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Lionel Messi y la crónica de una llegada anunciada a PSG

El argentino de 34 años fue presentado como jugador del club parisino, el nuevo equipo galáctico de Europa.

11 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
Messi durante la presentación oficial como nuevo jugador de PSG.
Messi durante la presentación oficial como nuevo jugador de PSG.
Foto: Agencia EFE
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Antes de que terminara la temporada 2010-2011, Antoni Munné se dio a la tarea de buscar a 15 escritores para hablar del Barcelona y de la pluralidad generada por un sentimiento similar.

Y aunque cada uno apeló a la memoria y a lo vivido, y trabajó con el material existente, hubo un factor común, desde Juan Villoro hasta Daniel Samper Pizano: Lionel Messi. El libro comienza con un análisis del título escogido -Cuando nunca perdíamos- y la reflexión de Enrique Vilas-Matas (otro de los participantes en este pensar colectivo): “Es irónico, profético y simpático”. Y después viene una frase que podría aplicarse hoy en día como una premonición: “Algún día todo tenía que acabar”.

Y aunque lo único que no cambia, en realidad, es que todo en la vida es cambiante, este martes empezó la transformación real, con empleados del club retirando la imagen de Messi del Camp Nou mientras el 10 tomaba un vuelo a París.

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Y el argentino, al que Ramón Besa describió como un niño introvertido al que había que arrancarle las palabras en Rosario (¿Un cuento o un relato?), lloró, gritó de pavor en silencio y confesó que quiso quedarse, que hizo todo lo posible por hacerlo. Y esas palabras tomaron fuerza luego de los murmullos de su padre, Jorge Messi, en medio de cámaras y periodistas haciendo preguntas obvias: “Averigüen en el club quién es el verdadero culpable”.

En el aeropuerto de Prat, con maletas y la familia lista y otros allegados, Messi dio el último paso de lo que horas antes fue el principio del fin. Y verlo subir en el avión, y la sonrisa de su esposa Antonella Roccuzzo en un posteo en redes sociales, terminó de partir en dos el occidente de los hinchas catalanes, de los que, como Juan Bonilla, se enamoró de Barcelona por la radio y ratificó ese sentimiento muchos años después gracias a Messi (Una autobiografía poética).

Y entonces, como dijo Juan Cruz, otro de los invitados hace una década para escribir del Barça, el fútbol fue pura nostalgia, y ni siquiera necesitó que la pelota estuviera rodando para que la voz de los aficionados blaugranas fueran un silencio total, una muestra de resignación.

El impacto de Messi, cuando apenas se estaba convirtiendo en el Messi del que hoy se habla, fue tal que los mismos catalanes lo prefirieron, en su momento, por encima de Andrés Iniesta, el de Fuentealbilla y figura de España en la final del Mundial de Suráfrica de 2010, y por delante de Xavi Hernández, el emblema de Cataluña, el hijo de Terrasa, el entrenador hecho futbolista.

Y como si se tratase de las antípodas, en París la felicidad se justificó por sí sola. Decenas de personas llegaron hasta el aeropuerto Le Bourget para cantar allez Paris, allez Messi.

Y la capital francesa, que a lo largo de la historia fue tan resistida al fútbol y más benevolente con el rugby, entendió que este movimiento del mercado de pases se puede transformar en otro, exactamente en un título de la Champions League. Y que esta París moderna puede ser, en los próximos meses, el corazón del fútbol europeo gracias al hombre al que, según Enrique Vilas-Matas en su cuento Partidarios de la felicidad, nunca se le puede discutir nada.

Messi aterrizó en la capital francesa y salió por una de las ventanas del aeropuerto para saludar a la gente y regalar una sonrisa que se fue esparciendo, la misma -diría Villoro- que mostró en su primera final luego de quedarse encerrado en un baño, de romper el vidrio y llegar a la cancha para marcar tres goles y quedarse con el premio: una bicicleta.

Porque, como dice el texto del escritor mexicano, la infancia marca el destino. Luego, como si se tratase de un jefe de Estado invitado a una alta cumbre, fue escoltado -las cuatro camionetas marca Mercedes- por varias motos de la policía local que alivianaron el tráfico hasta el hotel Le Royal Monceau, de los más lujosos de la ciudad y a una cuadra de los Campos Elíseos, el mismo lugar en el que estuvo Neymar recién fue contratado por el PSG.

Una vez allí, y ya con un traje ministerial, Messi partió para el Parque de los Príncipes, el estadio que será su casa durante las próximas dos temporadas. Posó con la camiseta y el dorsal 30, el número que llevará -el 10 es de Neymar- tal cual lo hizo en sus inicios con Barcelona (pasó del 30 al 19 para luego adueñarse del 10) y seguido fue a la revisión médica para cumplir con la apretada agenda. El argentino de 34 años ganará 35 millones de euros por temporada.

Su padre sigue trabajando para que la cifra sea neta, es decir, libre de impuestos. Además habrá una especie de bonos por objetivos cumplidos. En caso de que las cosas salgan como están planeadas, el vínculo se renovará automáticamente por un año más. Messi podría estar en París hasta junio de 2024, un mes antes de que comiencen los próximos Juegos Olímpicos (y eso que recién terminaron los de Tokio).

Una poderosa estructura

Con la llegada de Messi, PSG no solo logró juntar al argentino con Neymar, su gran amigo, sino que ahora trabaja en una especie de combate titánico para que Kylian Mbappé no se marche y así tener el tridente de ataque más importante de los últimos años. El equipo parisino, fundado en 1970 y que tardó cuatro años en ascender a la primera división de su país, ha gastado 1.391 millones de euros en refuerzos desde 2011 (según El País de España).

Curiosamente, cinco de sus seis grandes contrataciones de este año han arribado como agentes libres: Sergio Ramos, Gianluigi Donnarumma, Georginio Wijnaldum, Achraf Hakimi y Messi. No se gastó dinero en traspasos, sí en sueldos estratosféricos. Nasser Al-Khelaïfi, dueño del club, tiene un brazo económico bastante amplio y relaciones importantes con Catar, un Estado que vio en el deporte la manera de limpiar su imagen ante el mundo.

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En PSG Messi será dirigido por Mauricio Pochettino, un entrenador con la laboriosidad de una hormiga y que también tiene una historia particular con Newell’s, que nació en Rosario, la tierra del Che Guevara y de Fito Páez. Discreto y que privilegia las relaciones humanas y odia el exhibicionismo -así lo define Jorge Valdano-.

Junto a él, Messi vivirá un viaje a una nueva dimensión que tiene como único objetivo lograr el título de la Champions League. El reto para los aficionados de Barcelona, de acá en adelante, será entender al Barça sin el argentino, porque olvidar, como algunos sugieren, es imposible.

Y para los del club francés es disfrutar porque, citando a Villoro, “cuando un niño quiere una bicicleta es capaz de hacer cualquier cosa. Y cuando el hombre juega como el niño que quiere la bicicleta, es el mejor futbolista del mundo”.

* El libro “Cuando nunca perdíamos” es de la editorial Alfaguara y tuvo su primera edición en 2011.

Por: Camilo Amaya

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