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A más de cinco mil kilómetros de allí, un país entero lloraba y se lamentaba al unísono: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”. En la cancha del estadio Giuseppe Meazza, la generación de oro de nuestro balompié, liderada por Carlos Valderrama, sufría su golpe más duro. Cabizbajos, los jugadores, vestidos de rojo y no del tradicional amarillo, veían impotentes cómo en la puerta del horno se les quemaba el pan.
La tristeza se apoderó de los millones de hogares que en nuestro país seguían el duelo por televisión. En esa época no era común que esos eventos se transmitieran en bares y restaurantes. Sí se reunía mucha gente afuera de los almacenes de electrodomésticos, siempre con una pantalla gigante hacia la calle.
Esa selección dirigida, por Francisco Maturana, se había convertido en el símbolo de una Colombia que quería un cambio y afrontaba con dignidad y esperanza una de las etapas más violentas de su historia. El fútbol era su principal motivo de orgullo por esos días, marcados por las noticias de amenazas, bombas y masacres.
Pero el gol de Littbarski nos devolvió a la realidad después de ocho meses de sueños, los que pasaron entre el 30 de octubre de 1989, el día de la clasificación en el repechaje ante Israel, en Tel Aviv, y ese Mundial al que regresábamos después de 28 años y que había comenzado con una convincente victoria 2-0 ante Emiratos Árabes Unidos, con goles de Bernardo Redín y El Pibe Valderrama, y la injusta derrota 1-0 contra Yugoslavia, ambas ten el estadio Renato Dall’Ara, de Bolonia.
“Nosotros teníamos un equipo muy sólido, que sabía muy bien a qué jugaba. Yo, aunque había sido convocado un par de veces, llegué poco antes del Mundial, pero los muchachos ya traían un proceso de tres años con el profe. Ese día habíamos jugado muy bien, les habíamos quitado la pelota. Deberíamos ir ganando, pero no la metimos. Y aunque no éramos de bajar los brazos ni rendirnos, el gol sí nos dio duro, sobre todo porque ya casi no quedaba tiempo”, recuerda treinta años después Freddy Eusebio Rincón, el héroe de esa histórica jornada.
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Cuando repasa ese episodio, el número 19 explica que cuando llevaban el balón hacia el círculo central para reiniciar el juego alguien dijo: “Vamos, vamos que se puede”, pero quienes realmente animaban con convicción estaban afuera: eran Diego Barragán, el temperamental preparador físico del equipo, y Ricardo Chicho Pérez, que era suplente.
Colombia había tenido tres opciones claras de gol en el partido. La primera, un pase perfecto de Valderrama, quien dejó mano a mano con el arquero a Luis Alfonso Fajardo, pero el antioqueño no impactó bien y tiró la pelota a un costado. Después un cabezazo de Carlos Enrique La Gambeta Estrada, ante centro de Rincón, que se fue por encima del horizontal. Y en el segundo tiempo un remate de Estrada, tras un contragolpe, que exigió a Bodo Illgner.
Alemania también llegó. Arrancando el juego Higuita sacó un tiro de Juergen Klinsmann y en la etapa complementaria un globito de Lothar Matthaus se estrelló en el horizontal. Y, claro, el gol de Littbarski, casi al final.
La selección necesitaba empatar para clasificar a la siguiente fase como uno de los mejores terceros del torneo y los tres minutos que adicionó el árbitro irlandés Alan Snoddy dieron una luz de esperanza, más allá de que nuestros jugadores ya estaban cansados y buena parte de los cinco mil hinchas colombianos en el estadio ya se dirigían a las puertas de salida.
“Ahí hubo como un rato de desconcierto y recuerdo que entre Leonel y Perea (los mismos que no pudieron tumbar a Voeller en la jugada previa al gol alemán) esta vez sí le quitaron la pelota. La cogió el Bendito Fajardo y se la dio al Pibe. Yo estaba más arriba y me le mostré. De primera se la di al Bendito y seguí corriendo. El balón volvió al Pibe, pero no pensé que me lo fuera a tirar, porque estaba perfilado y mirando para el otro lado, en donde estaba la Gambeta”, relata Freddy con esa extraña precisión que tienen los futbolistas profesionales o aficionados al recrear en su memoria jugadas especiales así no las hayan vuelto a ver.
