El sistema de despilfarro en estrellas de PSG llegó a su fin
La eliminación del cuadro francés de la Champions League la semana pasada sembró profundas dudas en París sobre su modelo deportivo. ¿Qué les depara el futuro?
Rory Smith / The New York Times
Nadie en el París Saint-Germain lucía especialmente indignado después de su eliminación en la Liga de Campeones. Por supuesto que Christophe Galtier, el entrenador, hizo todos los ruidos correctos. Fue una terrible decepción, comentó. Una gran pena, porque es una competencia que en verdad significa mucho para el club. Muy triste para todos los involucrados.
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Nadie en el París Saint-Germain lucía especialmente indignado después de su eliminación en la Liga de Campeones. Por supuesto que Christophe Galtier, el entrenador, hizo todos los ruidos correctos. Fue una terrible decepción, comentó. Una gran pena, porque es una competencia que en verdad significa mucho para el club. Muy triste para todos los involucrados.
Mientras tanto, Kylian Mbappé dio la impresión de ser tan flemático que parecía casi indiferente, como si todo aquello hubiera sucedido tan solo en lo abstracto. Había prometido que PSG iba a hacer lo mejor que pudiera en la Liga de Campeones. Entonces, por lógica, lo mejor que se podía hacer no era que lo eliminara el Bayern Múnich en octavos de final. “Ese es nuestro máximo”, opinó Mbappé.
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Sin duda, no hubo ni la furia ni la frustración típicas de los fracasos del PSG en esta competencia durante la última década. Ninguno de los ejecutivos del club intentó irrumpir en la sala de árbitros para quejarse de una decisión. No hubo ninguna indignación furibunda ni sensación efervescente de injusticia. Así como sucedió sobre el terreno de juego, el PSG se escabulló sin rabia ni rencor.
Sería fácil atribuirle esa mansedumbre a la familiaridad. Después de todo, fracasar en los octavos de final de la Liga de Campeones es más o menos lo que hace el PSG: en L’Equipe, Vincent Duluc se refería a esto como la “cultura” del club. Ha perdido en esta fase en ocho de las diez últimas temporadas. Por supuesto que sigue doliendo, pero no tanto, no cuando se está preparado para el golpe.
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Sin embargo, hay un diagnóstico más amable. Después de una década en la que han gastado una cantidad obscena de dinero de un Estado para armar una de las plantillas más caras y repletas de estrellas que se hayan concebido —y obtener un inmenso poder político sin control y distorsionar peligrosamente el panorama financiero del fútbol europeo en el proceso—, las personas influyentes del PSG han empezado, un poco tarde, a preguntarse si lo están haciendo todo mal.
Los dirigentes cataríes del club se han dado cuenta de que lo que ellos llaman su “modelo de formación de plantillas” ha dejado al club con una especie de equipo desequilibrado y mal adaptado, uno que cualquier entrenador tendría dificultades para forjar en una unidad convincente.
Han escuchado las quejas largas y constantes de los aficionados del club, quienes no pueden identificarse con una colección abigarrada de superestrellas, elegidas y desplumadas sin mucha explicación lógica aparente más allá de cuántos seguidores tienen en Instagram. Y, por fin, han decidido hacer algo al respecto.
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Al interior del club existe el deseo de remodelar la escuadra este verano para que no solo tenga un sabor más francés, sino más distintivamente parisino. Después de todo, desde hace años, la capital francesa ha sido el campo de pruebas más fértil del fútbol mundial. Desde hace tiempo se ha sentido absurdo que sea apenas un reflejo tenue del único equipo de excelencia de la ciudad, en particular porque una plantilla repleta de talento local en esencia es un atajo hacia una identidad genuina, una que los aficionados aprecian y atesoran.
Según el plan, eso significará más oportunidades para los jugadores de la cantera del club. Fue revelador que el PSG terminara el partido del miércoles con dos promesas adolescentes sobre el césped de Múnich: el defensa El Chadaille Bitshiabu y el mediocampista Warren Zaïre-Emery, ninguno de los cuales tiene edad suficiente para rentar, por ejemplo, un auto.
Sin embargo, para ese tipo de reconstrucción, el club también tendrá que repatriar a algunas de las promesas que se le han escapado en el pasado reciente y cuyos éxitos en otros clubes en esencia funcionan como un reproche constante al fracaso del PSG para aprovechar al máximo el talento que tiene a sus puertas.
No será un esfuerzo barato. Tal vez Marcus Thuram, el delantero del Borussia Mönchengladbach, termine su contrato este verano, pero su compañero de club Manu Koné no. Tampoco Randal Kolo Muani, internacional francés del Eintracht de Fráncfort. Koné y Kolo Muani han sido identificados como posibles fichajes para este PSG con nueva imagen. El club no puede esperar un descuento por comprar local.
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No es el único punto en el que la teoría —por más sensatez lógica que tenga— choca con una realidad poco útil. En realidad, no es posible “renovar” una escuadra, no de la forma en que lo presentan los medios informativos, lo entienden los aficionados y lo suelen querer lograr los ejecutivos.
Está muy bien que el PSG quiera incorporar más jugadores parisinos a sus filas, pero ¿qué significa eso para la plantilla actual, la formada que está por internacionales muy condecorados con contratos generosos que se pueden hacer cumplir con el peso de la ley?
Por supuesto que ese es el problema de intentar imponer una identidad a un equipo, en vez de permitir que se desarrolle de manera orgánica. Y sin importar la procedencia de los jugadores, eso es precisamente lo que el PSG intentaría hacer: convertir al club, de la noche a la mañana, en una especie de Athletic de Bilbao de estatus alto, así como ha pasado una década tratando de crear una imagen de Barcelona en el Sena.
No sería algo auténtico, en ningún sentido real. Simplemente, sería una identidad que se puede asumir durante un tiempo y luego descartar cuando convenga, como lo han hecho con todas las demás. En esencia, no sería más que un cambio de marca. Y es difícil creer que lleve a otro destino que el que PSG conoce tan bien: aquel en el que la decepción es tan familiar que ya no duele como antes, en el que la derrota no se enfrenta con rabia sino con una exhausta resignación, en el que todo tiene que cambiar, pero nada lo hará en realidad.
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