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Garrincha: De Botafogo a Barranquilla

Capítulo del libro “Locos lindos”, sobre el futbolista brasileño más importante después de Pelé, como abrebocas de los juegos entre Júnior y Santa Fe, hoy, y Brasil contra Colombia, el jueves próximo, en São Paulo.

Daniel Samper Pizano* (Especial para El Espectador)
07 de noviembre de 2021 - 02:00 a. m.
Mané Garrincha es considerado uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Jugó un partido con Atlético Júnior ante  Santa Fe. / Getty Images
Mané Garrincha es considerado uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Jugó un partido con Atlético Júnior ante Santa Fe. / Getty Images
Foto: AP
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Las piernas chuecas y las rodillas desgastadas de Mané Garrincha escribieron páginas memorables en la historia del fútbol. Podrían publicarse, y se han publicado, libros enteros sobre sus aportes como futbolista. Internet está repleto de estadísticas, anécdotas, cifras, historias verdaderas y falsas, fotografías, videos, críticas y comentarios sobre el paso de Garrincha por los campos de fútbol.

Un episodio muy repetido es el que ocurrió en la final entre Botafogo y Fluminense en diciembre de 1957. Mané hizo un gol, sirvió varios más y mareó a los adversarios con sus gambetas. Faltaban diez minutos y su equipo ganaba por seis a cero cuando uno de los jugadores rivales se dirigió al DT del Botafogo y le dijo: “Saldanha, ustedes ya son campeones. Por favor, dígale a Garrincha que no nos siga humillando”.

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Sería interminable recorrer la trayectoria de Garrincha por los campos de balompié desde su debut en Botafogo, en junio de 1953, hasta su retiro oficial de la gramilla, en agosto de 1972. Es justo decir que apenas habían transcurrido cuatro semanas de su primer partido cuando estalló el volcán de su fama, el que lo hizo merecedor de su apodo de la Alegría del Pueblo. En esa ocasión marcó tres de los seis goles con los que su equipo venció al contendor.

No fue un goleador extraordinario (Pelé, Messi y Cristiano Ronaldo pasan de setecientos goles cada uno; Garrincha acumula “solamente” doscientos sesenta y nueve), pero sirvió muchos más goles a sus compañeros y, sobre todo, encendió siempre la dicha y la fiesta en las gradas con sus idas, vueltas y revueltas en un palmo de terreno. Ellas dieron origen a los primeros ¡olés! escuchados lejos de una plaza de toros.

Su mayor hazaña, sin duda, fueron las dos Copas del Mundo que ganó Brasil con su concurso. La primera cayó en Suecia en 1958. Se libró la semifinal contra el temible conjunto de la Unión Soviética (URSS), una de las candidatas firmes para llevarse la Copa. Al preparar el partido, el DT Feola explicó en el vestuario la estrategia que debían desplegar. Según un diario brasileño, estas fueron, más o menos, las instrucciones de Feola: “Gilmar saca la pelota a Nilton; Nilton la lleva al medio campo y la entrega a Zagalo; este la pasa a Didí o Vavá, de modo que el que la reciba triangule con Zozimo, y Zozimo la chuta a Garrincha, y Garrincha la dispara al área para que Pelé cabecee y meta el gol”. Al terminar la lección, Feola preguntó si habría alguna pregunta. Garrincha alzó la mano: “Todo esto me parece maravilloso, profesor, pero ¿los rusos no juegan?”.

Se había vengado de aquella alusión a los descaderados. Los rusos sí jugaron, pero los brasileños jugaron mejor y ganaron 2-0. Pelé no metió ningún gol. Los dos fueron de Vavá. Según relato, bastaron tres minutos a Garrincha para dejar tendidos a dos rivales y estrellar un balón en el travesaño. Poco después, Pelé realizó una maniobra imposible y el balón estuvo a punto de colarse en el arco soviético. Finalmente, Vavá batió al inolvidable portero Lev Yashin.

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Gabriel Hanot periodista de L’Équipe, definió aquellos como “los tres mejores minutos de la historia del fútbol”. El ensayista brasileño João Batista Freire escribió: “Mané asombró a los adversarios. Fue una pesadilla para la URSS; sus pasos iniciales ya fueron estupendos”. Era la primera vez que Pelé y Garrincha jugaban juntos, ambos jovencitos y debutantes en la selección. Manuel Dos Santos y Edson Arantes do Nascimento fueron amigos y rivales. Muchos consideran a Pelé el mejor jugador de la historia, pero hay quienes afirman que Mané era superior. Así lo sostiene el académico Felipe Fernandes Ribeiro Mostaro en una comparación entre los dos: “A lo largo de la investigación de este trabajo concluí que Garrincha fue mejor que Pelé”.

Con ellos dos en el campo, el equipo brasileño no perdió nunca y entre ambos se turnaron los honores. En Estocolmo, un Pelé adolescente de diecisiete años deslumbró al mundo. Se consagró como el mejor jugador del torneo al anotar dos de los cinco goles que se llevó Suecia en el morral. Cuatro años después sería el Mundial de Garrincha. Al final del torneo de 1958, Brasil fue campeón, pero no lo habría sido si los directivos hubiesen prestado atención al dictamen del psicólogo que acompañó a la delegación deportiva.

