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Ni sus expresiones ni su discurso demuestran los 25 años que dice tener. El dolor y la confusión acompañan con serenidad los párrafos que decidió escribir para contar su historia. Matheus de Oliveira Saroli nunca olvidará que un descuido fue lo único que lo salvó de morir en la tragedia aérea de Chapecoense, que no sólo le arrebató la vida a su padre, sino que enlutó a 70 familias más.
Nació en Braga, Portugal, en la época en la que su progenitor Luiz Carlos Saroli o Caio Junior, como le decían de cariño, debutaba como jugador de fútbol. Desde niño la pasión por este deporte corría por sus venas y la experiencia que fue adquiriendo en el campo hoy se la debe a su papá, a quien ve como un ídolo. En esta vida o en otra.
De Oliveira Saroli reside en Curitiba, capital del estado de Paraná, al sur de Brasil. Fue atleta hasta sus 23 años, pero después de muchas lesiones dejó de jugar. Por eso estaba en sus planes para el próximo año formar parte del cuerpo técnico del Chapecoense, equipo brasileño que dirigía Caio como entrenador desde mayo de este año, luego de vivir dos exitosas temporadas en Emiratos Árabes con el club de Dubai Al Shabab en 2015. Quería seguir sus pasos. El éxito que alcanzó su padre lo tenía atónito, esperanzado y soñador.
“Mi papá estaba siempre muy pendiente de todos sus clubs, pero este, sin duda alguna, era especial. Era como una familia. Yo participaba siempre de las reuniones con él, estaba muy pendiente. Hablábamos de todos los juegos antes y después”, contó Matheus Saroli a El Espectador.
Con profunda nostalgia recuerda cuando Caio anotó dos goles para su pequeño y adorado Club Paraná en el campeonato de fútbol estatal Paranaense de 1997. También cuando hace diez años, en su primer trabajo como director, Saroli padre llevó al mismo club hacia la Copa Libertadores.
La sonrisa de Caio quedó retratada en la memoria de Matheus como sello indeleble. Se amaban con locura. Era un hombre alto, fornido y de tez blanca. Las arrugas que le salieron alrededor de sus ojos y pómulos lo hacían ver de más de 51 años. A parte del fútbol su pasión era su familia. Se casó siendo muy joven y fue papá en dos ocasiones. Tenía muchas canas sobre su cabeza; todas ellas repartidas con uniformidad y finura como si el blanco lo hiciera parecer más sabio.
La carrera del técnico del Chapecoense, club de fútbol con sede en Chapecó, Santa Catarina, se internacionalizó con rapidez. Entrenó también a Cianorte, Gama, Londrina, Palmeiras, Goiás, Vissel Kobe (de Japón) y a Al Gharafa (Qatar). A comienzos de 2016 regresó a su país con el sueño de devolverle el gran nivel de fútbol a Brasil.
“Estaba haciendo un trabajo memorable, el mejor de la historia del Club de Chape. Tenía numerosas propuestas para el año siguiente por parte de grandes clubes de fútbol Brasileños”, dijo de Oliveira Saroli.
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La Asociación Chapecoense de fútbol, fundada el 10 de mayo de 1973, surgió de la fusión de dos clubes amateur. Desde entonces los triunfos que comenzó a obtener el humilde equipo, que en un principio no tenía campo de entrenamiento ni gimnasio, llegaron a paso lento.
No fue sino hasta la década de los 90 cuando se consolidaron como uno de los cinco grandes clubes de Santa Catarina y, en un corto periodo de seis años, pasaron de la cuarta división a la Serie A, máxima categoría en la liga profesional de clubes de fútbol de Brasil. Fue toda una sorpresa cuando, luego de debutar en la Copa Sudamericana 2016, clasificaron a la final contra Atlético Nacional programada para el miércoles 30 de noviembre en el estadio Atanasio Girardot en Medellín.
Una semana antes de la Copa Sudamericana 2016 los medios registraban la clasificación del pequeño equipo como todo un “cuento de hadas”; una historia de superación única. Entre lágrimas, abrazos y felicitaciones, los jugadores celebraron su primera participación en una final internacional.
Para de Oliveira Saroli el papel que desempeñó su padre fue clave en la clasificación de dicha Copa: “Fue histórico. Algo increíble para Brasil. Estabamos todos muy felices. Nosotros sabíamos de su potencial como entrenador. Fue un trabajo espectacular. Las decisiones que él tomó en los juegos contra Independiente y San Lorenzo, fueron decisivas para el éxito que alcanzó el equipo”.
Dos días antes de la final y con las maletas llenas de ilusión, Chapecoense partió desde Brasil. Su plan de vuelo original era viajar directo hacia Colombia pero resultaron haciendo una inesperada escala en Bolivia. Desde ahí solo seis horas y 15 minutos los separaban de su gran sueño. 68 pasajeros entre jugadores, periodistas, técnicos y auxiliares, abordaron junto con nueve miembros de la tripulación el vuelo 2933 de la aerolínea venezolana con sede en Bolivia, LaMia, en un vuelo chárter internacional.
Faltando cinco minutos para aterrizar en el aeropuerto José María Córdoba en Rionegro, cuando el reloj marcaba las 9:55 p.m. del lunes 28 de noviembre, el avión se estrelló trágicamente contra las montañas cercanas al municipio La Ceja, en Antioquia. La falta de combustible y una “falla total eléctrica”, habrían sido los causantes del siniestro aéreo que dejó un saldo de 71 personas fallecidas.
