El idioma no fue una traba en el Mundial de Rusia 2018
En un país en el que poca gente habla inglés, las señas y las aplicaciones de traducción han sido las herramientas para que hinchas de todo el mundo sigan disfrutando del torneo.
Camilo Amaya - Enviado especial Rusia
La calle peatonal Nikitskaya, por la que hay que cruzar de manera obligada si se quiere llegar a la Plaza Roja de Moscú desde la estación de metro Ploshchad Revolutsii (Plaza de la Revolución), hace las veces de torre de Babel, pues en el delgado corredor interactúa gente de todo el mundo, a pesar de la barrera del idioma, motivada por una sola cosa: el fútbol. A un lado, ocho hinchas argentinos cantan alborotados mientras que dos turistas tailandeses se les acercan por detrás, cautelosos, para sacar una foto y conservar el momento y la algarabía, hasta el colorido de los hombres que llevan banderas, un tambor y dos trompetas. Al frente, en un café, una familia mexicana mira la escena entre risas, y del otro lado, en una banca, seis brasileños se preparan para contraatacar con la voz: “Oh Di María, oh Mascherano, oh Messi, chau, Messi, chau, Messi, chao, chao, chao, los argentinos están llorando porque la Copa no ganarán”. Y eso que ambas naciones ya están fuera de esta Copa del Mundo. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
En el centro del angosto bulevar, un grupo de uruguayos juegan a no dejar caer una pelota, dos armenios se prueban el shapka ushanka (sombrero típico ruso), pidiendo rebaja con las manos en una tienda saturadas de souvenires, y unos alemanes tratan de hacerle entender a un policía local que necesitan encontrar un baño. El Google Translate es tan importante como una botella de agua en una ciudad que obliga a las largas caminatas o como una buena comida en un lugar en el que la gastronomía no cautiva, no atrae y, en la mayoría de los casos, decepciona. Pero la locura mundialista sobrevive y genera unión, armonía, cordialidad entre el que llega sin saber para dónde coger y el que ya conoce el destino, el ruso amable, tolerante y con tendencia a colaborar.
La palabra extranjero, años atrás sinónimo de enemigo, hasta de peligro, ahora tiene una concepción diferente, y eso se nota en la forma como todo está diseñado para facilitar la permanencia de los visitantes en una Moscú cosmopolita, moderna, cambiante con cada partido. Es tal la comodidad que se siente en el ambiente que aficionados de países como Egipto y Perú, eliminados en la primera ronda, siguen dando vueltas, viendo encuentros de otros equipos en bares repletos de gente y gritando goles como si fueran los propios. “Cambié mis tiquetes para el 16 de julio. Quiero buscar boletas para la final y, de pronto, para una de las semifinales. Estando tan lejos vale la pena hacer el esfuerzo”, dice Diego Quispe, un abogado peruano que es sólo una muestra de cómo el tercer mundo se tomó Rusia, mucho más que los del primero, temerosos y cautos frente a un boicot que, hasta el momento, no ha sucedido y por lo visto no sucederá. (Puede leer: El museo de los mundiales está en Moscú)
Ya en la entrada que da al Kremlin, antes de pasar los controles de seguridad, dos japoneses le regalan un yen a una pareja de novios rusos. ¿Por qué? “Porque nos ayudaron a llegar hasta acá. Les preguntamos y como no pudieron explicarnos nos trajeron”, dice Aiko Chiasa en un inglés sencillo, concreto y con una voz trémula, la manera de hablar de los asiáticos, siempre respetuosos con los demás y con lo de los demás. Al frente del mausoleo de Lenin, uno de los atractivos turísticos más llamativos del lugar (el cuerpo del líder de la Revolución de Octubre fue embalsamado hace 94 años), un grupo de colombianos trata de sacar un retrato sin que la luz del sol se interponga. “Teníamos el itinerario cuadrado con Colombia llegando a la final. Ahora nos resta ver fútbol y seguir conociendo”, dice Julián Calderón, un ingeniero de sistemas que pidió vacaciones para venir al otro lado del mundo a experimentar lo que tuvo que ver por televisión hace cuatro años en Brasil 2014.
