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Las letras han sido un aspecto fundamental en la existencia de Reinaldo Rueda Rivera. “Hay un libro que siempre recomiendo. Se llama Bien hecho, de Ken Blanchard. Por la forma que nos han criado, con recriminaciones y sin ver lo positivo, tendemos a destacar lo malo, aunque eso sea solo el 1 % de nuestras acciones. Este libro aplica para la vida de uno, para la familia, para el trabajo. Se trata de ver lo positivo de la gente. El otro que me hace sentir un bendecido de la vida es Pon el cielo a trabajar, de Jean Slatter. Son dos obras que lo hacen cambiar a uno”, recalca el hombre que nació en Cali el 16 de abril de 1957.
(Marcelo Gallardo: entre letras y sabiduría)
La segunda obra escrita que menciona el director técnico colombiano tiene como eje central la espiritualidad del ser humano. La primera trae una frase que ha calado en sus adentros: “Como instructor, su trabajo es asegurarse de que la gente en la sesión tenga la oportunidad, el ambiente y los recursos disponibles para aprender algo útil acerca de cómo crear un ambiente en su organización en donde se puedan construir relaciones positivas”. La ha aplicado en los diferentes vestuarios en los que ha sido el líder de jugadores millonarios y a los que hay que convencer de una idea.
El discurso y el carácter de Rueda se han forjado desde su infancia, que al igual que su adolescencia estuvo caracterizada por el cambio de lugar de residencia. Desde la capital del Valle de Cauca se trasladó al municipio de Yumbo, en donde estudió en el Liceo Comercial. En el colegio su afición por el fútbol despegó con los cotejos de los recreos, los cuales no eran suficientes para saciar su amor por este deporte, por lo que también organizaba torneos, estaba pendiente de los uniformes y de que todos cumplieran con lo pactado gracias a su creatividad. No descuidaba los libros y tampoco las horas de juego con sus hermanos menores, Rosa Virginia y Blas, nombre que también llevaba su padre.
Justamente por motivos laborales de Blas Rueda, quien era transportador y esposo de Orfa Rivera, mujer que ejerció la docencia, la familia se fue a vivir al calor sofocante de Barrancabermeja. En aquella ciudad de altas temperaturas el vallenato suena con constancia y los acordeones ambientan las calles. De ellos se enamoró Reinaldo Rueda. Regresó a su departamento, representó a la selección del Valle del Cauca en 1974 jugando como defensor central y estudió educación física en la Universidad del Valle. El entorno académico siempre fue su amigo, le brindaba comodidad y sentía que debía combinarlo con su amor por la pelota.
Al mayor de los hermanos Rueda Rivera se le presentó la oportunidad de viajar a Colonia, Alemania, país en donde los acordeones también son populares, para realizar una especialización. El requisito era que debía saber el idioma. No hubo problema, porque seis meses antes el joven soñador había comenzado a dedicar sus noches a estudiar la lengua alemana. Una vez más, los libros lo encaminaron hacia nuevos logros.
En Europa aprendió de táctica y asimiló conocimientos deportivos que luego aplicó en su regresó a Colombia. Los primeros que los escucharon fueron los jugadores de las selecciones del Valle, en las que Rueda continuó su carrera como entrenador después de un breve paso por la escuela Carlos Sarmiento Lora, en donde estuvo antes de ir al Viejo Continente.
En 1994 tuvo su primera experiencia en un club profesional con Cortuluá, al que mantuvo en la máxima división del fútbol profesional colombiano hasta 1997, año en el que partió al Deportivo Cali. En el club verdiblanco puso las bases de un equipo que en el 98 sería campeón con el Cheché Hernández como DT y con un Mario Alberto Yepes que ya era defensor central gracias a la sugerencia de Rueda de que se ubicara en esa posición y no jugara más como delantero.
Rueda aceptó el cargo de entrenador de la selección de Colombia sub-20, formó talentos y conquistó el Torneo Esperanzas de Toulon en 2000. Un año después fue subcampeón del mismo certamen. Luego, un breve paso por Deportivo Independiente Medellín, antes de regresar al combinado sub-20 y ser tercero en el Mundial de la categoría de Emiratos Árabes Unidos 2003.
