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                                                                                                                                Diego Maradona: A’D10S’

                                                                                                                                Su vida fue una constante de victorias y derrotas, de muertes y resurrecciones en las que una pelota de fútbol siempre estuvo a su lado. Por eso, el día de su despedida de las canchas dijo: “La pelota no se mancha”.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                Foto: Agencia AP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Me cortaron las piernas”, decía ocho años más tarde Maradona en medio de una caótica rueda de prensa en Boston, Estados Unidos, pocos minutos después de que Julio Grondona, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), le notificara que por dóping había quedado por fuera del Mundial. Maradona había vuelto al fútbol y a la selección de Argentina luego de la goleada de Colombia 5-0 en el estadio de River Plate. Bajó 15, 20 kilos. Se entrenó día y noche, y regresó para salvar a su equipo en una repesca contra Australia y, después, en la Copa del Mundo del 94. Pero un día se le acabaron las pastillas que le habían recetado, y su preparador físico le compró otras, con el mismo compuesto, pero con un componente extra: efedrina, y la efedrina era una de las mil sustancias prohibidas.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Fue el culpable de todo por haberse enfrentado al poder y a los poderosos. Los medios que antes lo alababan, pues decir Maradona era decir dinero, mucho dinero, y decir Maradona era vender ejemplares de diarios y de revistas y subir el rating de cuanto programa lo nombrara, empezaron a crucificarlo. El 26 de abril del 91, por ejemplo, la policía de Buenos Aires hizo una redada en un apartamento en el que él estaba, en el barrio Caballito, y lo detuvo, drogado. Cuando Maradona salió del edificio, con la mirada turbia, perdida, vidriosa, en la calle había más de cien fotógrafos de los distintos medios del país. “Alguien les avisó”, comentó después. Igual, ya su foto como “delincuente” le había dado la vuelta al mundo, y en uno y otro y otro sitio la gente repetía que era un “drogadicto”, un adjetivo que le colgaron para siempre hasta el fin de sus días.

                                                                                                                                Maradona era el enemigo a vencer, aquel a quien debían humillar. Su única arma era el fútbol. La pelota. Con ella, por ella, había hipnotizado a los hinchas de Argentinos Juniors desde que era un “cebollita”, antes de su debut en primera división, el 20 de octubre de 1976 ante Talleres de Córdoba. Pasados años, muchísimos años, algún recolector de anécdotas e historias casi invisibles recordó que cuando fue a buscar la primera foto de la primera jugada de Maradona en primera división no halló nada. Sin embargo, siguió en su búsqueda. Repasó archivos y archivos, investigó, pensó, ató cabos, hasta que dio con la imagen que tanto necesitaba. Un asistente de fotografía la había guardado en un sobre cualquiera, con una inscripción general que decía: “Fotos Argentinos Juniors-Talleres- octubre 20, 1976”.

                                                                                                                                Con la misma pelota de entonces, aunque cambiara de color y de marca, aquella desgastada y desinflada pelota que le había regalado un tío y con la que dormía cuando apenas si tenía dos años, Maradona deslumbró después a los fanáticos de Boca en el 81 e hipnotizó al mundo, como antes y como siempre, haciendo posible lo imposible. Y después, por ráfagas, pese a una fractura de tibia y peroné y a una hepatitis, fascinó a los del Barcelona, y por fin a los napolitanos, que colgaron banderas con su rostro y su nombre al lado del santo venerado de la ciudad, San Jenaro. Maradona les devolvió a Nápoles y a los napolitanos su antigua importancia. Los volvió a ubicar en un mapa no solo del fútbol, sino de la historia, y lo hizo con una pelota.

                                                                                                                                Y con una pelota fue campeón del mundo, y obligó a Havelange a darle la mano, y tomó revancha, su revancha, de los ingleses por los muertos en la Guerra de las Malvinas con dos goles antológicos que plasmaron su lado de barrio humilde y de D10S del fútbol. Con una pelota rió, celebró, cantó y lloró, y dijo, como en una especie de ruego, “la pelota no se mancha”.

