César Luis Menotti: el hombre culto que hablaba todo el tiempo de fútbol
El mundo se estremeció el domingo con la muerte del entrenador que le dio a Argentina su primer mundial. Fiel a sus convicciones, en el fútbol y la política, el estratega rosarino dejó un legado muy importante para el balompié que se basó en una idea esencial: jamás traicionarse a uno mismo.
Fernando Camilo Garzón
César Luis Menotti era un sujeto extraño. Se lo dijo Jorge Luis Borges, anonadado: “¡Qué raro! Un hombre tan culto que habla todo el tiempo de fútbol”. La frase, revivida entre los cientos de anecdotarios que siguieron las horas posteriores a la muerte del recordado entrenador —el primero en darle una Copa del Mundo a Argentina y uno de los más revolucionarios en la historia del deporte—, se la dijo la misma tarde en la que se conocieron. “Usted debe ser famoso. Cuando dije que venía, esta casa se revolucionó. La empleada me dijo que no se podía ir sin un autógrafo. Y le reproché que a mí jamás me habían pedido uno”: recordaba el Flaco en una de las últimas entrevistas que dio en vida.
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César Luis Menotti era un sujeto extraño. Se lo dijo Jorge Luis Borges, anonadado: “¡Qué raro! Un hombre tan culto que habla todo el tiempo de fútbol”. La frase, revivida entre los cientos de anecdotarios que siguieron las horas posteriores a la muerte del recordado entrenador —el primero en darle una Copa del Mundo a Argentina y uno de los más revolucionarios en la historia del deporte—, se la dijo la misma tarde en la que se conocieron. “Usted debe ser famoso. Cuando dije que venía, esta casa se revolucionó. La empleada me dijo que no se podía ir sin un autógrafo. Y le reproché que a mí jamás me habían pedido uno”: recordaba el Flaco en una de las últimas entrevistas que dio en vida.
Para Borges, el fútbol era popular porque, según sus palabras, “la estupidez es popular”. Y Menotti lo compartía. No porque el juego le pareciera de estúpidos, todo lo contrario, pero sí porque le parecía una expresión de la idiosincrasia de los pueblos. “Soy de esta raza, raza de futbolistas”, se definía, como también lo hacía uno de sus cómplices más leales, Ángel Cappa: “Se formó en cancha de barrio y creó, también ahí, su convicción de no traicionar la herencia de nuestro fútbol”. El flaco definía al balompié como el arte del engaño. Un “deber ser” perdido en el tiempo: “El fútbol son tres cosas: tiempo, espacio y engaño. Es el único lugar donde me gusta que me engañen. Hoy ya no hay tiempo, no se buscan los espacios y ya no me engañan nunca. Me aburro de tal manera que tengo la sensación de que eso que llaman fútbol ya es otra cosa”.
Las palabras, y el sentido del juego, importaban. Lo dijo, tras su muerte, Pep Guardiola, uno de sus admiradores y uno de sus admirados: “Hacía de su palabra poesía y siempre fue fiel a sus convicciones. El estilo es innegociable, decía siempre. Fue el más grande seductor del fútbol argentino”.
“Pensar” fue el eje central de su herencia en el fútbol. Así lo definió Jorge Valdano, otro de sus cercanos, en la columna póstuma que escribió en “El País” en honor al estratega fallecido. Recordaba que un día Menotti le contó una anécdota de Francisco Maturana: “En una ocasión ‘Pacho’ le comentó, preocupado, que Valderrama a veces se paraba en medio del partido, a lo que el Flaco contestó: ‘Tranquilo, estará pensando’”.
Según Valdano, “sus charlas tenían un aire intelectual que lo elevaban por encima de su ámbito y que mezclaba con giros callejeros que lo devolvían a la comunidad futbolística. Nunca supe cuál de las dos características contribuía más a su calidad de seductor. Pero por la fuerza de su carisma, la claridad de su discurso y la convicción con que defendía sus ideas provocaba un milagro de comunicación: escucharlo producía ganas de jugar al fútbol”. De ahí debía venir la frase, dicha también por el argentino, de que “Menotti convencía por seducción; Bilardo, por insistencia”.