La escena fue desoladora. En el lugar del accidente los rescatistas respiraban miseria. Una marca gigantesca de escombros y fuselaje triturado por el choque vistió el césped fangoso de aquel suelo antioqueño. La tempestad de aquella madrugada dificultó las labores de los rescatistas que intentaban trabajar en medio de lamentos, ruinas y muerte. Al final solo sobrevivieron seis pasajeros. Tres jugadores de los 22 que viajaron, un periodista, un técnico de aviación y una auxiliar de vuelo.
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Una semana antes de la tragedia, Matheus Saroli se encontraba en Sao Paulo resignado porque las directivas del Chapecoense no habían autorizado que jugadores ni cuerpo técnico viajasen acompañados de familiares. Sin embargo, en una decisión de último minuto se le notificó que sí podía ir a Medellín junto con su padre.
“Yo estaba intentando que mi padre me autorizara para viajar con él pero él no quería infringir las reglas. Por eso cuando viajé de Curitibia a Sao Paulo, no llevé mi pasaporte. Pero el lunes en la mañana cuando me levanté, él me llamó por teléfono y me dijo que al fin sí podía ir. Yo estaba muy feliz, con la certeza de que iría a Medellín con ellos”, indicó.
Cuando estaban dirigiéndose al aeropuerto, Caio Junior y su hijo conversaron.
–¿Y tu pasaporte?, le preguntó el entrenador.
Se miraron con confusión. De Oliveira Saroli comenzó a buscar el documento con desesperación.
–No puede ser…¡No lo traje!, respondió con rabia.
El hijo del director técnico tuvo que devolverse a su ciudad natal ubicada a siete horas y cinco minutos de Sao Paulo, en medio de la impotencia e irritación que le produjo el descuido. “La gran cosa es que necesitaba mi pasaporte para ir a Colombia. Pero ni él ni ellos sabían eso. Si hubieramos tenido la misma conversación antes y así hubiera sabido que viajaría con mi padre, sin duda alguna habría estado en el trágico viaje”, explicó.
Con un corto “los amo” Caio Junior se despidió de su familia antes de despegar hacia Medellín. Hasta el momento todo era felicidad, expectativa. Tenían claro que si ganaban la Copa pasarían a la historia. El plan era llegar a Medellín antes de la medianoche del lunes. Las horas pasaban con prisa y Caio no reportaba aún su llegada. Ni a sus dos hijos ni a su esposa. La angustia recién comenzaba. “A las 2:45 de la mañana un amigo llamó a mi celular y me contó. Duré viendo las noticias una hora y media para poder decirle a mi madre”.
Luego de esa llamada de aviso todo era confusión. Ni los medios de comunicación sabían a ciencia cierta la magnitud del accidente. La catástrofe conmocionó a todo el planeta, cruzó fronteras y detuvo el tiempo como si solo se hubiera tratado de una pesadilla. La incredulidad se apoderó de los ojos de los espectadores, familiares y seguidores que, con tristeza y asombro, recibían con lentitud noticias de su equipo por parte de los rescatistas y las autoridades que atendieron la emergencia.
“Duramos hasta las 11 de la mañana en lo mismo, mirando noticias y comunicados pero aún no teníamos certeza de nada. Sentí pánico. Estaba temblando incontrolablemente pero, a pesar de todo, estaba seguro de que él estaba vivo”, recordó de Oliveira Saroli.
El técnico Luiz Carlos Saroli murió instantáneamente por el fuerte impacto. Con él, 19 futbolistas más. Su hijo mayor asegura que después de la pérdida llegó a considerar que lo mejor hubiera sido que él hubiera viajado con Caio para pasar la eternidad junto a él. Ahora encuentra una razón para no haber abordado el avión siniestrado. Su hermano menor y su madre, a quienes dice “amar mucho más” después de la tragedia.
Lo que pasó bajo las circunsancias que pasó “es inacreditable. Tengo momentos de extrema tristeza, rabia y dolor. Tambien el sentimiento de estar perdido en el mundo. Mi madre es una guerrera, impresionante. Mi hermano también, es un hombre de verdad. Tengo rabia de los responsables. La empresa aérea no estaba calificada para brindar ese servicio y el piloto era codicioso”, dijo con firmeza y melancolía.
Su familia y él han recibido consuelo por parte algunos amigos cercanos, pero aseguran estar solos en este difícil momento. “Ser amigo de un diretor técnico famoso es fácil. Pero ser amigo de su familia, que no lo es, es otra situación”.
Mencionó también con tristeza que le gusta mucho Colombia y que tiene muchos amigos en este país, pero que no consigue imaginar volver después de lo ocurrido. Por ahora, en honor a su padre, el hijo del entrenador de Chapecoense seguirá trabajando como fundador de su empresa SGM Sports con sede en Brasil, dedicada a brindar posibilidades a futbolistas brasileños para jugar y estudiar en Estados Unidos.
De acuerdo con de Oliveira Saroli, los profesionales de SGM Sports tienen el objetivo de ayudar a estudiantes de 14-20 años de edad en la consecución de sus objetivos académicos a través de la práctica deportiva. En este plan de intercambio estudiantil, la mayoría de los atletas brasileños pueden recibir becas universitarias parciales o completas.