David Ospina, el arquero que lo ha dado todo por la selección de Colombia
El antioqueño lleva 14 años jugando con la selección y labrando una historia que este sábado, frente a Uruguay, lo convierte en el futbolista con más partidos en el equipo de mayores.
El relato es conocido por todos, pues David Ospina lo ha repetido hasta la fatiga: un día, en el Club Deportivo Alexis García, los arqueros no fueron al entrenamiento y a Darío Castañeda le dio por mandar a uno de sus mejores delanteros, al ambidiestro, al arco; claro, con el consentimiento del niño de nueve años que solo quería hacer goles.
Paradójicamente, su camino estaría trazado para evitarlos, no para llevar la cuenta de los que hacía, como sucedió el poco tiempo que jugó adelante, sino para recordar las atajadas más importantes. Entonces Ospina, que armaba una pelota improvisada con las medias de sus papás y su hermana para hacer las veces de goleador en el apartamento de Santa María La Nueva, en Itagüí, olvidó el placer de marcar y se dedicó a ser custodio de una portería.
Le puede interesar: Todo lo que necesita saber de la Copa América
Su historia bien podría ser catalogada como prodigiosa, pero no como particular. Eso sí, muy limpia, muy cerca de ser perfecta. Ospina debutó como profesional a los 16 años, cuando Santiago Escobar lo puso a tapar en un partido entre Nacional y Cúcuta Deportivo en San Cristóbal (Venezuela), cuando ganaba $300.000 por ser menor de edad y tuvo que pedir permiso de sus papás para salir del país.
En 2007 fue bicampeón del fútbol colombiano (el arquero más joven en hacerlo) y en 2008, como se pronosticaba, dio el salto al exterior, más exactamente al Niza de Francia, club que pagó 2,4 millones de euros por tenerlo.
Quizá fue muy rápido, un poco vertiginoso y por eso las ganas de regresar, pues Ospina pasó de ser titular indiscutible a sentarse en el banco de suplentes, vivir en un hotel y sufrir por las dificultades del idioma. Si bien sabía que no iba a jugar los primeros seis meses (así se lo habían dicho las directivas del equipo francés), el cambio fue duro, lento y muy largo.
Para ese entonces ya sabía lo que era estar en una selección juvenil de Colombia gracias a Eduardo Lara, que lo llevó Mundial sub-20 de Holanda en 2005, torneo en el que fue la segunda opción por detrás de Libis Arenas, un año mayor que él.
En 2007, sin esperarlo, se estrenó con el equipo de mayores en un encuentro amistoso con Uruguay en Cúcuta. Jorge Luis Pinto lo llamó para que compartiera y absorbiera, cual esponja, todo lo que pudiera de Miguel Calero, pero Ospina terminó en la cancha luego de que el caleño fuera expulsado al minuto 13. Ese día, un 7 de febrero, ingresó por David Ferreira y comenzó una historia que a la fecha ya va por las 112 apariciones (contado el partido contra Uruguay en la Copa América).
Soportar, aprender y triunfar
Hay que hacer una pausa en Francia y en lo que atravesó Ospina con Niza. En cómo asimiló la transición de ganarlo todo y pelear campeonatos de este lado del Atlántico para llegar a Europa a disputar descensos.
Claro, y en la ansiedad de no perder la categoría que traspasó al plano personal y que, por fortuna —o, mejor, por su trabajo— no se vio reflejada en los partidos.
Es importante entender lo anterior, pues fue por esa época cuando la selección de Colombia se convirtió en un bálsamo para un arquero que, si bien se hizo imprescindible para su equipo, no podía evitar las derrotas y las frustraciones cuando el éxito individual no era directamente proporcional al colectivo. Sí, Ospina tapaba de todo, pero Niza no ganaba, y él sacaba tres, cuatro, hasta cinco pelotas de gol por encuentro, pero le era imposible contenerlas todas.
Su primer partido por eliminatoria fue el 29 de marzo de 2009 frente a Bolivia, en Bogotá. Lara, que lo conocía y venía siguiendo sus actuaciones en Francia, lo puso como titular en la victoria 2-0. En el camino a Sudáfrica 2010, con Agustín Julio como primera opción, Ospina fue convocado diez veces, jugó seis y completó 540 minutos. De hecho, desde el 10 de octubre de ese año (en la derrota 4-2 con Chile en Medellín), el antioqueño se adueñó del número uno del equipo nacional sin importar que las cuentas no dieran para clasificar a la Copa del Mundo.
