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En un vagón del metro de Moscú un inglés le dice a otro que pagó 350 libras esterlinas ($1.328.000) por una entrada para el partido frente a Croacia. Otros dos hablan de una posible final contra Francia, el rival de siempre, no solo en la cancha, también a lo largo de la historia de ambas naciones (la guerra de los 100 años en el siglo XIV), mientras que una mujer le cuenta a su novio que un día antes del encuentro más de tres mil ingleses salieron desde Londres rumbo a la capital rusa para asistir a la semifinal del Mundial. El pedido del gobierno británico para que su gente no viniera hasta este país luego de la tensión diplomática por el envenenamiento de Sergei Skripal, un espía soviético que traicionó a decenas de los suyos por apoyar al servicio secreto de la reina, quedó atrás, pues las calles de la capital se llenaron de banderas blancas y rojas, y de camisetas, y de aficionados cantando “the football it’s coming home” (el fútbol vuelve a casa). (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
Y en el estadio de Luzhniki, el más grande de esta Copa del Mundo (78.011 personas), sus cánticos fueron tan fuertes como los de los croatas, que en los últimos días llegaron en gran cantidad, pues el estruendo de pocos ya no fue suficiente para estas instancias y eran necesarios muchos. Pero este duelo fue más allá del fútbol, de la pelota misma, e involucró otras cosas y a otros hinchas. Como por ejemplo, el grito de un grupo de argentinos que no solo le recordó a los ingleses el gol de Diego Maradona en el Mundial de México en 1986, sino el dolor que aún conservan por la Guerra de las Malvinas (1982), conflicto en el que el país suramericano perdió cientos de jóvenes sin experiencia militar, sin vocación de soldados, simplemente chicos.
También los silbidos de los rusos cada vez que el croata Domagoj Vida tocó el balón. La razón: su polémica celebración en el choque de cuartos de final, en la que le dedicó la victoria a Ucrania, una nación que vive en una disputa constante con los anfitriones del torneo. Y cómo olvidar a los colombianos, en menor cantidad, que se anticiparon a lo que nunca sucedió y por eso estuvieron sentados en las tribunas alentando a Croacia como si esa acción fuera un acto de lealtad con la tricolor. Y guardaron silencio tras el golazo de Kieran Trippier, de tiro libre, en el minuto cinco, por solidaridad con los balcánicos. Y sintieron nervios con cada arrancón de Raheem Sterling, un hombre que parece tener tres pulmones y que corrió desenfrenado por toda la cancha poniendo en aprietos a la zaga del equipo dirigido por Zlatko Dalic. (Lea: Ivan Rakitic, de arquitecto a figura con la selección de Croacia)
Pero volvamos a la afición inglesa y sus canciones para poner nervioso al portero Daniel Subasic, para alentar a sus jugadores, en especial a Harry Kane, el más ovacionado en cada ataque y acción de peligro. Y la algarabía cada vez que Ivan Rakitic falló un pase o cuando Luka Modric manoteó como muestra de desespero, de frustración. Porque para eso se prestó la segunda semifinal del Mundial, para arengas de ambos lados, pues el juego fue rápido, de vértigo, tanto para los que estuvieron abajo como los que miraron desde arriba. Y en la segunda parte, cuando Croacia apretó, cuando intentó tomar el control, tuvo su recompensa gracias a Ivan Perisic y su pierna estirada por delante de Kyle Walker que bien pudo ser sancionada como jugada peligrosa, pero que generó el bullicio de los croatas, de todo el estadio. Y hubo locura infundada en la emoción y eso lo sintieron los jugadores, sobre todo Perisic, que con un remate suyo, que se estrelló en el palo, logró que el siempre tranquilo Gareth Southgate saliera del banco y empezara a caminar por la zona técnica, algo poco visto en este Mundial.
Croacia, como Colombia en los octavos de final, desnudó las debilidades de Inglaterra, demostró que no coordinan tan bien bajo presión y que se equivocan cuando el susto los invade, cuando no dictaminan los ritmos y tampoco los tiempos. Y como kamikazes, como si se tratara de su guerra de independencia, la selección de Croacia alteró todo a punta de vehemencia y de entrega, y ya después de inteligencia para desestabilizar al rival. “Nosotros tomamos cada desafío como si fuera de vida o muerte”, dijo antes del partido Kolinda Grabar-Kitarović, presidente croata, la misma que no se aguantó las ganas y rompió con toda diplomacia tras el tanto de Perisic, la que viajó hasta Rusia en clase turista y la que adelantó dos semanas de trabajo para poder venir a disfrutar de la fiesta sin incumplir con sus obligaciones. (Lea: Croacia, de sufrir la guerra a soñar con la final del Mundial)
Croacia se adueñó de la prórroga
El fútbol alecciona, sea en un mismo partido o más adelante, pero siempre lo hace. Y en esta ocasión fue en el tiempo extra, cuando los croatas jugaron con el miedo de los ingleses, los acorralaron y fueron dinamitando su aguante. Y como la gota que perfora la roca, los campeones del mundo en 1966 cedieron en el segundo tiempo de la prórroga, en un instante que no ameritaba mayor peligro y que terminó con Mario Mandzukic, el delantero paciente, definiendo para el 2-1 con el que un pequeño país de los balcánes hizo historia al alcanzar su primer final en el evento más importante del planeta, superando a la poderosa Inglaterra, mejorando lo hecho hace 20 años por Davor Suker y los suyos, o mejor dicho, tomando el legado de quienes dieron a conocer una nación nueva, creciente y que ahora está de moda en toda Rusia. El próximo rival será Francia, este domingo, en un duelo de estilos que se puede dar gracias a la hazaña de los croatas, algo que vienen naturalizando desde el día de su independencia, el 8 de octubre de 1991.