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Mientras se jugaba el Mundial de Argentina en 1978, los gritos de los aficionados en los estadios opacaban los reclamos que hacían las Madres de la Plaza de Mayo. Marchaban para exigir el regreso a casa de sus hijos desaparecidos. En aquel entonces, los reflectores iluminaban a Mario Alberto Kempes y a Teófilo Cubillas, pero pocos le daban repercusión a la represión que encabezó la dictadura del general Jorge Videla, esa se mantuvo en la oscuridad.
Entre miércoles y jueves en la noche los ojos del mundo del fútbol se posaron en Colombia, sin embargo, su atención no se centró ni en los jugadores ni en las estrategias. Mientras que el balón rodaba fuera de las canchas se jugaba otra historia y los disparos que destacaban no eran precisamente los de los delanteros.
El fútbol históricamente ha sido una cortina de humo. Con frases como “el fútbol es el opio del pueblo” y en la misma línea: “para el pueblo, pan y circo” o fútbol. Hay quienes creen que el balón y la política deben estar aparte el uno del otro, que no deben mezclarse. Lo que pasó el miércoles entre Júnior y River Plate, y horas más tarde entre Atlético Nacional y Nacional de Montevideo mostró que su relación es, no solo estrecha, sino innegable. Realidad que se ratificó un día después con el duelo entre América y Atlético Mineiro, en el que los escarlatas cayeron 3-1.
Lea: Mineiro eliminó a América en medio de protestas y gases lacrimógenos en Barranquilla
El fútbol, como toda actividad humana, tiene un contexto que se estructura a partir de la sociedad que lo rodea. A veces los futbolistas viven en una burbuja en la que los temas sociales y políticos no importan, pero cada tanto esa burbuja estalla y produce mucho ruido. Este deporte no solo se cuenta por los resultados sino también por lo que ocurre fuera de los estadios, aunque haya quienes quieren que se nos olvide.
Mientras en Barranquilla y en Pereira, los manifestantes decían en sus arengas que “el fútbol no se juega”, o que “sin paz no hay fútbol”, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), disparaba gases lacrimógenos y granadas aturdidoras. Marcelo Gallardo, técnico de River, caminaba por la cancha del estadio Romelio Martínez de Barranquilla mientras afuera del recinto se escuchaban los estruendos y el gas se empezó a sentir: ojos llorosos, nariz y garganta seca. Pese a la posibilidad de que el partido fuera suspendido, el alcalde de la capital del Atlántico, Jaime Pumarejo, siguió como si nada y se jugó el partido.
Pese a las demoras, ambos equipos saltaron a la cancha. En pleno minuto de silencio, realizado para rendir homenaje a las víctimas de la pandemia, se produjo una postal para la historia del fútbol sudamericano. Mientras los jugadores agacharon la cabeza en un acto de respeto, los estruendos causados por el Esmad se apoderaban de la escena.
El partido arrancó y las explosiones se escuchaban cada tanto. En el minuto 23, cuando parecía que el juego podía continuar con aparente normalidad, ingresaron gases lacrimógenos al campo de juego. En los últimos minutos del encuentro, el conjunto local dejó escapar el triunfo (el duelo quedó 1-1) pero tal y como dijo Diego Latorre en la transmisión del partido: Es irrespetuoso hablar del fútbol cuando pasan cosas graves, que importan de verdad.
“Uno no se puede abstraer de lo que está pasando (...) No es normal jugar un partido en una situación tan inestable”, concluyó Gallardo, entrenador de River Plate, en la rueda de prensa posterior al partido. En ese momento la noche aún era joven.
Más: Gallardo: “No es normal jugar en una situación tan inestable para el pueblo colombiano”
Mientras en Barranquilla se disipaba el gas, en Pereira reinaba la incertidumbre: Atlético Nacional y Nacional de Montevideo estaban cada vez más cerca del inicio del partido. Horas antes del saque inicial un grupo de hinchas se congregó junto al hotel Movich, donde se hospedaba el plantel uruguayo, y en sus cánticos dejaron claro que no querían que el encuentro se llevara a cabo. Fútbol con paz, pedían las personas de la ciudad que llora a Lucas Villa, manifestante asesinado esta semana.