En 2011, con Hernán Darío Gómez como DT, Ospina tenía todo para estrenarse en una Copa América, la de Argentina. Sin embargo, en un entrenamiento en la cancha de Unión de Santa Fe, previo al duelo con Costa Rica, el portero chocó con Hugo Rodallega y se fracturó el tabique. En su reemplazo Luis Neco Martínez atajó en un torneo en el que Colombia quedó fuera en cuartos de final con Perú (2-0).
Le puede interesar: Yerry Mina, el rey de Guachené
Ospina empezó a sumar minutos y supo hacerse con la titularidad. Y entonces aparecieron los rumores de que el PSG lo quería, de que había ofertas de otras ligas europeas y que Niza ya no era lo suficientemente bueno para él —así lo dijo el diario L’Equipe en su momento—.
Entonces el colombiano, de comedidas palabras, se hizo ídolo a orillas del Mediterráneo, su camiseta fue una de las más vendidas y los aficionados empezaron a repetir su apellido como si en vez de una o en el comienzo tuviera una u. Y gracias a esa labor, que todavía perdura, fue incluido en el onceno de la década de una institución que se conforma, simplemente, con no perder la categoría y, por qué no, ganarle uno que otro clásico al opulento Mónaco.
Con Pékerman se consolidó
Para las eliminatorias de Brasil 2014, con el argentino José Néstor Pékerman a la cabeza, David Ospina fue el jugador con más partidos y minutos (16 y 1.440). No solo deslindó las dudas, si es que las había, sino que fue la columna del equipo que regresó a una Copa del Mundo luego de 16 años. Y el verbo “gustar” resultó muy corto para explicar lo que él le brindaba al equipo: la seguridad que daba atrás para que los de adelante pudieran hacer su trabajo y cómo se hizo útil para los suyos. Sí, porque para Ospina la selección es una familia, es volver a las raíces.
Debutó y, como la mayoría del equipo, tuvo un buen Mundial en Brasil. No pudo contener el zapatazo de David Luiz y, con la dignidad por encima de todo, aceptó la eliminación en cuartos de final.
Pronto llegaron las Copas América, la de Chile en 2015, la del Centenario en 2016 (se clasificó a semifinales gracias a su gran actuación en los penaltis frente a Perú) y de nuevo el camino a otro Mundial, ya no solo con el talento y las agallas, sino con el liderazgo de ser el portero de un club inglés, el Arsenal, equipo que lo contrató en 2014 y donde vivió varias etapas, primero siendo titular en partidos de poca relevancia para después ser el hombre de confianza de Arsene Wenger, a pesar de las constantes críticas por su estatura y por no ser portentoso, pues en la Premier tienen arraigada la creencia de que si se quiere ser guardameta es necesario medir más de 1,90 centímetros (Ospina tiene 1,84).
Lea aquí: Las travesuras de Luis Fernando Muriel
Llegó otra eliminatoria, los 18 juegos y los 1.620 minutos y el tiquete a Rusia 2018, campeonato en el que Ospina se encargó de descolgar centros, achicar a los delanteros rivales y, de cuando en cuando, volar de palo a palo. En esta oportunidad, con treinta años, no pudo evitar la tristeza de quedar fuera en octavos a manos de los ingleses (por penaltis) y el tajo de humedad en el rostro se hizo inevitable, las lágrimas que sus compañeros intentaron contener con abrazos, y el recuerdo para siempre de Ospina volando al palo izquierdo para frenar el remate de Jordan Henderson.
El año pasado, ya siendo jugador del Nápoles por las pocas oportunidades en Londres, el portero paisa demostró lo que vale para él representar a su país. En la Copa América de Brasil abandonó la concentración por el delicado estado de salud de su padre y a los pocos días, sin importar el trajín de cruzar medio continente, regresó a São Paulo para estar en el partido contra Chile en los cuartos de final (se perdió 5-4 en los penaltis).
En este trastocado 2020 no pudo viajar para los dos primeros juegos de la eliminatoria rumbo a Catar frente a Venezuela y Chile (por un aislamiento preventivo por el COVID-19), pero estuvo en las dolorosas derrotas contra Uruguay y Ecuador y ahora, con Reinaldo Rueda al mando sigue sumando partidos.
Contra Uruguay, en la Copa América 2021, llegará a 112 superando la marca de Carlos El Pibe Valderrama, que durante muchos años fue el futbolista que más veces jugó con la selección.
Ospina es muy necesario en la tricolor, porque más allá de que esté dispuesto a tapar con las manos, las piernas, la cara o lo que sea para que la pelota no entre, tenerlo ya hace parte de la identidad y del fútbol mismo de esta selección de Colombia.
