Garrincha, el ídolo que no vio a Botafogo ser campeón de la Copa Libertadores
En el Fogão, el mítico jugador brasileño jugó de 1951 a 1965 y se convirtió en el máximo referente del equipo de la estrella solitaria. Nunca ganó un torneo continental, ni una Liga de Brasil. Sin embargo, dejó huella.
Fernando Camilo Garzón
Todavía quedan muchos en Brasil, y seguramente en el mundo —más que nada, los que lo vieron jugar—, que dicen que Garrincha era mejor que Pelé. Y como escribió Rafa Ramos en su logrado artículo Botafogo, Garrincha y la Estrella Solitaria, si era mejor que O rei, por lo tanto, era “mejor que Maradona y todos los demás”.
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Todavía quedan muchos en Brasil, y seguramente en el mundo —más que nada, los que lo vieron jugar—, que dicen que Garrincha era mejor que Pelé. Y como escribió Rafa Ramos en su logrado artículo Botafogo, Garrincha y la Estrella Solitaria, si era mejor que O rei, por lo tanto, era “mejor que Maradona y todos los demás”.
De “las piernas chuecas y las rodillas desgastadas de Mané Garrincha” se ha escrito mucho, diría Daniel Samper Pizano en su libro “Locos lindos”. No estaba destinado a la grandeza, a que su legado trascendiera el tiempo.
De niño, a Manuel Francisco dos Santos le decían, precisamente por lo chueco, que se parecía a un pájaro muy común por allá, desagradable a la vista, rápido, pero torpe —por eso le decía Garrincha, como el ave troglodytes musculus que vive en las selvas del Mato Grosso, en Brasil, y que es cazado con mucha facilidad—. Era zambo, con los pies girados notablemente hacia adentro en un ángulo de ochenta grados, con la pierna derecha más corta que la izquierda por seis centímetros y una marcada desviación en la columna vertebral.
Sin embargo, como explica Ramos, aunque por esas tierras “Manuel dos Santos hay millones, y se llenan directorios telefónicos con ese nombre, (...) Garrincha solo hubo uno”.
Garrincha, el jugador que hizo grande a Botafogo, pero que nunca le dio la Libertadores
No hay duda de que el mayor legado de recordado delantero, por el que se hizo tan famosa su incomparable gambeta, es el que dejó en la selección de Brasil. Jugó con la verde amarilla 60 partidos; ganó 52, empató siete y perdió solo uno. Fue ídolo del primer título del mundo de la canarinha, en Suecia 1958, y era uno de los referentes del equipo en el que empezaba a surgir un joven Pelé. Cuatro años más tarde, cuando a Edson Arantes do Nascimento fue quemado a patadas y no llegó al tramo definitivo del torneo, fue el héroe que sacó adelante el título en Chile 1962.
Su herencia en el fútbol brasileño, no obstante, fue mucho más extensa. Principalmente, en Botafogo, club al que llegó en 1951 después de haber empezado en el balompié aficionado en el equipo de la empresa textil en la que trabajaba en su adolescencia. En el fogao, hasta 1965, acumuló cinco títulos, compartió con nombres como Nilton Santos, Didi y Jairzinho (también campeones del mundo) y convirtió al equipo de la estrella solitaria en uno de los gigantes de Brasil, en la famosa corte del G-12, junto a otros como Flamengo, Fluminense, Vasco da Gama, São Paulo, Corinthians, Palmeiras, Santos, Cruzeiro, Atlético Mineiro, Internacional y Gremio.
En esa lista de gigantes, sin embargo, a Botafogo siempre se lo llamo el “pipoqueiro” de los grandes, el equipo que siempre en los momentos importantes se apagaba. Hasta el sábado, de hecho, el cuadro de la estrella solitaria era el único de los titanes brasileños que nunca había ganado la Copa Libertadores. Su grandeza residía, principalmente, en su voluminosa hinchada y en el legado del enorme Garrincha, que nunca pudo ser campeón ni de la Libertadores ni de la Liga de Brasil, pero que era la alegría del pueblo, su otro apodo, y que instaló al equipo de sus amores entre los más grandes del continente.
Mané Garrincha nunca pudo ver campeón a Botafogo del máximo trofeo del continente, pues murió en 1983, a los 49 años. Según el reporte médico, falleció por congestión pulmonar, inflamación del páncreas y pericarditis, todas asociadas a un cuadro clínico derivado de alcoholismo crónico. Sí pudo verlo campeón del Brasileirao, por primera vez, en 1968, año en el que el mítico futbolista vino a recaer a Colombia para jugar en el Junior de Barranquilla. Pasó sin pena ni gloria, pues apenas jugó un partido con el tiburón, cuadro al que llegó con un estado físico deteriorado. Su falta de forma, debido al desgaste acumulado por las lesiones y el alcoholismo, dejaron una imagen lamentable, con un estadio a reventar en la capital del Atlántico, abucheando a una de las máximas glorias en la historia de este deporte.
En contexto: Garrincha: De Botafogo a Barranquilla
En sus tiempos de esplendor futbolístico sí estuvo una vez muy cerca de besar la Copa Libertadores. Fue en 1963, un año después de la Copa del Mundo de Chile, su cima futbolística.
A ese torneo, Garrincha llegó siendo considerado como el mejor futbolista del planeta. En la fase de grupos, Botafogo barrió con cuatro victorias de cuatro posibles frente a Millonarios y Alianza Lima. Sin embargo, en las semifinales (pues era otro el formato en esos tiempos), el equipo de Mané no pudo contra el Santos de Pelé. Empataron 1-1 en la ida, pero cayeron vergonzosamente 4-0 en la vuelta. O rei, ese año, tras vencer a Boca Juniors, ganaría su segunda Libertadores, pues había sido campeón el año anterior. Mané Garrincha, en cambio, se quedaría eternamente con esa deuda.
El tiempo, no obstante, saldó el destino para Botafogo. La estrella solitaria de su escudo se pintó de dorada, Una alegría, en buena parte, dedicada a Garrincha, el héroe que jamás pudo festejar la Copa Libertadores que merecía su legado.
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