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La última vez que se había hablado de una monarquía relacionada con Brasil fue en el siglo XIX, cuando en 1889 finalizó la constitucional que se había instaurado incluso después de su independencia, el 7 de septiembre de 1882. Pero lejos de ser un asunto político (aunque ya veremos que no tanto), volvimos a hablar de este sistema de gobierno con Brasil, pero no en su interior, sino con el fútbol y a escala sudamericana, pues el presente del balompié verdeamarillo muestra una hegemonía y un control que no solo se puede evidenciar en la tabla de las eliminatorias a Catar 2022, donde los dirigidos por Tite son líderes absolutos, sino por los torneos continentales donde por primera vez en la historia, tanto en Copa Libertadores (Flamengo y Palmeiras, campeones de las dos ediciones pasadas) como en Copa Sudamericana (Bragantino y Atlético Paranaense) los cuatro finalistas son de un mismo país.
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El fútbol de barrio, de las favelas, de las canchas de cemento, arena, barro, con arcos improvisados con piedras, maletas o palos en Brasil es cultura, historia e incluso política. El balompié del jogo bonito es el del Maracanazo, el de Pelé, Sócrates y el Corinthians que desafió a la dictadura, el de Zico, Romario, Garrincha, Rivelino, Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho, Neymar y tantos otros que, dejando a un lado los juicios de valor, tienen en común ese aire de alegría, del carnaval de Río de Janeiro, de las batucadas y los regates que vienen de las calles y se pulen con proyectos deportivos a largo plazo en los equipos que componen la liga local.
La selección de Brasil, que hoy enfrenta a Colombia en el estadio Metropolitano de Barranquilla desde las 4:00 de la tarde, es un gran ejemplo que encierra un proyecto de futbolistas que se hicieron grandes en los equipos representativos del país, haciendo a su vez grandes a esas instituciones que ahora tienen al Brasileirão (liga local) como la más sólida de Sudamérica en términos deportivos y económicos.
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Las estadísticas de Brasil son de otro mundo. El proyecto de Adenor Leonardo Bacchi, conocido como Tite, ha sido más que satisfactorio desde su llegada en 2016. El entrenador de sesenta años, que conoce muy bien al futbolista de su país tras haber sido campeón con Gremio, Corinthians e Internacional de Porto Alegre, ha dirigido a la selección en 39 ocasiones, dejando 32 victorias, cinco empates y solamente dos derrotas. Y así como llevó a sus dirigidos al Mundial de Rusia 2018, donde cayeron en cuartos de final frente a Bélgica, está ad portas de lograr la clasificación a Catar 2022 con un puntaje perfecto, pues si vence a Colombia esta tarde, llegaría a treinta puntos en los diez partidos disputados en las eliminatorias.
Muchos podrán señalar el subcampeonato en la pasada Copa América contra Argentina, no solo por haber perdido contra su histórico rival, sino por haber caído en condición de local, pues recordemos que la más reciente edición del torneo continental se realizó finalmente en Brasil debido a que las condiciones sanitarias y la crisis social en Colombia impidieron que el campeonato se llevara a cabo en nuestro país y en territorio argentino. Sin embargo, Tite logró el título de ese certamen en 2019 contra Perú y ha mantenido a sus dirigidos en lo más alto de las eliminatorias, salvaguardando además de esa buena racha, el invicto que tiene la Canarinha como local, pues nunca en la historia de unas clasificatorias a un mundial ha perdido en su territorio: ha disputado 58 partidos, de los cuales ha ganado 46 y empatado 12.
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Bajo el mando de Tite, Brasil en estas eliminatorias ha sumado 27 puntos en nueve partidos jugados; ha anotado 22 goles de 86 remates que ha realizado a lo largo de las clasificatorias y apenas ha recibido tres tantos. Pese a esos números, y a que Brasil a veces gana sin jugar de la mejor manera, a Tite lo han querido sacar por “crisis” deportivas, porque el equipo no es vistoso e incluso por la postura que mostró con la realización de la Copa América, pues el entrenador consideraba que debido a la crisis sanitaria por el COVID-19 no era correcto llevar a cabo el torneo en el país, pues más de medio millón de personas habían fallecido en ese entonces. Desde varios sectores lo tildaron de comunista y esas mismas voces presionaron al presidente Jair Bolsonaro para exigir la salida del director técnico.
Con un promedio de 27,1 años de edad, la selección de Brasil es el resultado de la continuidad de un proyecto y la unión de nuevos talentos locales que van surgiendo del Brasileirão, y que en un tiempo corto pasan a los clubes más grandes de Europa. De los 25 jugadores convocados para esta triple fecha, cuatro están en el torneo local y tres estarán en la final de la Copa Libertadores entre Palmeiras, defensor del título, y Flamengo, campeón en 2019: Wéverton (portero de Palmeiras); Guilherme Arana (lateral de Atlético Mineiro); Éverton Ribeiro y Gabriel Barbosa (centrocampista y delantero, respectivamente, de Flamengo).
