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Karim Benzema, “el rey del mundo” que ganó el Balón de Oro

El francés, de raíces argelinas, fue escogido como el mejor jugador de la última temporada. Líder indiscutido del Real Madrid campeón de la Champions, el delantero vive el mejor momento de su carrera, una lucha constante contra la marginación de sus ancestros.

Fernando Camilo Garzón
18 de octubre de 2022 - 11:00 a. m.
Karim Benzema durante la ceremonia en la que le dieron el Balón de Oro.
Karim Benzema durante la ceremonia en la que le dieron el Balón de Oro.
Foto: EFE - Mohammed Badra
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En las calles de París no dudan. “¿Quién es el mejor jugador del planeta?”, para los franceses, la respuesta está en dos nombres. ¡No hay más! Son dos herederos de tierras africanas, héroes en una tierra que tuvieron que hacer propia; son “Los reyes del mundo”. Uno, Kylian Mbappé, todavía está muy joven, le falta cocción. El otro, Karim Benzema, está en su momento. Su nombre se escucha en todos los rincones de la Ciudad Luz. ¡Ese es! El de Real Madrid, el nuevo Balón de Oro.

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Como pocas veces en la historia, este año había un consenso tan absoluto que era silencioso. No había mucha expectativa, el resultado era un veredicto cantado. El spoiler de un baloto que otorgó, de un tajo certero, la lanza de la meritocracia.

Benzema, francés de padres argelinos, hijo de la marginalidad africana con la que Europa trazó a su antojo el mundo. Benzema, el líder del equipo de la realeza española, que dominó, gracias a los pies de un delantero inteligente como pocos, una vez más el panorama global.

El encargado de embestir al nuevo amo del balompié fue Zinedine Zidane, su ídolo. Otro hijo ilustre -tal vez el más especial de todos- de esa tierra usurpada, la Argelia de los padres que huyeron de la guerra, la exclusión y la pobreza buscando otra vida. Los hijos de la colonia que jugaron a la pelota.

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Vamos en un Uber, pleno centro de París. “El francés es aburrido, no entiende de fútbol, no conoce la magia, no sonríe. Nosotros también somos Francia, pero la parte bonita de Francia. Los inmigrantes. Nuestro fútbol sí es alegre”, dice el conductor mientras explica porqué hoy en día no hay otro jugador como Benzema.

“Karim -le dice como si lo conociera de toda la vida- viene de Argelia. Es de la familia, es como nosotros, los verdaderos ciudadanos que habitan esta ciudad. Es francés, pero viene de la otra Francia”, argumenta.

Benzema, en su momento, también dio sus razones. “Juego para la gente que le gusta el fútbol, para la gente que sabe de fútbol”. Certero, no más palabras. Habló primero, jugó después. ¡Silencio! La pelota llegó al pie de Benzema. Qué peligro, ¡no lo dejen pensar! Muy tarde, si muchas veces sin tocar el balón el francés ya habilita al compañero. Es una bestia pensante, domina el movimiento, el espacio y el tiempo, y además es hábil, un acróbata con la pelota. Es silencioso en el campo, pero cuando la acción le llega a su botín habla que da miedo.

Y tenía razón, siempre la tuvo. Juega como jugó siempre, como él mismo lo dijo, para los que saben. Y no cambió nunca, aun incomprendido, aun juzgado, aun marginado, como lo fue siempre, un jugador de otro tiempo.

Huir de Argelia

Hafid Benzema y Wahida Djebbara, los padres del astro de Real Madrid, dejaron Argelia huyendo de la precariedad de sus condiciones. Soñaban otra vida, buscaban otro futuro. Recién se conocieron en Tigzirt, se casaron y emprendieron la escapada siguiendo la luces prometidas de Francia.