Tras un único punto en cuatro partidos con Francisco Maturana en el camino hacia la Copa del Mundo de Alemania 2006, la Federación Colombiana de Fútbol confió en Rueda Rivera para enderezarlo y soñar con la clasificación. Paradójicamente, por un punto no se logró el objetivo. Rueda creía que continuaría en el cargo por revivir a la selección absoluta en la eliminatoria, pero la dirigencia del balompié nacional le generó un dolor que tardó en encontrar la sanación, que llegó con el nuevo reto en Honduras. Lideró un proceso exitoso que terminó con el cuadro centroamericano en el Mundial de Sudáfrica 2010, al que Colombia no fue.
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En su siguiente desafío, Reinaldo Rueda siguió implementando en su grupo de jugadores las ideas sacadas del libro Bien hecho: “Recuerde, puede ser de vital importancia para la organización que todos acepten lo que usted está diciendo. Sin embargo, el mejor modo, el único, de hacer que la gente se suba a bordo es bajar la información a un nivel personal y ayudarlos a ver el beneficio para sí mismos”. Y los jugadores de la selección de Ecuador lo vieron y consiguieron la clasificación al Mundial de Brasil 2014. Se la dedicaron a Christian Chucho Benítez, quien falleció en 2013 en Doha (Catar) por una falla coronaria, días después de que muriera Blas Armando Rueda, papá de Reinaldo.
Fueron días en los que la vida (o la muerte) puso a prueba la fuerza emocional y mental del técnico colombiano. Él se refugió de nuevo en la lectura y respondió dándole continuidad al proceso que terminó con Ecuador en una nueva Copa del Mundo. En 2015, después de la eliminación ecuatoriana en primera ronda del Mundial, empezó su ciclo en Atlético Nacional. Tenía la presión de reemplazar al que hasta entonces era el DT más campeón de la historia verdolaga, Juan Carlos Osorio. Rueda conservó los ideales de juego que tiene en común con el estratega risaraldense y agregó sus conceptos, para darle identidad a un conjunto ganador.
Nacional sacrificó el constante vértigo de los equipos de Osorio por más tenencia y elaboración, sin perder la constante búsqueda de dominar los encuentros y atacar al rival. Así conquistó su segunda Copa Libertadores, en 2016, y Rueda se hizo eterno en la historia del cuadro paisa, en el que igualó los seis títulos de Osorio. “Llevaba 13 años sin dirigir clubes en Colombia y nunca había tenido la oportunidad de estar al frente de un equipo que disputara varios torneos al tiempo y tuviera la obligación de ganarlo todo. La verdad es que he aprendido mucho acá. Siento que he crecido como persona y como profesional”, dijo en diálogo con El Espectador tras haber sido campeón continental.
En ese entonces, Rueda ya tenía como sus máximos referentes al escocés Alex Ferguson, entrenador leyenda del Manchester United, y Vicente del Bosque, DT español que llevó a su país, en Sudáfrica 2010, a ganar por primera vez un Mundial. “La autoridad y el control se basan en ganarse la confianza de las personas a las que se va a dirigir”, dice el libro Liderazgo, de Alex Ferguson y Michael Moritz. El estratega caleño quizá sintió que la confianza no prevalecía en el plantel de Flamengo en 2017, cuando arribó al club más popular de Brasil. Es consciente de que las mejores acciones son las que fluyen con naturalidad.
Anhelándola, aceptó desde comienzos de 2018 la dirección técnica de la selección de Chile, a la que el argentino Juan Antonio Pizzi no pudo clasificar a Rusia 2018. Los objetivos de Rueda van de la mano, pero el máximo es que el combinado austral esté presente en Catar 2022, como lo hizo en Sudáfrica 2010 con Marcelo Bielsa y en Brasil 2014 con Jorge Sampaoli. Además, ha buscado el recambio de una generación que, aparte de las clasificaciones a los Mundiales, se consagró en dos Copas América (2015 y 2016). Tampoco se han repetido los actos de indisciplina de años atrás, en los que los escándalos rodeaban las concentraciones.
