La irreverencia del Palomo Usuriaga: a 17 años de su asesinato
Era un moreno de casi dos metros de estatura que, con sus grandes zancadas, tenía una habilidad atípica para jugar. Díscolo, desobediente, rebelde y elocuente como él solo, pero se hizo querer.
Thomas Blanco
A 17 años de su partida. Díscolo, desobediente y rebelde como él solo, era un moreno de casi dos metros de estatura, que con sus grandes zancadas, tenía una habilidad atípica para jugar. Elocuente, se hacía querer. Con su sonrisa pícara, se hizo recordar: hace 15 años Albeiro “El Palomo” Usuriaga fue asesinado. Celos, la razón del crimen.
El 11 de febrero de 2004, en una de las esquinas de la calle 52 con carrera 28F del barrio 12 de octubre de Cali, el “Palomo” jugaba cartas, dominó y se tomaba unas cervezas. Un joven se bajó de una moto, sacó la pistola y aprietó el gatillo. Fueron trece disparos. Una sevicia movida por la envidia de un hombre que ve a la mujer que ama en brazos de otro. El delantero salía con una exnovia del asesino. Jefferson Valdez Marín, el responsable. Alguien que además era la cabeza de una banda de sicarios conocida como “Molina”.
(Cuando la droga y la tragedia se relacionaron con los futbolistas colombianos)
Así se apagó la luz del vallecaucano. Ídolo en Independiente de Avellaneda, América de Cali, General Paz Juniors y Atlético Nacional, fue un hombre de goles definitivos: le anotó a Israel el tanto que significó la clasificación de Colombia al Mundial de 1990 y se reportó en la final de la Copa Libertadores 1989 con Atlético Nacional.
De la mano, siempre estuvieron los escándalos: un dopaje lo privó dos años del fútbol por dar positivo por cocaína y experimentó una polémica exclusión a la cita orbital de Italia 90 por un supuesto robo a sus compañeros.
Un rebelde, a veces sin causa, que siempre será recordado por su sonrisa: “El Palomo” Usuriaga. Una sonrisa que desapareció hace 17 años.
A 17 años de su partida. Díscolo, desobediente y rebelde como él solo, era un moreno de casi dos metros de estatura, que con sus grandes zancadas, tenía una habilidad atípica para jugar. Elocuente, se hacía querer. Con su sonrisa pícara, se hizo recordar: hace 15 años Albeiro “El Palomo” Usuriaga fue asesinado. Celos, la razón del crimen.
El 11 de febrero de 2004, en una de las esquinas de la calle 52 con carrera 28F del barrio 12 de octubre de Cali, el “Palomo” jugaba cartas, dominó y se tomaba unas cervezas. Un joven se bajó de una moto, sacó la pistola y aprietó el gatillo. Fueron trece disparos. Una sevicia movida por la envidia de un hombre que ve a la mujer que ama en brazos de otro. El delantero salía con una exnovia del asesino. Jefferson Valdez Marín, el responsable. Alguien que además era la cabeza de una banda de sicarios conocida como “Molina”.
(Cuando la droga y la tragedia se relacionaron con los futbolistas colombianos)
Así se apagó la luz del vallecaucano. Ídolo en Independiente de Avellaneda, América de Cali, General Paz Juniors y Atlético Nacional, fue un hombre de goles definitivos: le anotó a Israel el tanto que significó la clasificación de Colombia al Mundial de 1990 y se reportó en la final de la Copa Libertadores 1989 con Atlético Nacional.
De la mano, siempre estuvieron los escándalos: un dopaje lo privó dos años del fútbol por dar positivo por cocaína y experimentó una polémica exclusión a la cita orbital de Italia 90 por un supuesto robo a sus compañeros.
Un rebelde, a veces sin causa, que siempre será recordado por su sonrisa: “El Palomo” Usuriaga. Una sonrisa que desapareció hace 17 años.