Valderrama, genio y figura dentro y fuera de la cancha, explica todavía que “la Gambeta estaba ahí, clarito para dársela, pero con lo cagado que andaba ese día, yo dije ‘no, ese man va a botar el gol otra vez’. En cambio Freddy no pelaba (fallaba) gol”.
Fue así como el zurdazo quirúrgico del número 10 llegó a los pies de Rincón. “Ya cuando la recibo, digo ‘ay, juepucha’. Piensa uno mil cosas en unos pocos segundos, ¿le pego duro, me saco al arquero, la cruzo? y en esas veo que Illgner, que se veía más grandote de lo que es, se me tira como de frente y me da la posibilidad de hacerle el túnel. Eso ahí ya es instinto, ya sabía que era gol”, dice Freddy, cuya imagen celebrando, con los puños cerrados delante del pecho quedó inmortalizada.
Media Colombia no vio el gol en directo. Muchos dejaron de seguir el partido apenas anotó Alemania. Mientras pensaban que “nos faltaron cinco centavos para el peso”, el Coloso de Buenaventura gritaba sin control y soportaba en su espalda a una montaña de compañeros que se le tiraron encima, pero que no lo pudieron tumbar. Las gargantas de los locutores criollos no aguantaron, como se comprueba en los relatos emocionados de Édgar Perea, Paché Andrade, William Vinasco, Jairo Aristizábal Ossa y Osvaldo Wehbe, que circulan en las redes. Con ese resultado la selección aseguró su paso a los octavos de final como uno de los cuatro mejores terceros de grupo, con tres puntos, pues en ese momento la victoria otorgaba dos unidades y no tres como ahora.
Colombia se volvió un manicomio. Miles de personas salieron a las calles para celebrar la histórica clasificación y el hecho de haberle jugado de tú a tú a uno de los mejores equipos del mundo, pues quince días después fue campeón al vencer 1-0 a Argentina y venía de jugar las finales de México 1986 y España 1982.
“Yo creo que ese día nos graduamos. Y con todo lo que hicimos en esos años pusimos al fútbol colombiano en un lugar bien alto”, explica Rincón, quien admite que “no soy un hombre de expresar grandes emociones, lo mío es más interno, pero en mis goles con la camiseta de la selección nunca pude contenerme”. En la rueda de prensa posterior al compromiso, con su tranquilidad característica, Francisco Maturana intentó calmar la euforia. “El fútbol y el deporte tienen que servir como catalizadores para ayudar a nuestro país a lidiar con sus problemas, porque no podemos negar que los tenemos. Actuaciones como esta hacen todo más llevadero, pero no podemos dejar que nos cieguen, puede ser un punto tranquilizante para tratar de mejorar. Vamos a disfrutarlo, pero en su justa medida, porque este apenas es un punto de partida”.
Cuatro días después, en el estadio San Paolo, de Nápoles, Colombia enfrentó a Camerún, que había ganado sorpresivamente el grupo B, tras vencer a Argentina y Rumania y caer ante la Unión Soviética.
La derrota, en tiempo extra, fue otro baldado de agua fría como el del gol alemán, pero esta vez no hubo milagro. En apenas tres minutos, del 106 al 109, el veterano Roger Milla acabó con la ilusión de los muchachos de Maturana. Primero al dejar en el camino a tres defensas y definir muy parecido a como lo hizo Littbarski en Milán, y después tras aprovechar un error compartido entre Higuita y Perea. El descuento de Bernardo Redín solo sirvió para adornar el resultado y despedir con honor del Mundial de Italia 1990 a un equipo que dejó huella.
Ese gol de Rincón ante Alemania todavía les hace poner la piel de gallina a los amantes del fútbol, que solo lo comparan con el de Iván Ramiro Córdoba que sirvió para ganar la Copa América en 2001 y el de James Rodríguez en la victoria ante Uruguay, que significó avanzar a cuartos de final del Mundial de Brasil.
“Ojalá vengan goles más importantes, porque eso es una muestra de que seguimos progresando”, dice Freddy con algo de nostalgia, esa que produce recordar tantos buenos y bellos momentos.
Él, con su familia, estará sentado hoy frente al televisor (10:15 a.m., Gol Caracol) para repasar nuevamente un partido que nunca ha podido ver completo, pero que jamás va a olvidar.