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El Mundial de Clubes ha cambiado para siempre, y el sorteo de los grupos, celebrado en Estados Unidos, fue solo el sello final de aquella transformación, la firma formal, la estampilla faltante que pegó la FIFA con su pegajosa saliva para que el acuerdo fuera oficial y definitivo.
Este nuevo Mundial de Clubes ha sido modificado para que 32 de los equipos más importantes de todo el globo compitan en un escenario, en teoría, neutral, que garantice la ecuanimidad y logre encontrar de una forma más acertada al mejor equipo del momento; algo, muy ambicioso, pero sobre todo, muy lucrativo. Más partidos, dinero, publicidad, jugadores cansados y, en el peor de los casos, mayores lesiones.
Se planea que se juegue cada cuatro años, siempre como antesala para el Mundial. Su trofeo ha sido diseñado con mucho mimo y esmero, y el sistema, ha sido pensado a detalle, con hermetismo. Ahora solo falta que todo resulte de acuerdo al plan.
Pronto el mundo olvidará el viejo formato, más corto; muchísimo, más práctico y menos interesante, pero, antes de que suceda, recordemos a los últimos ganadores de las tres pasadas ediciones.
El Chelsea ganó el trofeo en 2021. Fue admitido en el certamen por haber ganado la Champions League, un requisito más que elocuente. Jugó dos partidos; la semifinal, a la que accedió de forma directa, contra el Al-Hilal, y luego la final contra Palmeiras.
Parecía un partido sencillo, pues los dirigidos en ese entonces por Thomas Tuchel venían de ganarle al Manchester City la final de la Champions. El equipo brasileño parecía un soldado de plomo, sin una pierna, al lado de aquel monstruoso City, pero el equipo sudamericano no salió con esa idea a la cancha; salió a competir con ferocidad.
En el campo todo estuvo muy parejo, al punto de que, por un momento, pareció un partido de Premier League de la temporada regular, muy diferente a como lo vendió la prensa inglesa. El partido se definió en la prórroga, cuando, al minuto 118, con gol de Kai Havertz, mismo jugador que les dio la Champions, el Chelsea por fin pudo respirar aliviado.
En 2022 fue el Real Madrid el que ganó el trofeo, con un festival de goles, celebraciones y gambetas. El equipo de Carlo Ancelotti era favorito, había ganado Champions y sus jugadores venían desplegando un juego casi divino, sin fisuras ni errores.
El partido de semifinal, contra el Al-Ahly, lo ganaron con mucha holgura, con goles de Vinicius Jr., Federico Valverde, Rodrygo y Sergio Arribas. Y el partido definitivo, el que les dio su quinta corona, se lo ganaron al Al-Hilal, cinco goles contra tres.
En la cara de los jugadores del equipo merengue nunca se vio frustración ni ansiedad; todos estuvieron en su puesto, muy relajados, demostrando que el partido estaba controlado, y que cuando quisieran apretar dejarían sin posibilidades a su rival. Cada gol fue llegando de forma muy solemne, uno tras otro, con mucha liquidez y casi sin esfuerzo.
Y el último campeón del viejo formato fue el Manchester City de Pep, clasificado por haberle ganado la Champions al Inter de Milán en un partido muy igualado, tanto, que si se hubiera jugado en un tablero de ajedrez, habría terminado en tablas.
Viajaron a Arabia Saudita a arrasar con todos los equipos que le pusieran delante para eliminar esa idea errónea de flaqueza que dejó la final. Fueron brutales. En el Mundial, el City fue mucho menos indulgente que con su enemigo europeo de la Champions. Fueron déspotas, unos verdaderos villanos de película. Los citizens no recibieron goles en los dos partidos que disputaron. Ganaron ambos por goleada.
Primero contra el Urawa Red Diamonds, 3-0, y luego, en la final, contra Fluminense, 4-0. Quizás con el nuevo formato todo sea más equitativo. Tal vez la adaptación de los participantes sea más homogénea y eso elimine un poco la disparidad que generaba el anterior formato, mucho más corto.
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