Los países favoritos han obligado a que la prensa se vuelva especialista en derrotas, a que los aficionados cambien de sentimiento a medida que evoluciona el torneo y a que la gente, en general, ya no sepa qué responder cuando se le pregunta por favoritos. El fútbol se ha igualado en un país que se transformó para resaltar lo mejor de su pasado y proyectarse hacia el futuro. El idioma no ha sido una traba insuperable, siempre y cuando la pelota y el sentir del deporte estén en el medio. En Rusia, a menos de una semana de que se acabe todo, el balón sigue siendo lo más importante, y eso quedará en el colectivo como prueba de que para que haya unión sólo se necesita una pasión, así no se exprese en la misma lengua. (Vea: Metro de Moscú: así es la vida subterránea de la capital de Rusia)
La calle peatonal Nikitskaya, por la que hay que cruzar de manera obligada si se quiere llegar a la Plaza Roja de Moscú desde la estación de metro Ploshchad Revolutsii (Plaza de la Revolución), hace las veces de torre de Babel, pues en el delgado corredor interactúa gente de todo el mundo, a pesar de la barrera del idioma, motivada por una sola cosa: el fútbol. A un lado, ocho hinchas argentinos cantan alborotados mientras que dos turistas tailandeses se les acercan por detrás, cautelosos, para sacar una foto y conservar el momento y la algarabía, hasta el colorido de los hombres que llevan banderas, un tambor y dos trompetas. Al frente, en un café, una familia mexicana mira la escena entre risas, y del otro lado, en una banca, seis brasileños se preparan para contraatacar con la voz: “Oh Di María, oh Mascherano, oh Messi, chau, Messi, chau, Messi, chao, chao, chao, los argentinos están llorando porque la Copa no ganarán”. Y eso que ambas naciones ya están fuera de esta Copa del Mundo. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
En el centro del angosto bulevar, un grupo de uruguayos juegan a no dejar caer una pelota, dos armenios se prueban el shapka ushanka (sombrero típico ruso), pidiendo rebaja con las manos en una tienda saturadas de souvenires, y unos alemanes tratan de hacerle entender a un policía local que necesitan encontrar un baño. El Google Translate es tan importante como una botella de agua en una ciudad que obliga a las largas caminatas o como una buena comida en un lugar en el que la gastronomía no cautiva, no atrae y, en la mayoría de los casos, decepciona. Pero la locura mundialista sobrevive y genera unión, armonía, cordialidad entre el que llega sin saber para dónde coger y el que ya conoce el destino, el ruso amable, tolerante y con tendencia a colaborar.
La palabra extranjero, años atrás sinónimo de enemigo, hasta de peligro, ahora tiene una concepción diferente, y eso se nota en la forma como todo está diseñado para facilitar la permanencia de los visitantes en una Moscú cosmopolita, moderna, cambiante con cada partido. Es tal la comodidad que se siente en el ambiente que aficionados de países como Egipto y Perú, eliminados en la primera ronda, siguen dando vueltas, viendo encuentros de otros equipos en bares repletos de gente y gritando goles como si fueran los propios. “Cambié mis tiquetes para el 16 de julio. Quiero buscar boletas para la final y, de pronto, para una de las semifinales. Estando tan lejos vale la pena hacer el esfuerzo”, dice Diego Quispe, un abogado peruano que es sólo una muestra de cómo el tercer mundo se tomó Rusia, mucho más que los del primero, temerosos y cautos frente a un boicot que, hasta el momento, no ha sucedido y por lo visto no sucederá. (Puede leer: El museo de los mundiales está en Moscú)
Ya en la entrada que da al Kremlin, antes de pasar los controles de seguridad, dos japoneses le regalan un yen a una pareja de novios rusos. ¿Por qué? “Porque nos ayudaron a llegar hasta acá. Les preguntamos y como no pudieron explicarnos nos trajeron”, dice Aiko Chiasa en un inglés sencillo, concreto y con una voz trémula, la manera de hablar de los asiáticos, siempre respetuosos con los demás y con lo de los demás. Al frente del mausoleo de Lenin, uno de los atractivos turísticos más llamativos del lugar (el cuerpo del líder de la Revolución de Octubre fue embalsamado hace 94 años), un grupo de colombianos trata de sacar un retrato sin que la luz del sol se interponga. “Teníamos el itinerario cuadrado con Colombia llegando a la final. Ahora nos resta ver fútbol y seguir conociendo”, dice Julián Calderón, un ingeniero de sistemas que pidió vacaciones para venir al otro lado del mundo a experimentar lo que tuvo que ver por televisión hace cuatro años en Brasil 2014.
Los países favoritos han obligado a que la prensa se vuelva especialista en derrotas, a que los aficionados cambien de sentimiento a medida que evoluciona el torneo y a que la gente, en general, ya no sepa qué responder cuando se le pregunta por favoritos. El fútbol se ha igualado en un país que se transformó para resaltar lo mejor de su pasado y proyectarse hacia el futuro. El idioma no ha sido una traba insuperable, siempre y cuando la pelota y el sentir del deporte estén en el medio. En Rusia, a menos de una semana de que se acabe todo, el balón sigue siendo lo más importante, y eso quedará en el colectivo como prueba de que para que haya unión sólo se necesita una pasión, así no se exprese en la misma lengua. (Vea: Metro de Moscú: así es la vida subterránea de la capital de Rusia)