El lector colombiano, experto en el trabajo formativo con futbolistas jóvenes, intenta que las selecciones menores de Chile vuelvan a ser reconocidas en el ámbito suramericano y orbital, en los que no aparece desde el Mundial sub-20 de Canadá 2007, cuando un equipo con Alexis Sánchez, Arturo Vidal y Gary Medel ocupó el tercer puesto. La idea de Rueda es que los juveniles se vayan integrando en los tiempos adecuados al combinado mayor. Lo hace con un concepto que Del Bosque califica como “proyección a futuro” y que explica así: “Es una obligación del entrenador, por encima de sus preferencias tácticas, trabajar siempre a favor de las características de sus jugadores”.
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En el libro El método Del Bosque, de Joaquín Maroto, el técnico español esclarece: “Si das muchas explicaciones la gente piensa que lo haces porque te has equivocado. De modo que dar las explicaciones justas es lo mejor y, ante la duda, es bueno quedarse corto”. Por eso Rueda es un hombre invadido por la tranquilidad, que con la cabeza fría ha atravesado el sendero que construyó en el implacable planeta fútbol. Un entrenador que no se rige por el 43,05 % de efectividad que tiene con la selección chilena: 24 partidos dirigidos, 8 ganados, 9 perdidos y 7 empatados. Que sabe que la Copa América Brasil 2019, en la que eliminó a Colombia en cuartos y por penales, y terminó cuarto, le brindó herramientas de análisis para lo más importante: la eliminatoria a Catar 2022, en la que el jueves pasado arrancó con derrota 2-1 ante Uruguay en un compromiso con arbitraje polémico.
Jugó ese encuentro sin entrenamientos previos en cancha, solo gimnasio, y tras expresar su admiración al DT charrúa, Óscar Washington Tabárez, de quien expresó: “Es mi ídolo. Es el hombre referente de un proceso histórico para el fútbol suramericano”. Este martes, 13 de octubre, recibirá a la selección de su país natal por la segunda jornada. En Montevideo, Chile no se metió atrás: respetó su estilo y por momentos fue el que dominó la pelota con su buena tenencia y sus ataques por los costados. En el estadio Nacional de Santiago intentará, de nuevo, volverle a bloquear la idea al equipo de Carlos Queiroz, como el año pasado en Brasil, con una ideología que mantiene conceptos de Bielsa y Sampaoli, y posee, cada vez con más notoriedad, el sello primordial de Rueda.
El colombiano estudia con profundidad a cada rival que enfrenta, con una obsesión que lo lleva a dedicar todo un día a pensar en táctica, esquemas, estrategias, triángulos y acciones con pelota quieta. “Quiero felicitar a la selección de Chile por su valentía, por su gallardía mostrada. El equipo se conservó integró”, dijo Rueda luego de la derrota contra Uruguay. Y respecto al arbitraje del paraguayo Éber Aquino, manifestó: “Hicimos un buen papel, pero estoy muy dolido por las situaciones que se dieron, por los cobros que nos perjudicaron y no fue algo accidental. Me parece que hubo poco criterio de parte del señor de amarillo”. Al ser preguntado sobre la actuación del VAR, sentenció: “Sin palabras”.
El actuar de Rueda ha derivado en que los jugadores le crean y hayan depositado confianza en sus decisiones. Tal vez, luego de la caída en el estadio Centenario, el entrenador colombiano pensó en otro de los libros que recomienda: El lado positivo del fracaso, de John C. Maxwell, del que extrajo una determinante conclusión: “De todas las crisis puedes sacar algo positivo”. Lo aplicó durante la cuarentena que realizó a causa de la pandemia del nuevo coronavirus: mejoró el inglés, se ejercitó, observó conferencias sobre fútbol y partidos históricos de la generación dorada que ahora dirige, y, por supuesto, muchas letras pasaron a ser parte de sí mismo.
“El fútbol es un entretenimiento en directo que se ofrece a una escala sin parangón. No se pueden conseguir victorias con la fiabilidad con la que se fabrican teléfonos o cuchillas de afeitar, porque todo depende del rendimiento de los futbolistas y de la influencia aleatoria de la emoción, la suerte y las lesiones”. Esas palabras de Ferguson son inherentes al director técnico colombiano que dirige Chile y que visualiza un epílogo feliz en 2022.
*Nota publicada en octubre de 2020