Catalina Pérez, la portera a la que le costó enamorarse del arco
Aceptó atajar en una práctica, por cumplir con una exigencia del club en el que comenzó a jugar. Lo hizo tan bien, que no la dejaron probar en otra posición. A los 14 años, con su llegada a la selección de Colombia, cambió de sentimientos y mentalidad.
Ante la difícil situación social y económica que atravesaba Colombia a finales de la década del 90 -una constante a lo largo de su historia-, la familia Pérez Jaramillo decidió irse a Boca Ratón, Florida (Estados Unidos). La hija menor, Catalina, ingresó al Saint Andrew’s School y a clases de tenis y natación, mientras que su hermano, cinco años mayor, fue inscrito en fútbol. La pequeña iba junto a su madre a recogerlo y sus pupilas se iluminaban al ver la pelota.
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Ante la difícil situación social y económica que atravesaba Colombia a finales de la década del 90 -una constante a lo largo de su historia-, la familia Pérez Jaramillo decidió irse a Boca Ratón, Florida (Estados Unidos). La hija menor, Catalina, ingresó al Saint Andrew’s School y a clases de tenis y natación, mientras que su hermano, cinco años mayor, fue inscrito en fútbol. La pequeña iba junto a su madre a recogerlo y sus pupilas se iluminaban al ver la pelota.
-Mami, por favor, méteme en fútbol.
-No, eso es para niños, sigue en tenis y natación, que es más para mujeres.
“De tanto rogarle, al fin me metió y comencé a jugar con los hombres”, le contó a El Espectador Catalina Pérez, una niña a la que le gustaba enfrentarse a los mayores y que tuvo que demostrarle a su mamá que era buena con el balón para que la cambiara de escuela de fútbol y la dejara vincularse a un club más serio, en el que comenzaría en el balompié femenino.
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A los nueve años, la soñadora entró al Team Boca y quería jugar de cualquier cosa menos de lo que se convertiría en su vida: la posición de portera. “Nunca pensé en ser arquera, era centrocampista, pero cuando llegué al club solo había nueve futbolistas y dijeron que iban a rotar el arco. Decidí ser la primera para salir de eso rápido, y luego no me dejaron salir. Insistí en que podía trabajar duro para jugar en otra posición del campo, pero no me dieron la posibilidad porque decían que tenía mucho potencial. Me demoré unos años en enamorarme de la portería realmente”.
Quizá fueron seis años los que tardó en conseguir que de su alma brotara ese amor por la posición más ingrata del deporte más popular. A los 14 se encontraba triste porque acababa de perder la semifinal del torneo estatal de Florida y se le acercó una persona diciéndole que quería que fuera a presentarse a la selección de Colombia. “Esto es lo mío”, pensó. Y sus guantes se convirtieron en sus cómplices de los triunfos.
Y sin haber cumplido 16 años disputó su primer Mundial: el sub-20 femenino de Alemania 2010. “Ahí se me abrieron los ojos y sentí algo indescriptible por la selección. Cuando uno se pone esa camiseta, el alma se inunda de honor. Desde entonces, siempre quiero dejar mi corazón en la cancha por el país. Es una responsabilidad enorme”, agregó Pérez, quien fue becada por la Universidad de Miami, para la que jugó durante cuatro años mientras estudiaba finanzas. Allí también hizo una maestría en administración, antes de pasar a la Universidad de Mississippi.
“Era buena estudiante y, aunque suene raro, el fútbol contribuyó a eso, porque me ayudaba a despejar la mente para luego estar más lúcida en la parte académica, y viceversa. Cada actividad me dada un respiro de la otra, para poder rendir en ambas”, explicó la arquera que también jugó con Colombia en varios Suramericanos y en los Juegos Olímpicos de Río 2016.
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No obstante, por ahora, su mayor orgullo es haber atajado en el Mundial de mayores Canadá 2015. “Fue muy especial porque en octavos de final, pese a quedar eliminadas, pude jugar contra Estados Unidos, el país en el que crecí y que es potencia”, relató la mujer que el año pasado se colgó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima.
En 2019 jugó para el New England Mutiny, de la United Women’s Soccer, y su talento la llevó a ser contratada por la Fiorentina de Italia, a donde se mudó a comienzos de este año. Sin embargo, la pandemia que no termina le impidió atajar para el club de Florencia. Ese país se convirtió en uno de los más afectados por el COVID-19 y ella alcanzó a volar a Bogotá para pasar la cuarentena con su familia. Desde Colombia gestionó su fichaje por el Napoli.
El arco femenino del cuadro celeste también será custodiado por una persona nacida en Colombia. En el masculino ya se encuentra David Ospina, titular del combinado nacional. “No he podido hablar con él, pero espero hacerlo pronto, porque sí que me gustaría conocerlo”, dijo Catalina. Ya está en Nápoles esperando a que se retomen los entrenamientos para conocer a sus compañeras. No ha podido salir mucho y caminar por una ciudad futbolera en la que Diego Armando Maradona es prácticamente un Dios.
En casa, Catalina Pérez se toma el café colombiano que llevó y observa videos de su ídolo, Íker Casillas. “Aprendo de su parte humana y de su técnica”. También se colma de nostalgia al extrañar el ajiaco y su familia. No puede sacar su infancia de su memoria: madrugaba a ponerse canilleras y a despertar a sus padres para que la llevaran a jugar. “Esa ilusión y esa energía quiero tenerlas siempre. Es un privilegio poder jugar. Nunca debo dejar de entenderlo”.