Garrincha ya sabía que sus piernas llamaban la atención a los médicos, pero el psicólogo no era especialista en estado de piernas sino en estado de ánimo y sometió a los jugadores a unos exámenes psicotécnicos que despertaban el burlón escepticismo de los pacientes. El test que presentó Garrincha consistía en dibujar algún objeto o figura geométrica. Mané trazó un círculo en el papel. El doctor le preguntó quede qué se trataba. Riendo por dentro, pero aparentando total seriedad, Garrincha respondió que la cabeza de Quarentinha, uno de sus compadres de Botafogo. Fue descalificado sin más pruebas por “debilidad mental”.

Pelé, Gilmar, Didí y otros cinco quedaron atrapados en el mismo filtro y el psicólogo aconsejó que los devolvieran a Brasil porque no eran aptos para jugar. Visto lo visto, el jefe de la comitiva acabó devolviendo al psicólogo. De todos modos, los primeros rechazos que sufrieron las piernas chuecas de Garrincha se convirtieron en admiración y asombro a medida que seguían revolucionando la cancha y ayudando a meter goles.

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Pasaron seis años antes de que esos pies entraran a una sala de operaciones. Esta vez no era problema de las piernas disconformes sino el desgaste de las rodillas, lesión frecuente en el mundo de fútbol, y de ella no se recuperó totalmente Mané. El momento astral de Garrincha ocurrió en la Copa Mundo de 1962, cuyo escenario fue Chile. Muchos lo consideran el Mundial más violento de la historia por el número de agresiones que avergonzaron al juego. Una de las primeras víctimas fue Pelé, la estrella de la Copa de 1958, al que lesionó un rival en el segundo partido.

Tomó entonces las riendas Garrincha ayudado por Vavá, Amarildo, Nilton y los demás miembros de un equipazo. El de las piernas torcidas anotó cuatro goles, dos de ellos en la semifinal contra Chile. Los brasileños empezaron perdiendo la final frente a Checoslovaquia y terminaron dando un recital de olés y venciendo por tres goles a uno al asombrado contendor. Garrincha había estado a punto de no jugar tras su expulsión en el partido anterior, pero las presiones de Brasil lograron que le perdonaran la sanción y pudiera disputar el gran partido.

Esa mañana del 17 de junio, Mané amaneció con treinta y nueve grados de fiebre y se mantuvo a punta de aspirina. Se curó por completo al alzar la segunda copa ecuménica que ganaba en apenas cuatro años y fue declarado el mejor jugador del torneo. Entre las personas que penetraron al vestuario cuando los futbolistas celebraban semidesnudos en medio de berridos de felicidad y lluvia de champaña se hallaban los dirigentes, algunos personajes como el cantante de boleros Lucho Gatica y una mulata pequeña de desbordante entusiasmo y pelo esponjado. La reconocieron todos. Era Elza Soares, popularísima cantante de samba que había viajado a Santiago desde Río de Janeiro para apoyar a sus compatriotas.

A lo largo de su carrera Garrincha visitó casi todos los países de Suramérica y Europa occidental. Lo hizo principalmente con la selección y con Botafogo, pero también con Corinthians, Flamengo y Olaria, los demás equipos cuya camiseta lució fugazmente. El 15 de julio de 1966, a los treinta y dos años, Garrincha colgó la camiseta verde amarela del Brasil. Jugó con ella sesenta partidos, de los que ganó cincuenta y dos, empató siete y solo perdió uno.

El único equipo extranjero que lo tuvo en su nómina fue el Júnior de Barranquilla. Un solo partido jugó Garrincha con el uniforme a rayas rojas y blancas. Fue el 25 de agosto de 1968. El héroe, ya fatigado y pasado de kilos y edad —tenía treinta y cinco años bien ajetreados— firmó un contrato según el cual recibiría US$600 por cada partido que jugara. La presencia de semejante estrella en un equipo colombiano fue una de las noticias del año. Concedió al escritor Álvaro Cepeda Samudio una entrevista que hoy, más de medio siglo después, aún se estudia en los cursos de periodismo y ha sido publicada numerosas veces.

Ese domingo no cabía la gente en el viejo estadio Romelio Martínez y reverberaba afuera una multitud que no había conseguido boletas para ver en vivo, en directo y con uniforme del equipo local a la figura legendaria. Tuvo el Júnior la mala suerte de que, por azares del calendario, le tocó enfrentar nada menos que al grandioso Independiente Santa Fe, que llegaba de la capital con un arma mortal de solo veintidós años en sus filas: Alfonso Cañón, seguramente el mejor jugador nacido en Bogotá.

La presentación de ese Garrincha gastado por las lesiones y envejecido por el alcohol decepcionó a los hinchas, que lo aclamaron al saltar al prado y lo silbaron y gritaron durante el partido. Dice Marco Schwartz, escritor y periodista que estuvo presente: “La gente, al comienzo ilusionada, terminó diciéndole que se largara a Brasil”. Santa Fe venció por tres a dos al Júnior y un diario nacional local tituló: “Fueron a ver a Garrincha y se encontraron con Cañón”.

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Pocos días después de disputar su único partido en Barranquilla, la estrella de dos Copas Mundo siguió su camino. Arturo Segovia, un zaguero del Júnior que compartió hotel y entrenamientos con él, lo recordaba años más tarde: “Me decía garoto y me mandaba a comprar cosas. Me hablaba mucho de la humildad y recomendaba que fuera buen padre. Se marchó aburrido. Tenía muchos problemas”.

*Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Aguilar.

Por Daniel Samper Pizano* (Especial para El Espectador)

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