La selección femenina de Estados Unidos y su lado político
Desde hace unos años el combinado norteamericano ha expresado su postura política y ha aprovechado el fútbol para promover mensajes de apoyo a campañas contra el racismo y la violencia de género.
Andrés Osorio Guillott
Previo al primer amistoso entre las mujeres de Colombia y Estados Unidos en Orlando, Florida, las jugadoras de la selección norteamericana llegaron, e incluso salieron a la cancha a los actos protocolarios vistiendo prendas que llevaban mensajes relacionados con la campaña “Black Lives Matter”. Sus posturas políticas, que complementan su nivel futbolístico, también han construido una identidad y han causado que el equipo sea un referente a nivel mundial.
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Previo al primer amistoso entre las mujeres de Colombia y Estados Unidos en Orlando, Florida, las jugadoras de la selección norteamericana llegaron, e incluso salieron a la cancha a los actos protocolarios vistiendo prendas que llevaban mensajes relacionados con la campaña “Black Lives Matter”. Sus posturas políticas, que complementan su nivel futbolístico, también han construido una identidad y han causado que el equipo sea un referente a nivel mundial.
Arrodillarse mientras suena el himno de Estados Unidos y vestir las camisetas de múltiples diseños que evocaban las luchas contra el racismo y que sentaron de nuevo la protesta del deporte a nivel mundial por los casos de violencia policial que se presentaron el año pasado en Estados Unidos, especialmente el asesinato a George Floyd, fue el nuevo gesto colectivo de la selección de Estados Unidos. La ausencia del grupo por la pandemia no las ha dejado olvidar de ese rasgo que las ha distinguido desde hace años y que hace parte también ya de la idiosincrasia del equipo. Aprovechar los micrófonos y hacerse conscientes del ejemplo que son para otras mujeres las ha llevado a manifestar y sentar sus protestas sobre múltiples causas sociales que buscan erradicar cada vez más los focos de intolerancia, violencia y desigualdad contra las mujeres, la población LGBTI y la población afrodescendiente.
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“A la jodida Casa Blanca no voy. Y dudo que nos inviten. Y si lo hacen no iré”, dijo Megan Rapinoe, -que ayer dio una asistencia a Samantha Mewis para el primer gol contra Colombia-, capitana de la selección de Estados Unidos cuando ganaron el Mundial de Francia 2019. Su gesto, que fue apoyado por el combinado norteamericano, es uno de los más recordados y uno de los que empezó a perfilar el lado político del equipo al expresar su desacuerdo contra Donald Trump.
Y es que ese activismo no es propio de la actual generación de futbolistas estadounidenses. Mia Hamm, que jugó como mediapunta y fue campeona mundial en 1999, fue un referente de la selección no solo por su juego, sino también por alzar la voz para que el fútbol femenino tuviera el mismo cubrimiento y apoyo económico que el masculino. Al ser la imagen de Nike en su carrera deportiva impulso la presencia de la mujer futbolista en las grandes multinacionales que patrocinan al deporte. Su convicción, que no era panfletaria y sí inspiradora, amplió las posibilidades para que el balompié estadounidense empezara a pensar en el progreso del mismo sin distinguir género.
Hamm es el espejo en el que la misma Megan Rapinoe, Ashlyn Harris o Carli Lloyd se vieron muchas veces para llegar a ser las figuras de la actual selección de Estados Unidos. Un referente en lo deportivo y en lo político. El eco de su legado se extendió y reafirmó por qué la identidad de un grupo depende siempre de la grandeza de quienes se atrevieron a romper los paradigmas y establecer nuevas bases. “Hay mujeres que han pavimentado el camino para que esté aquí en frente de ustedes y es muy trabajo y mi deber seguir empujando los límites por la igualdad en todos los espectros”, expresó Harris, la guardameta del equipo estadounidense en 2019.
“Tenemos una gran plataforma para usar nuestras voces. Y justo ahora, todos los ojos están sobre nosotros”, dijo Alex Morgan, otra protagonista del combinado norteamericano. Esa consciencia de todas las jugadoras sobre el poder mediático y el alcance que pueden llegar a tener sus palabras es la que ha provocado en gran parte que se sientan en la capacidad de manifestar su rechazo a las políticas de Donald Trump y a las dinámicas que siguen manteniendo abierta la brecha en el deporte desde una perspectiva de género.
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Todas han entendido que los cuatro mundiales y las cuatro medallas de oro que han obtenido en la historia deben ir respaldadas por algo más que el buen desempeño futbolístico. Valorar y aplaudir su activismo no es volver al viejo debate de si los deportas deben o no participar en política, pero quienes han decidido hacerlo han entendido que desde su posición pueden dejar una reflexión sobre aquellos cambios necesarios en un mundo que va en constante transformación y que exige cada vez más la inclusión y la igualdad en todos los campos sin restricciones o divisiones que valgan.