*Texto publicado en noviembre de 2020
El relato es conocido por todos, pues David Ospina lo ha repetido hasta la fatiga: un día, en el Club Deportivo Alexis García, los arqueros no fueron al entrenamiento y a Darío Castañeda le dio por mandar a uno de sus mejores delanteros, al ambidiestro, al arco; claro, con el consentimiento del niño de nueve años que solo quería hacer goles.
Paradójicamente, su camino estaría trazado para evitarlos, no para llevar la cuenta de los que hacía, como sucedió el poco tiempo que jugó adelante, sino para recordar las atajadas más importantes. Entonces Ospina, que armaba una pelota improvisada con las medias de sus papás y su hermana para hacer las veces de goleador en el apartamento de Santa María La Nueva, en Itagüí, olvidó el placer de marcar y se dedicó a ser custodio de una portería.
Le puede interesar: Todo lo que necesita saber de la Copa América
Su historia bien podría ser catalogada como prodigiosa, pero no como particular. Eso sí, muy limpia, muy cerca de ser perfecta. Ospina debutó como profesional a los 16 años, cuando Santiago Escobar lo puso a tapar en un partido entre Nacional y Cúcuta Deportivo en San Cristóbal (Venezuela), cuando ganaba $300.000 por ser menor de edad y tuvo que pedir permiso de sus papás para salir del país.
En 2007 fue bicampeón del fútbol colombiano (el arquero más joven en hacerlo) y en 2008, como se pronosticaba, dio el salto al exterior, más exactamente al Niza de Francia, club que pagó 2,4 millones de euros por tenerlo.
Quizá fue muy rápido, un poco vertiginoso y por eso las ganas de regresar, pues Ospina pasó de ser titular indiscutible a sentarse en el banco de suplentes, vivir en un hotel y sufrir por las dificultades del idioma. Si bien sabía que no iba a jugar los primeros seis meses (así se lo habían dicho las directivas del equipo francés), el cambio fue duro, lento y muy largo.
Para ese entonces ya sabía lo que era estar en una selección juvenil de Colombia gracias a Eduardo Lara, que lo llevó Mundial sub-20 de Holanda en 2005, torneo en el que fue la segunda opción por detrás de Libis Arenas, un año mayor que él.
En 2007, sin esperarlo, se estrenó con el equipo de mayores en un encuentro amistoso con Uruguay en Cúcuta. Jorge Luis Pinto lo llamó para que compartiera y absorbiera, cual esponja, todo lo que pudiera de Miguel Calero, pero Ospina terminó en la cancha luego de que el caleño fuera expulsado al minuto 13. Ese día, un 7 de febrero, ingresó por David Ferreira y comenzó una historia que a la fecha ya va por las 112 apariciones (contado el partido contra Uruguay en la Copa América).
Soportar, aprender y triunfar
Hay que hacer una pausa en Francia y en lo que atravesó Ospina con Niza. En cómo asimiló la transición de ganarlo todo y pelear campeonatos de este lado del Atlántico para llegar a Europa a disputar descensos.
Claro, y en la ansiedad de no perder la categoría que traspasó al plano personal y que, por fortuna —o, mejor, por su trabajo— no se vio reflejada en los partidos.
Es importante entender lo anterior, pues fue por esa época cuando la selección de Colombia se convirtió en un bálsamo para un arquero que, si bien se hizo imprescindible para su equipo, no podía evitar las derrotas y las frustraciones cuando el éxito individual no era directamente proporcional al colectivo. Sí, Ospina tapaba de todo, pero Niza no ganaba, y él sacaba tres, cuatro, hasta cinco pelotas de gol por encuentro, pero le era imposible contenerlas todas.
Su primer partido por eliminatoria fue el 29 de marzo de 2009 frente a Bolivia, en Bogotá. Lara, que lo conocía y venía siguiendo sus actuaciones en Francia, lo puso como titular en la victoria 2-0. En el camino a Sudáfrica 2010, con Agustín Julio como primera opción, Ospina fue convocado diez veces, jugó seis y completó 540 minutos. De hecho, desde el 10 de octubre de ese año (en la derrota 4-2 con Chile en Medellín), el antioqueño se adueñó del número uno del equipo nacional sin importar que las cuentas no dieran para clasificar a la Copa del Mundo.
