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Corría el minuto 11 del partido que el Leeds terminaría perdiendo 4-2 en casa contra Manchester United, el domingo 20 de marzo, por la Premier League. El mediocampista alemán Robin Koch, del equipo que entonces todavía era dirigido por Marcelo Bielsa, soltó la pelota y enseguida su cabeza se encontró con el cuerpo del jugador rival Scott McTominay. Sufrió un duro golpe y quedó tendido en el césped.
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Koch volvió al terreno de juego, pero después debió ser sustituido. Había sufrido una lesión en su cráneo. “La primera conclusión es que puede seguir jugando porque solo tiene un corte del que emana sangre. Se cambia el pantalón y la camiseta, y vuelve a jugar. Durante el tiempo que vuelve a jugar actúa perfectamente, no hay ningún indicador de que tuviese alguna limitante. En un momento dado el jugador se sienta, los médicos ingresan y él informa que tiene síntomas que no tenía cuando se produjo el golpe. En ese momento se decidió el cambio”, relató después del partido el entrenador argentino, quien no quiso utilizar el cambio extra que fue implantado por la Premier League en el marco de un experimento lanzado en 2020 por la International Board (IFAB), garantes de las reglas del fútbol, en casos de sospecha de conmoción cerebral.
Se abrió de nuevo el debate acerca de las lesiones cerebrales que pueden sufrir los deportistas en diferentes disciplinas, sobre cómo prevenir ese tipo de acontecimientos, cómo proteger a los protagonistas y qué medidas implementar para que, cuando ocurran, sobre todo no corra riesgo la vida de ellos, y no se vea afectado el equipo al que pertenecen.
De hecho, el Sindicato inglés de Futbolistas Profesionales (PFA) abogó en favor de las sustituciones temporales, aparte de las definitivas, en caso de sospecha de conmoción cerebral: “Como organismo representativo de los jugadores en Inglaterra, pedimos claramente a la IFAB la introducción de sustituciones temporales para los casos de conmoción. Estas sustituciones temporales por conmoción ofrecerán la posibilidad a los servicios médicos de trabajar con más calma para ofrecer el mejor diagnóstico posible, sin que un equipo esté en inferioridad numérica, reduciendo la presión sobre jugadores y equipos médicos”.
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“El ejemplo de Robin Koch proporciona de nuevo la prueba de que los protocolos actuales sobre conmociones cerebrales en el fútbol no dan la prioridad a la seguridad de los jugadores. Ocurre a menudo que los jugadores vuelven a jugar después de haber sufrido conmociones cerebrales y son obligados a abandonar definitivamente el terreno de juego poco después, tras haber visto agravados sus síntomas”, profundizó la PFA.
Y es que las conmociones cerebrales, que han sido objeto de múltiples estudios en los últimos años en el entorno del deporte, pueden dejar secuelas graves a largo plazo. Estas lesiones ocurren cuando la cabeza sufre un golpe y el cerebro se mueve dentro del cráneo, provocando, a veces, hasta que choque con sus paredes. Algunos de los síntomas son dolor de cabeza, mareo, visión borrosa, aturdimiento, problemas de concentración, ansiedad, irritabilidad, depresión y náuseas.
Las conmociones cerebrales se presentan en los deportes de contacto y en los que puede haber caídas. Entre otros deportes, se han presentado en rugby, fútbol, hockey, ciclismo, skateboarding y esquí. La NFL, la Liga de fútbol americano de Estados Unidos, por ejemplo, ha limitado el uso de cierto tipo de cascos y ha promovido la utilización de unos modelos modernos que poseen sensores que envían datos de los impactos de la cabeza a aparatos electrónicos en manos de los médicos de los equipos, quienes los pueden analizar en el borde del campo de juego. Además, se han limitado los choques en los entrenamientos.
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Y es que, según varios estudios, los golpes más graves son cuando se chocan dos cabezas. “Si se observa con cuidado, en general no es el impacto de la pelota en la cabeza lo que conduce a la conmoción, sino que la gran mayoría de las veces es el contacto entre jugadores que ocurre durante el cabeceo lo que provoca la conmoción. La cabeza de un jugador golpea la de otro, o hay una colisión de hombro y cabeza. Ese es el problema, no la pelota”, afirmó Dawn Comstock, del Departamento de Eepidemiología de la Universidad de Colorado, autora de un estudio sobre las conmociones cerebrales en el fútbol.
Es un concepto con el que coincide Rafael Ramos, presidente de la Asociación Española de Médicos de Equipos de Fútbol, quien le explicó al diario El País de España que “científicamente no existe constancia de que cabecear el balón pueda producir daño cerebral”. No obstante, Willie Stewart, de la Universidad de Glasgow, publicó en 2019 su artículo “Mortalidad por enfermedades neurodegenerativas en exfutbolistas profesionales”, en el que entregó los resultados de una comparación de datos médicos entre más de siete mil futbolistas escoceses nacidos entre 1900 y 1976, y más de 23 mil hombres de similar edad. ¿El resultado? El riesgo de fallecer por una enfermedad neurodegenerativa se triplica en los futbolistas.
“Es esencial mejorar el reconocimiento y la gestión de la conmoción cerebral en el fútbol profesional, de forma que pueda protegerse la salud de los jugadores tanto a corto como a largo plazo”, concluyó Vincent Gouttebarge, director médico de Fifpro.