Así y todo, la policía de Pereira dispersó a los manifestantes y los uruguayos, que en un principio se habían rehusado a jugar por la falta de garantías, ante la amenaza de perder los puntos, llegaron al Hernán Ramírez Villegas. El partido empezó horas después de lo establecido y estuvo marcado por roces en la previa. En el sorteo del partido, el argentino Gonzalo Bergessio, capitán de los visitantes, criticó la falta de empatía del conjunto verdolaga. Mientras tanto, los dirigentes colombianos mantuvieron el silencio.
Al final, fue un juego sin emociones. 0-0, un jugador menos en la visita, y un país que mientras caía la noche, veía como los videos de abusos policiales inundaban las redes por decimoquinto día consecutivo. Después del partido y con la cabeza más fría, Alejandro Cappuccio, entrenador del bolso hizo esta reflexión: “Quiero saludar al pueblo colombiano que nos hizo saber que nosotros no éramos el problema, el único tema es que el fútbol al generar tanta tensión es un factor donde la gente se puede expresar y tener difusión”
Las declaraciones del estratega uruguayo tocan un tema esencial dentro de las movilizaciones y su relación con estos partidos. Los manifestantes saben lo que representa el fútbol, no solo para Colombia, sino para la región. Cuando un deporte que paraliza el continente es noticia por algo que pasa fuera de él, el mundo se entera.
El mensaje de los manifestantes fue claro. Entre sus reclamos, la no normalización de la violencia que han visto en los últimos días. Según la ONG Temblores, al menos 41 personas han muerto producto de la represión por parte de la policía y 313 han sido víctimas de violencia física a manos de la policía.
El hecho de que se ponga en entredicho la realización de eventos futbolísticos es negativo para el Gobierno colombiano y para la Conmebol ya que en lugar de dar un parte de tranquilidad acerca de la realización de la Libertadores y la Copa América, ocurrió todo lo contrario. “Me extraña que el equipo colombiano siendo su gente no haga nada”, concluyó Juan Pablo Sorín, exfutbolista argentino y mundialista, que también se pronunció y calificó el episodio como una vergüenza.
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Si bien, el jueves en la mañana la Conmebol ratificó a Colombia y Argentina como sedes de la Copa América que empezará en menos de 30 días, la situación social del país estará bajo vigilancia. Más aún después de que el juego entre América y Atlético Mineiro, también en Barranquilla, se tuviera que parar al menos siete veces porque los gases lacrimógenos que utilizaban las autoridades para controlar a los manifestantes a las afueras del escenario llegaron hasta el terreno de juego y afectaron a jugadores, cuerpos técnicos y personal de apoyo del evento.
Los contratiempos para el torneo continental no terminan. La situación social y sanitaria no permitió que se jugara el partido de vuelta de cuartos de final entre Deportivo Cali y Deportes Tolima en el estadio de Palmira y Dimayor lo aplazó indefinidamente. ¿Aún se jugará la liga?
En contexto: Vuelve y juega: Cali vs Tolima, aplazado y sin fecha definida
Por otro lado, según una publicación de El Tiempo, se dice que tres patrocinadores de la competencia le habrían dicho a la Conmebol que “no iban a participar en un torneo en un país de tan difícil situación de orden público y cuestionado por importantes organismos internacionales de no respetar los derechos humanos”.
El cambio de sede en eventos Conmebol tuvo un precedente reciente, aunque no de la misma proporción. En 2019, la Conmebol designó a Santiago de Chile como la sede de la primera final a partido único en la historia de la Libertadores. Curiosamente, como ahora pasa en Colombia, ese mismo año se produjo en ese país un estallido social por el descontento que tenía la población chilena ante la subida de precios en el transporte público, la desigualdad y la corrupción. Las movilizaciones empezaron el 18 de octubre y concluyeron en marzo del siguiente año.
La final se iba a jugar en el Estadio Nacional el 23 de noviembre de 2019. Los protagonistas: River Plate y Flamengo de Brasil. La incertidumbre era notable. El 30 de octubre el Gobierno de Sebastián Piñera envió un parte de tranquilidad en el que confirmó a Santiago como sede de la final. Cinco días después la Conmebol anunció que la final se jugaría en Lima, Perú.
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En una fecha tan atípica se echan de menos las opiniones de personalidades como Diego Maradona, quien dijo en su retiro que la pelota no se mancha. ¿Habrá Copa América en Colombia? Solo la Conmebol sabe, parece que es la única postura que importa.