a Gerson, Tostao, Rivelino y Jairzinho, entre otros artistas que desplegaron una de las mejores obras de la historia.

Su miopía, diagnosticada por los médicos del Santos cuando tenía quince años, no impidió que dentro del terreno de la verdad analizara cada suceso mejor que compañeros y rivales. “Es cierto, soy corto de vista”. Eso no fue problema para ser tres veces campeón del mundo, ganar dos Copas Libertadores con Santos, anotar 1.284 goles y retirarse en 1977 con el Cosmos de Nueva York como uno de los mejores de todos los tiempos.

@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)

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Iliana(21165)19 de septiembre de 2021 - 10:19 p. m.
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