Andrés Iniesta: cuando el fútbol desciende del Olimpo
El jugador español salió campeón la semana pasada de la Supercopa nipona con Vissel Kobe, equipo al que llegó hace dos temporadas. Con este título, el volante llegó a 37 copas en su palmarés.
Andrés Osorio Guillott
Andrés Iniesta salió campeón el pasado fin de semana con el Vissel Kobe, luego de casi dos años de presencia en el fútbol japonés. Ya son 37 títulos que el español tiene en su palmarés. Cada trofeo es una reafirmación de sus virtudes y sus participaciones constantes en el orden táctico y en los goles de su equipo.
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Andrés Iniesta salió campeón el pasado fin de semana con el Vissel Kobe, luego de casi dos años de presencia en el fútbol japonés. Ya son 37 títulos que el español tiene en su palmarés. Cada trofeo es una reafirmación de sus virtudes y sus participaciones constantes en el orden táctico y en los goles de su equipo.
Andrés Iniesta bajó del Olimpo para enseñar el fútbol que aprendió con los dioses. De él dicen que es español y por eso ganó el Mundial de Sudáfrica de 2010 con la selección de España con un gol que marcó en el tiempo extra. Lo cierto es que Iniesta también puede pasar como un originario de la montaña más alta de Grecia. Su inteligencia, que desciende por su cuerpo para llegar a sus pies, es una virtud que viaja en cada pase de más de 60 metros de distancia, en cada balón que parece que estuviera atado a sus pies, por ese hilo invisible que teje el cuero de la esférica a su pie derecho.
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Se puede decir que del Olimpo descendió al Albacete, su primer puerto. Allí empezó, pero en realidad la fuente de su fútbol se nutrió en La Masía. Descendió en un tiempo perfecto, como si los mismos dioses coordinaran los veranos para que varios hombres coincidan en tiempos, ideas y victorias. A Iniesta lo juntaron con Puyol, Piqué, Sergio Busquets, Xavi Hernández y Lionel Messi. Estos seis jugadores formaron la piedra filosofal de un Barcelona influenciado por la mente de Cruyff y llevado a la realidad por Guardiola en 2009.
El sueño de Iniesta empezó siendo de su papá y terminó siendo de sí mismo. En una entrevista, José Iniesta, papá de Andrés, contó que su hijo no quería irse a La Masía por el apego que tenía a Albacete y a su familia, que la decisión de irse a la academia del Barcelona se dio porque quería cumplirle el sueño a él, más no por un acto surgido de su voluntad.
Su llegada a La Masía fue atípica. La mayoría de jugadores que llegaban a la academia tenían entre 14 y 15 años. Iniesta llegó con 12 años. Allí entendió el fútbol como un espacio democrático, como un juego en donde el ego debía redirigirse para confiar y potenciar sus propias virtudes, no donde el ego nublara la visión periférica que suelen tener los grandes jugadores, esos que ven primero el pase o la acción a seguir antes de recibir el balón, esos que saben cuál es el momento y el movimiento preciso.
Ya lo había dicho Xavi, el que fue quizá la mano derecha de Iniesta: “la velocidad de la cabeza es más importante que la de los pies”. E Iniesta lo demostró desde que hizo parte del Barcelona B a comienzos de los 2000 y del equipo profesional en 2004. El balón que recibe y lo pica para eludir la barrida del rival, el enganche en un baldosa, el pase entre líneas que nadie esperaba y la pelota clavada en un ángulo son los hechos que hablan de la inteligencia del volante, son esas las imágenes que respaldan un apodo que hace honor a su sabiduría en la cancha: “El Cerebro”.
El volante español afirmó en una entrevista que “las decisiones siempre generan dudas. Sobretodo porque implican cambios y los cambios significan cosas nuevas, que desconoces. El mayor temor de un ser humano es el desconocimiento de ciertas situaciones. Cuando tomas una decisión importante debe hacerse con el convencimiento de que eso es lo que se quiere”. Esto como una apología de su personalidad, de un lado de su ética y de su moral que revela que hay que ser valiente para saber cuál es la decisión más acertada para tomar en la cancha y en la vida, esto para recordar a Albert Camus cuando dijo: “Todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol”.
Iniesta es un estandarte de la filosofía de La Masía: el primer pase, la triangulación, el cambio de ritmo y el balón a los pies y al servicio del goleador. Su derecha se recuerda con cariño por el gol que le dio la clasificación al Barcelona a la final de la Champions en 2009 contra Chelsea en Stamford Bridge, en un partido polémico que terminó 1-1 con un derechazo al ángulo del español; también se le recuerda por el gol que le dio a España su primer mundial en el 2010 tras ganarle a Holanda; también por un gol que también terminó en un ángulo, que fue la cereza en el pastel de una jugada colectiva con Rakitic y Neymar en 2015 y que fue el 0-3 contra Real Madrid, en una época en el que los Merengues no veían la victoria contra los Blaugranas.
“Iniesta es un patrimonio de la humanidad”, decía Luis Enrique. Iniesta, como lo dijo Menotti también, es “el mejor jugador del mundo. Gambetea, tiene juego, gol, pase gol, corre, lucha... Nunca ganó un Balón de Oro. Quizá pasa que no tiene perfil para el marketing, tiene cara de nada”. El español es un jugador único, un jugador que no era el rostro de ninguna marca, pero sí fue el rostro de una época legendaria en Barcelona y en España, es el rostro de un fútbol que muta, como cambia todo en el mundo, de un fútbol que carece de estas inteligencias colectivas y que valora cada vez más las individualidades. Iniesta es en el fútbol y la vida un ejemplo del que piensa primero en el logro del otro, es un jugador que se despoja de sus lujos e intereses para tenderle la mano y el gol al que tiene al lado. Su pie derecho es un elixir de un fútbol que sigue buscando fuentes para beber de la empatía de quienes aun piensan, observan y buscan al otro antes que pensar, observar y buscar su propia gloria y su propio cielo.