                                                                                                                                Diego Maradona en la cúspide del fútbol mundial. Campeón en México 1986.
                                                                                                                                Foto: Agencia AP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Me cortaron las piernas”, decía ocho años más tarde Maradona en medio de una caótica rueda de prensa en Boston, Estados Unidos, pocos minutos después de que Julio Grondona, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), le notificara que por dóping había quedado por fuera del Mundial. Maradona había vuelto al fútbol y a la selección de Argentina luego de la goleada de Colombia 5-0 en el estadio de River Plate. Bajó 15, 20 kilos. Se entrenó día y noche, y regresó para salvar a su equipo en una repesca contra Australia y, después, en la Copa del Mundo del 94. Pero un día se le acabaron las pastillas que le habían recetado, y su preparador físico le compró otras, con el mismo compuesto, pero con un componente extra: efedrina, y la efedrina era una de las mil sustancias prohibidas.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Fue el culpable de todo por haberse enfrentado al poder y a los poderosos. Los medios que antes lo alababan, pues decir Maradona era decir dinero, mucho dinero, y decir Maradona era vender ejemplares de diarios y de revistas y subir el rating de cuanto programa lo nombrara, empezaron a crucificarlo. El 26 de abril del 91, por ejemplo, la policía de Buenos Aires hizo una redada en un apartamento en el que él estaba, en el barrio Caballito, y lo detuvo, drogado. Cuando Maradona salió del edificio, con la mirada turbia, perdida, vidriosa, en la calle había más de cien fotógrafos de los distintos medios del país. “Alguien les avisó”, comentó después. Igual, ya su foto como “delincuente” le había dado la vuelta al mundo, y en uno y otro y otro sitio la gente repetía que era un “drogadicto”, un adjetivo que le colgaron para siempre hasta el fin de sus días.

                                                                                                                                Maradona era el enemigo a vencer, aquel a quien debían humillar. Su única arma era el fútbol. La pelota. Con ella, por ella, había hipnotizado a los hinchas de Argentinos Juniors desde que era un “cebollita”, antes de su debut en primera división, el 20 de octubre de 1976 ante Talleres de Córdoba. Pasados años, muchísimos años, algún recolector de anécdotas e historias casi invisibles recordó que cuando fue a buscar la primera foto de la primera jugada de Maradona en primera división no halló nada. Sin embargo, siguió en su búsqueda. Repasó archivos y archivos, investigó, pensó, ató cabos, hasta que dio con la imagen que tanto necesitaba. Un asistente de fotografía la había guardado en un sobre cualquiera, con una inscripción general que decía: “Fotos Argentinos Juniors-Talleres- octubre 20, 1976”.

                                                                                                                                Con la misma pelota de entonces, aunque cambiara de color y de marca, aquella desgastada y desinflada pelota que le había regalado un tío y con la que dormía cuando apenas si tenía dos años, Maradona deslumbró después a los fanáticos de Boca en el 81 e hipnotizó al mundo, como antes y como siempre, haciendo posible lo imposible. Y después, por ráfagas, pese a una fractura de tibia y peroné y a una hepatitis, fascinó a los del Barcelona, y por fin a los napolitanos, que colgaron banderas con su rostro y su nombre al lado del santo venerado de la ciudad, San Jenaro. Maradona les devolvió a Nápoles y a los napolitanos su antigua importancia. Los volvió a ubicar en un mapa no solo del fútbol, sino de la historia, y lo hizo con una pelota.

                                                                                                                                Y con una pelota fue campeón del mundo, y obligó a Havelange a darle la mano, y tomó revancha, su revancha, de los ingleses por los muertos en la Guerra de las Malvinas con dos goles antológicos que plasmaron su lado de barrio humilde y de D10S del fútbol. Con una pelota rió, celebró, cantó y lloró, y dijo, como en una especie de ruego, “la pelota no se mancha”.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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