En 2011, con Hernán Darío Gómez como DT, Ospina tenía todo para estrenarse en una Copa América, la de Argentina. Sin embargo, en un entrenamiento en la cancha de Unión de Santa Fe, previo al duelo con Costa Rica, el portero chocó con Hugo Rodallega y se fracturó el tabique. En su reemplazo Luis Neco Martínez atajó en un torneo en el que Colombia quedó fuera en cuartos de final con Perú (2-0).
Le puede interesar: Yerry Mina, el rey de Guachené
Ospina empezó a sumar minutos y supo hacerse con la titularidad. Y entonces aparecieron los rumores de que el PSG lo quería, de que había ofertas de otras ligas europeas y que Niza ya no era lo suficientemente bueno para él —así lo dijo el diario L’Equipe en su momento—.
Entonces el colombiano, de comedidas palabras, se hizo ídolo a orillas del Mediterráneo, su camiseta fue una de las más vendidas y los aficionados empezaron a repetir su apellido como si en vez de una o en el comienzo tuviera una u. Y gracias a esa labor, que todavía perdura, fue incluido en el onceno de la década de una institución que se conforma, simplemente, con no perder la categoría y, por qué no, ganarle uno que otro clásico al opulento Mónaco.
Con Pékerman se consolidó
Para las eliminatorias de Brasil 2014, con el argentino José Néstor Pékerman a la cabeza, David Ospina fue el jugador con más partidos y minutos (16 y 1.440). No solo deslindó las dudas, si es que las había, sino que fue la columna del equipo que regresó a una Copa del Mundo luego de 16 años. Y el verbo “gustar” resultó muy corto para explicar lo que él le brindaba al equipo: la seguridad que daba atrás para que los de adelante pudieran hacer su trabajo y cómo se hizo útil para los suyos. Sí, porque para Ospina la selección es una familia, es volver a las raíces.
Debutó y, como la mayoría del equipo, tuvo un buen Mundial en Brasil. No pudo contener el zapatazo de David Luiz y, con la dignidad por encima de todo, aceptó la eliminación en cuartos de final.
Pronto llegaron las Copas América, la de Chile en 2015, la del Centenario en 2016 (se clasificó a semifinales gracias a su gran actuación en los penaltis frente a Perú) y de nuevo el camino a otro Mundial, ya no solo con el talento y las agallas, sino con el liderazgo de ser el portero de un club inglés, el Arsenal, equipo que lo contrató en 2014 y donde vivió varias etapas, primero siendo titular en partidos de poca relevancia para después ser el hombre de confianza de Arsene Wenger, a pesar de las constantes críticas por su estatura y por no ser portentoso, pues en la Premier tienen arraigada la creencia de que si se quiere ser guardameta es necesario medir más de 1,90 centímetros (Ospina tiene 1,84).
Lea aquí: Las travesuras de Luis Fernando Muriel
Llegó otra eliminatoria, los 18 juegos y los 1.620 minutos y el tiquete a Rusia 2018, campeonato en el que Ospina se encargó de descolgar centros, achicar a los delanteros rivales y, de cuando en cuando, volar de palo a palo. En esta oportunidad, con treinta años, no pudo evitar la tristeza de quedar fuera en octavos a manos de los ingleses (por penaltis) y el tajo de humedad en el rostro se hizo inevitable, las lágrimas que sus compañeros intentaron contener con abrazos, y el recuerdo para siempre de Ospina volando al palo izquierdo para frenar el remate de Jordan Henderson.
El año pasado, ya siendo jugador del Nápoles por las pocas oportunidades en Londres, el portero paisa demostró lo que vale para él representar a su país. En la Copa América de Brasil abandonó la concentración por el delicado estado de salud de su padre y a los pocos días, sin importar el trajín de cruzar medio continente, regresó a São Paulo para estar en el partido contra Chile en los cuartos de final (se perdió 5-4 en los penaltis).
En este trastocado 2020 no pudo viajar para los dos primeros juegos de la eliminatoria rumbo a Catar frente a Venezuela y Chile (por un aislamiento preventivo por el COVID-19), pero estuvo en las dolorosas derrotas contra Uruguay y Ecuador y ahora, con Reinaldo Rueda al mando sigue sumando partidos.
Contra Uruguay, en la Copa América 2021, llegará a 112 superando la marca de Carlos El Pibe Valderrama, que durante muchos años fue el futbolista que más veces jugó con la selección.
Ospina es muy necesario en la tricolor, porque más allá de que esté dispuesto a tapar con las manos, las piernas, la cara o lo que sea para que la pelota no entre, tenerlo ya hace parte de la identidad y del fútbol mismo de esta selección de Colombia.
*Texto publicado en noviembre de 2020