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Adiós al trono: falleció el Rey Pelé

El astro brasileño llevaba varios días en estado crítico de salud. El mundo del fútbol llora la partida de uno de los jugadores más emblemáticos de todos los tiempos.

Andrés Osorio Guillott
30 de diciembre de 2022 - 01:00 a. m.
Así como en el Mundial de México 1970, hoy y siempre Pelé será alzado en hombros por el legado que dejó para el fútbol mundial.  / AP
Así como en el Mundial de México 1970, hoy y siempre Pelé será alzado en hombros por el legado que dejó para el fútbol mundial. / AP
Foto: AP

Hoy Brasil se quedó en silencio. Se apagaron los tambores. Las batucadas aguardan un tiempo prudente para que la alegría no se disipe por la partida de Edson Arantes do Nascimento, de Pelé, con su nombre completo, con el nombre con el que estampó su firma en los libros de la historia desde hace más de 50 años.

Hablemos de Edson, que fue antes que Pelé. Llamado así en honor a Thomas Alva Edison, pues cuando nació el 23 de octubre de 1940 llegó la luz a Três Corações, municipio que por el fútbol del Rey quedó también como un patrimonio de Brasil y del mundo.

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Luego de ser Edson Arantes do Nascimento se llamó Bilé, que fue el nombre del portero del equipo de su padre. Empezó bajo los tres palos, porque el equipo que lo escogía no quería empezar a ganar tan pronto. Ya la magia de la zurda era inevitable. Ya era un adelantado de su tiempo. Y el fútbol empezó a ser tan intuitivo, que su relación con este deporte empezó cuando escuchaba los partidos en la radio. La promesa de hacer historia se la hizo a su padre luego del Mundial de 1950, cuando le dijo: “No llores, papá. Yo voy a ganar una Copa del Mundo para ti”. Así que de la familia y de las entrañas de su casa surgió la leyenda. En las canchas fue el desarrollo, el llamado a la aventura, pero el comienzo del camino del héroe empezó en el seno de su hogar.

"Si pudiese, me llamaría Edson Arantes do Nascimento Balón. Sería la única forma de agradecerle lo que hizo por mí”, dijo en enero de 1974 al referirse a la importancia del fútbol en su vida.

Debutó con Santos el 7 de septiembre de 1956, con 16 años, en un partido contra Corinthians, cuando este apenas era un pequeño equipo de los suburbios de São Paulo. Unos minutos en cancha y Pelé marcó su primer gol y el grito seco de la hinchada hizo entender que había que darle más tiempo en cancha por encima de Emanuel del Vecchio y Válter Vasconcelos. Ahí empezó a llamarse para siempre Pelé.

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En el Mundial de Suecia 58 por poco queda por fuera del equipo tras un informe médico en el que se explicaba, de manera detallada, cómo el joven de 17 años no podía estar en la nómina por tener el pie plano. Brasil era apático y necesitaba a alguien extrovertido y, para su fortuna, pudo contar con dos en el encuentro contra Gales en los cuartos de final. Pelé y su misión de sumar goles, Garrincha y su manera de enganchar.

“Él (el psicólogo del equipo) creía que yo era muy joven y no estaba preparado para aguantar la presión. La verdad es que no me enteraba. Tenía 17 años y solo pensaba en jugar. Tampoco me sentía muy responsable, los jugadores con más experiencia estaban al mando: Didi, Dilton Santos, Gilmar. Ellos corrían con la carga. Para mí todo era una fiesta. Pero quería, ante todo, jugar, y entonces el psicólogo no lo veía. Se equivocó, gracias a Dios”, contaba Pelé durante el Mundial de Brasil 2014.

Pelé fue magia y destreza, fuerza y velocidad, fue imaginación, pues vio el fútbol como nadie lo había hecho, con la clarividencia del que entiende el deporte como si lo hubiera inventado, como si las reglas fueran suyas. Entendió que una pared era más efectiva que correr, en México 70, cuando el cuerpo ya no daba y la mente seguía desbocada. No lo pudieron controlar con doble marca, ni siquiera con tres. Quedará la historia de los ingleses que se ufanaron por molerlo a patadas y puñetazos cuatro años antes como único camino para detenerlo, para mermarlo, para sacarlo de combate, para, literalmente, acabarlo y humillarlo. Para poder ser campeones del mundo.

