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En la era aficionada del fútbol argentino, Huracán era de los equipos que triunfaba. En 1921, 1922, 1925 y 1928 logró sus primeros títulos en la máxima categoría. Desde 1931, cuando comenzó la era profesional, hasta 1973, El Globo no celebró. Sus hinchas padecieron hasta este último año en mención, aunque desde 1971 notaron un cambio. Tenía nombre propio: César Luis Menotti, quien llegó para remplazar a un técnico que tuvo una ideología de juego totalmente diferente: Osvaldo Zubeldía.
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Menotti siempre ha sido de la escuela del fútbol lírico, de posesión y posición, de toque, de atacar siempre, de enamorar. Esa mentalidad la llevó a Huracán y formó un equipo para la historia. Uno eterno en la memoria del balompié argentino. En el Metropolitano de 1973 demostró su superioridad con recordadas goleadas. Por ejemplo, le hizo seis a Argentinos Juniors, cinco a Atlanta, Racing y Rosario Central, cancha de la que salió aplaudido por la exhibición realizada.
Roganti; Chabay, Buglione, Coco Basile, Carrascos; Fatiga Russo, Brindisi, Babington; Loco Houseman, Larrosa y Avallay. Esa es la formación que todavía se recita de memoria en Parque Patricios, barrio en que Huracán es el dueño de la mayoría de las emociones, pese a que el club tiene sus orígenes en el Nueva Pompeya, donde en 1903 algunos alumnos del colegio Luppi decidieron crear una organización cuyo único fin era jugar a la pelota.
Después de haberse llamado Los Chiquitos de Pompeya, Defensores de Ventana, Defensores de Nueva Pompeya y hasta Uracán (sí, sin “H”), los jóvenes de Nueva Pompeya se reunieron con estudiantes de del colegio San Martín, ubicado en Parque Patricios, y se estableció el Club Atlético Huracán con la imagen de un globo como escudo en honor al globo aerostático con el que Jorge Newbery (a la postre presidente honorífico) había aventurado.
Volviendo al Huracán del 73, Menotti tiene un recuerdo especial para el mejor jugador de ese plantel, René Orlando Houseman, el cual descubrió en Defensores de Belgrano, un equipo de la C, y lo pidió de regalo de Navidad a la dirigencia. “¿Ese fue el que pidió El Flaco (en referencia a Menotti)?”, exclamaron los otros futbolistas cuando vieron llegar a un huesudo desordenado. Ese irreverente, villero, amante de la calle y de los picados de barrio gambeteó a todos en el primer entrenamiento, le metió caños al anonimato y tiempo después se fue del Globo como su máxima leyenda.
(René Houseman y la trampa del fútbol)
Ese Huracán recuperó lo que en Argentina se denomina “La Nuestra”, que es la manera de jugar en la que prevalece la técnica y el talento por sobre la táctica. Esa que llevó a su punto máximo La Maquina de River en la década del 40 y que después del fracaso de la selección albiceleste en el Mundial del 58 parecía que no servía más. Hasta que Apareció Menotti, que, además, lideró la Argentina que levantó la Copa del Mundo en el 78.
“La Nuestra” se hizo presente con otro Huracán, el de Ángel Cappa. Para el Clausura 2009 (primer semestre de ese año), el discípulo de la filosofía de Menotti armó un equipo que en la pretemporada no se entrenó como los demás. No habían extensas jornadas de trote ni de gimnasio; sí largos entrenamientos con la pelota, el objeto sin el que no se puede concebir el juego. Y así Cappa logró que sus dirigidos la desearan siempre.
Monzón; Araujo, Goltz, Domínguez, Arano; Bolatti, Toranzo, González; Pastore, Defederico y Nieto. Alineación que le sacara lágrimas en unos años a los hinchas de Huracán que fueron afortunados al ver sus obras futbolísticas en el Tomas Adolfo Ducó, casa de Huracán y donde aquellos hombres golearon, entre otros, a River. “Los Ángeles de Cappa” fueron llamados los jugadores que deleitaron con paredes, combinaciones, gambetas y goles. “Tiki-tiki” fue la forma en la que el entorno del fútbol argentino definió la manera de jugar de ese equipo.
Muchos pases, hacia todas las direcciones. Con esa premisa innegociable lograron pelear un torneo que no terminaron ganando porque en la última fecha en la cancha de Vélez, que resultó siendo el campeón, el árbitro Gabriel Brazenas perjudicó a Huracán y no permitió que un equipo que hizo feliz a los ojos del fútbol obtuviera su merecido premio. Una muestra más de que es mentira que del segundo no se acuerda nadie, de que no siempre gana el mejor y de que la manera de hacer las cosas es lo que determina el legado que se deja.