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Dicen los hinchas de Atlético Nacional que ningún futbolista los representa tanto como Daniel Muñoz Mejía. En apenas siete meses el lateral derecho de 23 años, nacido en el municipio antioqueño de Amalfi, se ha ganado el corazón de la exigente afición verdolaga.
A pulso, se apoderó de un lugar en el once de lujo del técnico Juan Carlos Osorio, quien no se casa con nadie ni le regala nada a nadie, pero tampoco esconde su preferencia por los jugadores polifuncionales, modernos como Daniel, a quien puede utilizar en la defensa, bien sea de lateral o de central; como volante de marca, creativo y hasta delantero.
Pero más importante que lograr que el estratega risaraldense lo tenga en cuenta ha sido ganarse el respeto de sus compañeros, que lo aceptaron como capitán, nada menos que en reemplazo del histórico Alexis Henríquez.
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“Llevar el brazalete significa mucho para mí: responsabilidad, orgullo y compromiso. Los que se fueron ganaron mucho, pero yo, mientras esté acá, voy a tratar de dar el máximo, ser un ejemplo y trabajar con disciplina y humildad para que llegue la recompensa”, dice con un acento paisa bien marcado.
Su historia en el fútbol comenzó en la comuna siete de Bello. Cuando apenas tenía seis años sus padres, Germán y Franci, llegaron a vivir al barrio Niquía Camacol, en donde Daniel pronto se hizo conocer.
Se la pasaba de arriba para abajo con la camiseta de Atlético Nacional, el club que toda la familia amaba. Comenzó a entrenar en la Escuela de Fútbol Cosmos, en la que duró muy poco porque Envigado lo vinculó a las divisiones menores.
Con el equipo naranja jugó el Ponyfútbol antes de irse un par de años al Arco Zaragoza, uno de los equipos más tradicionales del balompié aficionado en Medellín. Por esos días Daniel se preocupaba tanto por entrenar como por seguir al Nacional. Era integrante de la barra Los del Sur y no fallaba a ningún partido en el Atanasio Girardot. De hecho, celebró el doblete de 2007 y rasgó su garganta coreando el nombre de sus ídolos de entonces: Aldo Leao Ramírez y Camilo Zúñiga. Después, ya adolescente, comenzó a viajar a algunos los partidos del verde paisa en otros estadios del país.
Apareció entonces un empresario que por poco malogra su carrera. Con apenas 16 años lo llevó a México, España e Italia. Le prometió millonarios contratos, pero en realidad solamente había conseguido pruebas en clubes de poco prestigio. Sin dinero, Daniel aguantó casi dos años esperando la gran oportunidad que no llegó.
Ya había decidido retirarse del fútbol y ponerse a trabajar a su regreso a casa, pero apareció en su camino Gabriel Sepúlveda, un entrenador que lo tenía referenciado de su paso por Envigado y había fundado el club Total Soccer.
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“Lo conocía muy bien y sabía de sus condiciones y personalidad, era un talento que no se podía desperdiciar”, recuerda el DT. Lo invitó entonces a jugar el torneo nacional sub-20, que fue su gran vitrina.
José Fernando Salazar, exfutbolista y máximo accionista de Águilas de Rionegro, le hizo seguimiento por recomendación del técnico Juan Eugenio Jiménez. Y como tenía condiciones, no tardó en debutar como profesional. Con el equipo del oriente antioqueño jugó casi cien partidos y marcó tres goles antes de que Juan Carlos Osorio lo llevara a Nacional, con el que firmó contrato hasta 2022.
Lo que no imaginaron ni el entrenador ni el jugador es que se adaptaría tan rápido. De hecho, no llevaba ni diez partidos con la camiseta verde cuando Carlos Queiroz lo convocó a la selección de Colombia para los amistosos de septiembre pasado ante Brasil y Venezuela, aunque una lesión muscular lo dejó fuera de la lista de viajeros.
“Sigue siendo mi objetivo y se cumplirá cuando Dios quiera”, dice Daniel convencido de que tiene con qué pelear un cupo para la eliminatoria al Mundial de Catar y la Copa América de junio.
Y mientras crecen los rumores sobre el interés que tienen en él clubes de Argentina y Brasil, Daniel se preocupa por seguir exhibiendo sus cualidades. En 28 partidos con Nacional completó ocho goles.
“El profe me pide que pise más el área, aunque eso es parte de mi ADN, que ataque constantemente y aproveche mi condición física para ir y venir”, explica con la calma del veterano en el que se ha convertido desde que luce la cinta de capitán, un símbolo que a cualquier futbolista le exige mayor serenidad en los momentos complicados y con el que selló su romance con la afición verdolaga, esa que lo ve como un hincha que se metió a la cancha e hizo realidad el sueño que tienen todos.