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En la década del 60, en la que Peñarol de Montevideo dominaba el fútbol suramericano, un pequeño de ojos oscuros, cabello rebelde y nariz chata escuchaba las gestas de Alberto Spencer a través de un humilde radio. La compañía de Rubén Paz era su padre. Cuando terminaban los partidos el niño salía a las calles de su barrio, en Artigas (ciudad uruguaya que limita con Brasil). “Soy Spencer, soy Spencer”, gritaba. Y pateaba la pelota imaginando que era el histórico goleador ecuatoriano y que tenía la camiseta carbonera en su pecho.
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En el comienzo de los años 70, Rubén ya podía disfrutar de la televisión junto a sus cuatro hermanos y su hermana. Sin embargo, en Artigas no era posible sintonizar los partidos del campeonato uruguayo, pero sí los del brasileño. Por eso se deleitó viendo a Paulo Roberto Falcao con la camiseta de Internacional de Porto Alegre y a Rivelino con Corinthians y Fluminense. También se entretenía con el trompo, pero nada como su adorado juguete redondo, la sagrada pelota. La trataba con cariño, con una talentosa zurda que brillaba.
Paz fue elegido para una selección sub-17 de Artigas, que fue campeona en el país. Su magia descollaba y, sin cumplir la mayoría de edad, fue convocado para jugar el Suramericano Sub-20 de 1977, en Venezuela. Uruguay conquistó aquel título y el joven zurdo terminó dejando Peñarol de Artigas para jugar en su amado Peñarol de Montevideo. Tendría la posibilidad de vestirse de amarillo y negro. Ya no imaginaría ser Spencer. Forjaría su legado.
“Siempre había sido ‘10’. Pero, cuando llegué a Peñarol, Ildo Maneiro era figura en esa posición. El técnico me preguntó si podía jugar de cuarto volante, de puntero izquierdo. Solo quería jugar y debuté en esa zona del campo”, recordó Rubén Paz en diálogo con El Espectador. Y en el gigante club uruguayo consiguió tres trofeos de primera división antes de ser contratado por Internacional de Porto Alegre, con el que fue tricampeón del Campeonato Gaúcho.
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En tierra de mediocampistas creativos, Paz se destacó y fue llevado al Mundial de México 1986, en el que participó media hora de la derrota 1-0 en octavos de final ante Argentina, a la postre campeona con un Maradona determinante. Luego de la Copa del Mundo llegó al Racing Matra de París y en 1987 arribó cedido a Racing de Avellaneda. Con la camiseta celeste y blanca se hizo ídolo con una pegada que será eternamente recordada en el estadio del Cilindro.
“Racing había regresado recientemente a primera división y tenía muchos problemas económicos. Por suerte había un gran cuerpo técnico, con el Coco Basile y el Panadero Díaz, quienes conocían el club tras ser campeones del mundo como jugadores en 1967. Me encontré con un grupo de enormes futbolistas y personas, liderado por el Pato Fillol, con quien todavía tengo una fuerte amistad”, contó el hombre que se consagró en la Supercopa Suramericana de 1988, con un equipo que practicaba el estilo de fútbol que en la actualidad todavía prefiere.
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“El estilo del fútbol colombiano me gusta muchísimo, es bien jugado. Hoy ha cambiado mucho: a veces se juega con un solo delantero o sin ninguno. Para nosotros los enganches era ideal tener un puntero a cada banda y un ‘9’. No sé qué está pasando en las divisiones menores, que hacen desaparecer a los ‘10’”, explicó Paz, quien también estuvo en el Mundial de Italia 1990 con la selección de Uruguay, que el viernes (3:30 p.m., Gol Caracol) enfrentará a Colombia en Barranquilla por la tercera fecha de la eliminatoria camino a Catar 2022.
Rubén Wálter Paz Márquez, uno de los mejores futbolistas uruguayos de la historia, considera que en el combinado charrúa se deberían comenzar a ver los reemplazos de Luis Suárez y Édinson Cavani en el ataque. Recuerda el Atlético Nacional que ganó la Copa Libertadores de 1989 y la selección de Colombia que goleó 5-0 a Argentina, el 5 de septiembre de 1993. “Con la calidad que posee el futbolista colombiano, si se prepara adecuadamente, puede jugar en cualquier parte del mundo”, concluyó el actual asistente técnico de Peñarol, un nostálgico del juego elaborado.