Lo que dejó el Mundial 2014 y la proyección del Brasileirão
La realización del Mundial de Brasil 2014 y de los Juegos Olímpicos de Río 2016 no solo quería posicionar al vecino país como una potencia deportiva, sino también política en América Latina. Que una nación como la brasileña pudiera albergar dos certámenes de tal magnitud demostraba su capacidad de desarrollo y dejaría buenas sensaciones que impulsarían su economía —aunque finalmente no del todo— y reafirmarían el poderío de sus atletas en el ámbito internacional.
Era doble apuesta. Detrás de lo deportivo, y más con este tipo de competencias, hay un interés político y económico de por medio. Sin embargo, más allá de los objetivos estatales, específicamente en cuanto al fútbol sí se demostró un incremento en el mercado de la liga local, relacionado con el descubrimiento de nuevos talentos en Brasil, pero también con el negocio de los derechos de televisión, un tema clave para entender el poderío financiero del Brasileirão y sus equipos.
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Si bien las diferencias en cuanto a ingresos por derechos de televisión entre la liga brasileña y el resto de campeonatos en Sudamérica es abismal, seguramente ahora lo será más. Hasta hace un tiempo, el dinero recibido se dividía entre los dos equipos que se enfrentaran en cada partido. Esa norma dejaba una suma de US$275 millones por temporada para ser distribuida entre los veinte equipos del Brasileirão. No obstante, el pasado 24 de agosto el Senado de ese país aprobó la Lei do Mandante, que otorga a los clubes que juegan como locales el 100 % de los derechos de transmisión. Romario, exjugador y referente de la Canarinha, y ahora senador, dijo que: “Este proyecto da autonomía al club local y moderniza bastante el fútbol brasileño”.
Según Transfermarkt, sitio web especializado en estadísticas de fútbol, la liga brasileña tiene un valor en el mercado de 1.050 millones de euros, superando con creces a la liga de Argentina, que es la segunda más costosa, con un valor de 810,01 millones de euros; la Liga BetPlay, de Colombia sigue en el tercer lugar, con 253,42 millones de euros. En la última década, según cálculos del portal La Izquierda Diario, el Brasileirão tuvo un crecimiento económico del 145, 6 %, estadística que incluso superó a algunas ligas de Europa.
En 2019, antes de la pandemia, Palmeiras y Flamengo —actuales finalistas de la Copa Libertadores y campeones recientes de este campeonato— fueron los clubes que más ingresos generaron. En ese año, 27 equipos brasileños (19 de primera división y ocho de segunda) facturaron US$1.275 millones, de los cuales US$163 fueron para el cuadro de São Paulo, mientras que la escuadra de Río de Janeiro obtuvo US$134.
Y si los derechos de televisión y el regreso de los hinchas a los estadios aumentan los ingresos, resultará natural que haya mayor inversión para comprar jugadores. Y así como salieron de Brasil hace años, así mismo van regresando figuras que tuvieron un paso exitoso por la élite del fútbol europeo. En los últimos tres o cuatro años al Brasileirão han vuelto jugadores como Dani Alves, Douglas Costa, William, Filipe Luis, Hulk y David Luiz, entre otros.
De igual manera, la liga brasileña tiene a varios de los jugadores más costosos del mercado en Sudamérica. De hecho, los cinco futbolistas más caros del Brasileirão pertenecen a los finalistas de la Copa Libertadores. Gabriel Barbosa (Gabigol) tiene un precio de 26 millones de euros; Giorgian de Arrascaeta (el único que no es de Brasil) y Pedro, sus compañeros en Flamengo, tienen un valor de 18 y 14 millones de euros, respectivamente; Gabriel Veron y Gabriel Menino, de Palmeiras, aparecen también con valores de 16 y 14 millones de euros.
Y esto se debe también a la venta de jugadores. Volvamos varios años atrás para ver que, por ejemplo, Barcelona le pagó a Santos 88 millones de euros por Neymar; Vinicius Junior y Lucas Paquetá, que salieron de Flamengo, se fueron al Real Madrid y al Milan por un costo de 45 y 38 millones de euros en los últimos años, precios que están muy lejos de darse en Colombia, una liga que no suele ser vitrina para los empresarios del fútbol mundial.
Pero no es cuestión de ver a Brasil a miles de escaleras de distancia, aunque la realidad así lo muestre. El rival al que enfrenta hoy la selección de Colombia no ha construido su supremacía de la noche a la mañana, esta es el resultado de un proyecto de nación, de una cultura, y como en este caso lo que nos compete es el fútbol, un deporte que también hace parte de nuestra idiosincrasia, habría que pensar si vale la pena detener el balón y reunir voces y voluntades para construir un nuevo modelo que enaltezca el talento y la capacidad de varios futbolistas a escala nacional, pues se sabe que los virtuosos sobran, pero se requiere convicción y educación para que esos que sueñan con un Mundial o con jugar en Europa ayuden primero a que crezca la liga local y con ella se vean beneficiados todos los que viven o sueñan vivir de esta competencia.