Flamengo: ejemplo y argumento de la hegemonía brasileña en Copa Libertadores
El cuadro dirigido por Renato Portaluppi jugará este miércoles (7:30 p.m., por Espn) el partido de ida del torneo más importante del continente contra Barcelona de Ecuador.
Andrés Osorio Guillott
El hincha del fútbol entiende como nadie que la nostalgia no necesariamente es un sentimiento de tristeza, es una especie de añoranza del pasado, una sonrisa que evocan los recuerdos de tiempos que nunca vuelven igual, y que si la gloria vuelve a visitar al club habrá que saber disfrutarla al máximo, porque al día siguiente se irá y se volverá a reinventar la nostalgia, y con ella el orgullo de poder contarles a los nuevos hinchas la historia que hay detrás de la camiseta que vestimos.
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Hay destellos de genialidad en el Flamengo actual que a muchos los devuelve a la década de 1980, cuando no solo era grande por tener la que pudiese ser la hinchada más numerosa del mundo (dato que parece no haber cambiado, pues según el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística, el club de Río tiene 40 millones de seguidores), sino por el fútbol y los referentes del jogo bonito que pasaron por el Mengao y que fueron parte de los títulos de la Copa Libertadores 1981, de la Copa Intercontinental del mismo año o del torneo local en las ediciones de 1980, 1982 y 1983 o del campeonato carioca en 1981 y 1986.
Fue la época de Zico, Júnior, Nunes, Tita y Paulo César Carpeggiani, antes de que llegara Sócrates. Con esos nombres podría uno quedarse para escribir docenas de artículos sobre fútbol, política y cultura de Brasil. Fue una época de vanguardia, de un equipo que contó con las gambetas y la agilidad características del balompié carioca. Fue una época que selló la impronta de un club grande, de uno de los cinco que nunca ha descendido y que tiene el orgullo de contar con Arthur Antunes Coimbra, Zico, aquel que fuera llamado El Pelé Blanco, el goleador histórico de la institución, con 476 anotaciones.
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Tuvieron que pasar casi 30 años para que Flamengo y su hinchada dejarán de ser nostalgia para ser ejemplo y argumento de la hegemonía brasileña en el fútbol suramericano, para que la grandeza que se agregó a su identidad tuviera peso en el presente. Dos títulos en el torneo local y una Copa Libertadores en 2019 no solo reafirmaron su poderío, sino también un proceso de crecimiento que se dio desde 2013 con un modelo de negocio que buscaba reducir la deuda que ascendía a 800 millones de reales en aquel entonces.
Flamengo y el poderío de la Liga de Brasil
Una nueva época dorada vive el fútbol brasileño. Según Transfermark, el Brasileirao, campeonato local, tiene un valor en el mercado de 1,05 mil millones de euros, siendo así la Liga más costosa de Suramérica, pues Argentina, segunda en el mercado, tiene un costo de 810,01 millones de euros, mientras que Colombia, muy por debajo de las dos primeras, tiene un valor de 253,42 millones de euros.
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Según el portal La izquierda diario, la Liga brasileña tuvo un crecimiento económico del 145,6 % en la última década, una estadística que demuestra el proyecto de varios equipos de fortalecer sus modelos de negocio teniendo en cuenta a hinchas y socios, y apostándoles a nóminas competitivas que se conforman con los mejores jugadores del sur del continente y con la repatriación de algunos referentes que triunfaron en Europa años atrás y que ahora buscan la gloria en su tierra.
Dani Alves, el jugador con más títulos en la historia, volvió al São Paulo hace unos años, incluso esta temporada estuvo cerca de jugar con Flamengo; Hulk, después de su paso por el Viejo Continente, regresó al Atlético Mineiro; Douglas Costa, tras jugar en clubes como Bayern Múnich o Juventus, se unió a la nómina de Gremio; Filipe Luis y David Luiz son parte del plantel del Mengao.
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Justamente Flamengo, que se ha convertido en un ejemplo a nivel financiero y deportivo, ha hecho dos de las compras más costosas del mercado en los últimos años: Gabriel Barbossa (Gabigol), quien fue determinante para el título de la Copa Libertadores frente a River Plate en 2019, costó 17,45 millones de euros, y Pedro, delantero del “Fla”, tuvo un costo de 14 millones de euros.