Los dos, campeones del mundo con Argentina, se enfrascaron en una de las rivalidades ideológicas más icónicas en la historia del fútbol. Menotti defendía un fútbol bonito, bien jugado, Carlos Salvador Bilardo, en cambio, uno de resultados. Sin embargo, el Flaco, sin desconocer que no se podían ver el uno con el otro, decía que era más una versión de prensa: “Importaba para los que se subieron a esa pelea sin ningún respeto por las ideas. Fue una disputa personal. Jamás me pelearía con un tipo porque haga líbero y stopper. Se magnificó porque cada uno ganó un Mundial, pero era un debate que no valía ni cinco centavos”.
Se magnificó también porque Menotti nunca se traicionó a sí mismo. Era su mantra. Creció como un “enfermo del fútbol”, siguiendo a Rosario Central cuando sus papás lo llevaban a la cancha. Sin embargo, cuando se hizo futbolista la decepción fue mayúscula: “Me agarró la peor época del fútbol argentino, cuando se pusieron de moda los equipos que luchaban, un fútbol de mierda, era bravo sobreponerse”. Por eso, cuando se hizo entrenador, defendió “hasta la muerte” el fútbol que se jugaba pensando. Primero dirigió a Huracán, el equipo que, decía, “salvó al fútbol argentino”. Después fue campeón con la selección de Pasarella, Villa y Kempes, entre muchos otros. Estuvo en Barcelona y se lo recuerda como el fundador de la ideología que luego se le atribuiría a Rinus Michels y Johan Cruyff, la del fútbol total. “El primero que intentó jugar como Guardiola en el Barcelona se llamó Menotti. Y me costó la vida. ¡Nos pitaban por dar muchos pases!”, recordó el argentino en una famosa entrevista con Luis Martín.
La defensa de sus ideas, el fútbol que le gustaba, lo reconocía como una lucha ideológica. Lo dijo en la misma entrevista, era una batalla contra su pesimismo político: “Nos robaron la música, los parques, las plazas y hasta el fútbol. Soy un pesimista feroz. Después de lo vivido me siento un marxista hormonal, sin más explicación ideológica. Durante 70 años he comprobado el desastre que ha hecho el capitalismo en todo lo que me rodea, incluido el fútbol”.
Por eso siempre le dolieron los cuestionamientos a su gran cumbre: el Mundial del 78. En plena dictadura militar, se dice que Jorge Videla sobornó a árbitros para que Argentina fuera campeona del mundo. Pero, también es cierto, que el mismo Menotti fue objetivo político por su abierta afiliación al Partido Comunista, por su crítica a las desapariciones y a la muerte de su propio pueblo.
No obstante, le dolía más el desconocimiento al juego, con el que venció a una de las mejores Holanda de la historia. “Carlos Monzón fue campeón del mundo de boxeo y Guillermo Vilas ganaba en el tenis, pero nadie los juzgó”, afirmó alguna vez. Y otra, más en su tono: “Sigo sin aceptar que se ponga en duda aquella victoria. Hay que ser muy hijo de puta para decir que algún jugador peruano se dejó ganar”.
Su albiceleste, hoy, es recordada como una de las mejores de la historia, tanto, que fue la esencia que fundó toda la ideología del fútbol argentino, la idea del potrero, la que ellos llaman “la nuestra”. La esencia del fútbol de barrio, el que Menotti amaba y defendía. La que buscó recuperar cuando, en uno de sus actos finales, construyó el proyecto de Lionel Scaloni. Esa filosofía tan arraigada que muchos llaman el “menottismo”, cosa que le parecía, eso sí, una verdadera estupidez: “Existe el marxismo, el capitalismo, el peronismo. El menottismo me parece un disparate como metáfora futbolística, una boludez”.
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