Pelé, el de la época de Garrincha, Nilton Santos, Mário Zagallo, Amarildo, Pepe, Tostao, Rivelino... Nombres que suenan a ópera, a un tiempo dorado y con una muestra fidedigna del balompié suramericano. Si se habla de fútbol en Brasil y en el continente, habría que nombrarlos a ellos, porque aunque pronunciar a Pelé por sí solo basta, no habría que dejar de lado a los actores de reparto en los años en los que Brasil refundó el fútbol.

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Trascendió al fútbol y como todos aquellos que marcan una época y se vuelven referentes, Pelé fue susceptible de ser símbolo para otros fines distintos a lo deportivo. Sucedió en la dictadura de Emílio Garrastazu. El 22 de noviembre de 1969, tres días después del gol 1.000 del astro brasileño en el estadio Maracaná frente a Vasco da Gama, el general se acercó al ícono de Santos y así creó la Copa Garrastazu Médici. Y sucedió también en 1969, con “El día que Santos y Pelé pararon una guerra”, pues el conjunto brasileño fue invitado a la ciudad de Benin y logró que Nigeria y Biafra, que estaban en conflicto desde principios de la década de los 60, hicieran una tregua de tres días para recibir al Rey. “Aprendí de niño, con mi padre Dondinho, que el fútbol es un instrumento para el bien. Por eso siempre usé mi talento para el amor y la paz”, aseguró Pelé años después al recordar este suceso.

Lo recordó también Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra: Cien canciones lo nombran. A los 17 años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido 20 cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número 1.000 siguió sumando. Jugó más de 1.300 partidos en 80 países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi 1.300 goles. Una vez detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar”.

Pelé se hizo grande en el Mundo, pero siempre desde Brasil. Y mantuvo siempre claro que su intención no era otra que obrar en el nombre de su país. “No creo que pudiera hacer otra cosa. No podía. ¿Es que la dictadura trajo algo bueno? ¿De qué parte estar? Uno se pierde en estas cosas. Soy brasileño y solo quiero lo mejor para Brasil. No era un superhombre. No era milagroso. No era nadie. Era una persona normal a la que Dios le había concedido el don del fútbol. Pero estoy totalmente convencido de que he hecho mucho más por Brasil con mi fútbol, con mi manera de vivir, que muchos políticos que cobran por hacer eso”.

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Se retiró en 1977 con el honor de haber levantado la Jules Rimet como el comandante del mejor equipo de todos los tiempos, del onceno que agotó adjetivo, del superpoderoso Brasil. Tres títulos mundiales, 12 del torneo paulista y una marca de 1.284 goles, el registro del brasileño que revolucionó el fútbol, pues por Pelé incluso se hicieron reformas en el reglamento. La grandeza de Pelé no se mide únicamente en sus registros difíciles de alcanzar, se mide en todo lo que logró siendo referente y espejo para las generaciones que lo precedieron. Neymar lo dijo ayer: “Pelé lo cambió todo. Él convirtió el fútbol en arte, en entretenimiento. Dio voz a los pobres, negros y, principalmente, dio visibilidad a Brasil”.

En dos años se fueron dos grandes del fútbol suramericano. En Argentina, que hoy siguen celebrando el título del Mundial, lloraron a Diego Armando Maradona en noviembre de 2020, y hoy, en un diciembre un poco más opaco que otros, los brasileños lloran la muerte de Pelé. Brasil se queda sin trono, pero no sin la historia del Rey que dejó puesta su corona en lo más alto, en el Cerro del Corcovado. De Pelé queda el mito, el nuevo mundo del fútbol, el de la alegría para los propios y también para los adversarios, porque si evocamos otra vez a Eduardo Galeano, habría que decir que los mendigos del buen fútbol siempre vamos a querer a un jugador o a un rival que nos enseñe que se puede jugar como Miguel Ángel pintó, como Beethoven compuso, como Shakespeare escribió. Y así fue Pelé, un artista del fútbol con “tres corazones”.

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