Era la transición de década de los 50 a los 60, los argelinos luchaban por su independencia contra la colonización francesa. En medio de la crueldad de la guerra y el abandono de un Estado dependiente, la violencia y la pobreza obligaron al éxodo de cientos de miles de personas. Entre esos viajaban los padres del futuro Balón de Oro, que no nacería sino hasta dos décadas después, en 1987, en el seno de una familia afincada en Lyon.

Desde pequeño, Karim Benzema se enfrentó a los señalamientos por su origen. Lo educaron en un colegio católico en el que lo insultaban por sus raíces, su introversión y su sobrepeso. Su familia, aunque estaba estabilizada, no era acomodada. Todo lo contrario, vivían en Bron, uno de los barrios más deprimidos de la ciudad. Sin embargo, a pesar de la marginalidad de infancia, el nueve de Real Madrid siempre encontró un respiro en el balón. Cuando la pelota rebotaba en el césped y giraba acompañada de sus pies, el mundo no se sentía tan pesado.

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Y dicen que el pequeño Karim tenía claro su camino: “Primero, ser profesional; después, la Champions, jugar con Francia y Real Madrid, y ganar el Balón de Oro”. Uno a uno, los sueños proyectados de Benzema se cumplieron según la agenda del niño marginado que quería dominar el mundo. Como si por el capricho de soñar el destino le hubiese cumplido una cita inaplazable.

La explosión de Benzema

“Karim es el fútbol -así lo definió Carlo Ancelotti, su entrenador en Real Madrid, en la ceremonia del Balón de Oro-, es un artista”. Para Zidane, por ejemplo, su magia está en la lectura del juego, pero especialmente el toque del balón. Ese sentimiento que lo liga a la pelota “lo siente diferente que los demás”, aseguró Zizou. “Es como el vino, madura y sabe mejor”, sentenció Ancelotti.

Así como creció marginado, en Real Madrid también le tocó luchar de más para encontrar un lugar. Sabía, con la sabiduría que da el talento, que su momento llegaría. Fue la sombra, durante años, de Cristiano Ronaldo y cuando el fenómeno portugués se marchó a la Juventus, y la deriva parecía llegar a la casa blanca, Benzema emergió como ídolo.

Incluso, ido CR7, todavía dudaban del delantero francés, no tan goleador como el luso, pero quizá más inteligente con los espacios, más bondadoso con la pelota y los esquemas. Benzema estalló hace un par de años ya. No obstante, si un año era el suyo fue este, la temporada en la que lideró la Champions League épica de los merengues, esa de las remontadas y el juego a contracorriente en el que el francés era bálsamo y norte.

El galardón, por primera vez en la historia, premió la temporada (21/22) y no el año. Sin embargo, Benzema tiene en Catar 2022 la posibilidad de seguir escribiendo su historia. No fue en Rusia 2018, pues sus problemas judiciales por el chantaje a Mathieu Valbuena y los señalamientos por su supuesta participación (no comprobada) en una red de prostitución infantil lo segregaron de la selección. “Me juzgan por venir de Argelia. No es un secreto: media Francia es racista”, se defendió en su momento. Palabras que calaron y encendieron el debate en la tierra gala, pero que hoy parecen olvidadas al celebrar que el mejor jugador del planeta, 24 años después, vuelve a ser francés.

Y a Zidane, precisamente el último que había recibido el Balón de Oro, su entrenador durante años en Madrid, el argelino que también dominó el mundo, fue el primero al que Benzema le agradeció una vez subió a recibir el premio: “Eres la inspiración de mi vida”.

De hecho, cuando llegó a España lo llamaban el pequeño Zidane. También con la cabeza rapada, rápido de pies, suspicaz sobre el césped y mago con la pelota. Pero Benzema hizo su propia historia y construyó su leyenda con su propio peso. El grito de los marginados, el espejo de una tierra que fue dejada atrás, el hijo de los ciudadanos de Francia —los verdaderos—, proclamado “rey del mundo” en París, la ciudad que no tiene duda de quién es el mejor futbolista del planeta.

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