Hitos de los mundiales femeninos: China y Estados Unidos, vientos de guerra fría
A días de que comience el Mundial Femenino de Australia y Nueva Zelanda, repasamos la historia de las Copas del Mundo. Tercera entrega: la gran rivalidad de los tiempos contemporáneos, el pulso entre China y Estados Unidos por el dominio del fútbol femenino.
Fernando Camilo Garzón
A la final del Mundial de 1999 llegaron dos países con intenciones de dominar el fútbol femenino: China y Estados Unidos. Eran dos proyectos opuestos, con una rivalidad que nació en el 95. Un duelo que excedía los límites de la cancha, pues se trataba de dos miradas del mundo en la antesala de una tensión entre las dos grandes potencias de nuestros tiempos.
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A la final del Mundial de 1999 llegaron dos países con intenciones de dominar el fútbol femenino: China y Estados Unidos. Eran dos proyectos opuestos, con una rivalidad que nació en el 95. Un duelo que excedía los límites de la cancha, pues se trataba de dos miradas del mundo en la antesala de una tensión entre las dos grandes potencias de nuestros tiempos.
Años después, en los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, China exhibiría todo su poderío económico al mundo. El gigante asiático se mostró en esas justas como un el gran eje de oriente, el contrapeso a la hegemonía norteamericana que, tras los tiempos de la guerra fría con la Unión Soviética, había impuesto su visión y su poder en casi todo el planeta.
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Sin embargo, antes de esos Olímpicos, en el 99, cuando Estados Unidos buscaba su segundo título mundial en casa, China se presentó como un rival que podía ser la piedra en el camino de sus aspiraciones.
Hasta entonces, el fútbol femenino había emergido como un fenómeno muy distinto a las tradiciones del balompié jugado por hombres. En el 91, el primer mundial de la FIFA que se jugó en China, las campeonas fueron las estadounidenses y, cuatro años más tarde, en Suecia 95, el campeón fue Noruega. No aparecían en el palmarés, en los arreboles de la nueva Copa del Mundo, los grandes del otro lado. Sí se veía, en cambio, a dos países sin mayor trascendencia en el fútbol masculino, que emergieron en todo su fulgor en la rama de mujeres.
El dominio del balompié femenino era un escenario en disputa y por eso la Copa del Mundo del 99 presentaba una fuerte rivalidad entre dos grandes potencias, las dos locomotoras económicas del nuevo milenio, los primeros vientos de una nueva guerra fría.
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Tras el mito fundacional de la espada de triple filo, el demoledor equipo norteamericano que se llevó el primer mundial femenino de la historia, era lógico pensar que Estados Unidos terminaría llevándose el título en el 99. El campeonato mundial en el 91 cambió la perspectiva del “soccer” y dio paso a una formación mucho más consciente de una nueva camada de futbolistas.
Para el 91, vale recordar, la generación campeona llegó de una serie de jugadoras que más que futbolistas eran atletas. Fuertes físicamente, pero carentes de táctica y técnica, antes del primer mundial de la historia, la selección de Estados Unidos no era mucho más que un equipo aficionado. Paradigma que cambió cuando desde la gran potencia vieron en el fútbol una oportunidad revolucionaria y se dedicaron a preparar el torneo mundial para lograr un título que sentaría un paradigma.
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Por eso para el 99, con la sede del evento en casa y un recambio generacional de jugadoras más preparadas para repetir el título, Estados Unidos era favorito para ganar la copa.
Desde China, por su parte, también veían al fútbol femenino como una oportunidad naciente. Con una agresiva política de Estado, las asiáticas empezaron a ser un referente del balompié jugado por mujeres a nivel global.
La intención era ser potencia y la derrota en cuartos casa, en el Mundial del 91, caló fuerte en el gigante asiático. Y peor fue teniendo en la cuenta el título estadounidense. Para el 95 la presentación china mejoró sustancialmente al llegar hasta las semifinales. Sin embargo, en la lucha por el tercer puesto, las norteamericanas les ganaron 2-0, otro duro golpe que fue un cimbronazo para las asiáticas.
Por los procesos, por el significado que tendría la derrota y la victoria, para uno y para otro, el 99 fue un punto de inflexión para chinas y estadounidenses. Realmente, marcó el devenir del fútbol femenino y abrió el espectro de los duelos deportivos entre los dos países que, durante las décadas posteriores, también disputarían el poder político del mundo.
Estados Unidos, bicampeón; la caída del proceso chino
El gol de Brandi Chastain, el penalti que le dio el segundo título del mundo a Estados Unidos, cambió para siempre la historia del fútbol femenino. La imagen icónica de la norteamericana celebrando sin camisa el tanto del triunfo contra China sentenció el futuro de las estadounidenses como las grandes referentes del nuevo fenómeno del balompié en el mundo.
Ya, por el acompañamiento del público, ese Mundial del 99 había sido histórico. Los récords de asistencia de ese torneo, con estadios colmados de aficionados, fueron el primer testimonio real de la fuerza renovadora que el fútbol femenino traería con la entrada del año 2000.
Estados Unidos tomaría la posta, el impulso que lo ha llevado a ser el referente, no solo desde lo deportivo, sino también en la lucha por los derechos y la reducción de la desigualdad en el fútbol. China, en cambio, con la tercera gran derrota consumada en grandes citas, dejaría de apostar por el fútbol femenino como una oportunidad de dominio.
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Esa sería la última final que jugaría hasta nuestros días. Y en el Mundial de 2003, de nuevo en Estados Unidos, y de 2007, otra vez en China, caería en cuartos de final. A Alemania 2011 no fue, en 2015 volvió a caer eliminada en cuartos a manos de las norteamericanas y en Francia 2019 cayó en octavos.
1999 fue un punto aparte en la historia del fútbol femenino. La cima de Estados Unidos y el abismo de China. Las dos aspirantes a potencia en un balompié que ya empezaba a ilusionar al mundo.
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