Flamengo es ejemplo y argumento por su solidez financiera y deportiva. Pero no es el único club exitoso, pues tanto en Copa Libertadores como en Copa Sudamericana, los equipos brasileños predominan en instancias finales.
Palmeiras, actual campeón, juega una de las semifinales de la Copa Libertadores contra Mineiro, y la otra, la que se juega hoy, la componen Flamengo y Barcelona de Ecuador; por Copa Sudamericana, Atlético Paranaense y Bragantino enfrentan a Peñarol y Libertad, respectivamente.
Apostarle a la grandeza es unir fuerzas y creer en un proyecto común. Ver la hegemonía brasileña en el fútbol continental no es cuestión de admiración y de creer que estamos lejos de esa realidad, sino de aprender de sus apuestas y de sus esfuerzos para que justamente esa nostalgia que acompaña a los hinchas por las glorias del pasado sea, al menos, de un pasado reciente y no de décadas sin lograr las hazañas que alguna vez nos pusieron ante los ojos del mundo.
El hincha del fútbol entiende como nadie que la nostalgia no necesariamente es un sentimiento de tristeza, es una especie de añoranza del pasado, una sonrisa que evocan los recuerdos de tiempos que nunca vuelven igual, y que si la gloria vuelve a visitar al club habrá que saber disfrutarla al máximo, porque al día siguiente se irá y se volverá a reinventar la nostalgia, y con ella el orgullo de poder contarles a los nuevos hinchas la historia que hay detrás de la camiseta que vestimos.
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Hay destellos de genialidad en el Flamengo actual que a muchos los devuelve a la década de 1980, cuando no solo era grande por tener la que pudiese ser la hinchada más numerosa del mundo (dato que parece no haber cambiado, pues según el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística, el club de Río tiene 40 millones de seguidores), sino por el fútbol y los referentes del jogo bonito que pasaron por el Mengao y que fueron parte de los títulos de la Copa Libertadores 1981, de la Copa Intercontinental del mismo año o del torneo local en las ediciones de 1980, 1982 y 1983 o del campeonato carioca en 1981 y 1986.
Fue la época de Zico, Júnior, Nunes, Tita y Paulo César Carpeggiani, antes de que llegara Sócrates. Con esos nombres podría uno quedarse para escribir docenas de artículos sobre fútbol, política y cultura de Brasil. Fue una época de vanguardia, de un equipo que contó con las gambetas y la agilidad características del balompié carioca. Fue una época que selló la impronta de un club grande, de uno de los cinco que nunca ha descendido y que tiene el orgullo de contar con Arthur Antunes Coimbra, Zico, aquel que fuera llamado El Pelé Blanco, el goleador histórico de la institución, con 476 anotaciones.
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Una nueva época dorada vive el fútbol brasileño. Según Transfermark, el Brasileirao, campeonato local, tiene un valor en el mercado de 1,05 mil millones de euros, siendo así la Liga más costosa de Suramérica, pues Argentina, segunda en el mercado, tiene un costo de 810,01 millones de euros, mientras que Colombia, muy por debajo de las dos primeras, tiene un valor de 253,42 millones de euros.
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Palmeiras, actual campeón, juega una de las semifinales de la Copa Libertadores contra Mineiro, y la otra, la que se juega hoy, la componen Flamengo y Barcelona de Ecuador; por Copa Sudamericana, Atlético Paranaense y Bragantino enfrentan a Peñarol y Libertad, respectivamente.
Apostarle a la grandeza es unir fuerzas y creer en un proyecto común. Ver la hegemonía brasileña en el fútbol continental no es cuestión de admiración y de creer que estamos lejos de esa realidad, sino de aprender de sus apuestas y de sus esfuerzos para que justamente esa nostalgia que acompaña a los hinchas por las glorias del pasado sea, al menos, de un pasado reciente y no de décadas sin lograr las hazañas que alguna vez nos pusieron ante los ojos del mundo.