Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Y un día Mara Gómez no aguantó más y pensó en mil formas de morir. Y vio que la más sencilla era arrojarse cuando pasara un auto, pues el impacto, quizá, sería seco y acabaría con el padecimiento, con su humanidad, con la desesperanza.
Y, claro, nadie recordaría a Mara Gómez, de 15 años, y su paso fugaz por un mundo que hasta entonces fue cruel con ella, que no le permitía tener una voz, mucho menos una identidad, pues a medida de que fue cambiando su manera de vestir y sus comportamientos sufrió de bullying en la escuela.
De hecho, llegaron a impedirle el ingreso al baño de mujeres, al que ella sentía que debía entrar. Y para evitar más problemas le habilitaron uno de discapacitados que, para su desfortuna, olvidaban abrir de cuando en cuando.
Mara Gómez se sintió perseguida así no lo estuviera. Y las voces, así no hablaran de ella, le daban una sensación de desconfianza, de cobardía. Más la gente que la fulminaba con sus ojos. Y por eso, cuando llegaba a su casa, lo único que hacía era encerrarse en su habitación y entregarse al llanto desaforado que podía durar horas y horas, a la aflicción de que no la llamaran en la escuela como ella quería que lo hicieran, que le dijeran “Mara, tal cosa” o “Mara, tal otra”, o que las personas la vieran como ella quería que la vieran, porque ya se sentía segura de quién era.
Le puede interesar: La noche en la que las Leonas alcanzaron su primera estrella
“No sabía qué iba a ser de mí, si tenía un futuro, si podría aspirar a una vida digna, a una familia. Entonces Adriana, una vecina, que por cierto me salvó un par de veces de lo que hubiera sido un gran error, me invitó a jugar fútbol”. Desde 2012, Mara Gómez no ha dejado de pegarle a la pelota con la fuerza con la que la existencia misma la golpeó durante mucho tiempo.
Y empezó a mejorar, y a participar en torneos relámpagos en los que las rivales se quejaban porque veían en ella una gran desventaja. “Una vez que me tocó de defensa metí un autogol, perdimos, pero aun así se quejaron porque creían que era injusto tener de rival a una chica trans”.
La ley de identidad de género en Argentina (la número 26.743 de 2012) le permitió renacer y absorber todo ese terror de tantos años y transformarlos en una fuerza desmedida para cumplir su sueño: ser futbolista profesional, jugar con la camiseta de Villa San Carlos y dejar atrás a todos aquellos que hicieron las veces de inquisidores.
Usted repite mucho una frase: estamos de paso por la vida…
Sí, porque me sentí cansada de vivir a los 15 años. Y entendí que no era justo conmigo misma el dejar de luchar. Conocí el fútbol y todo cambió. Y eso no quiere decir que se terminaron los obstáculos, todo lo contrario, siguen estando ahí, pero puedo decir que tengo sueños y que los he ido conquistando. Y lo mejor es que muchas personas se sienten identificadas, y es como un envión para seguir adelante.
¿Qué me puede decir del debut en la Liga Profesional Femenina?
Bueno, Lanús nos ganó 7-1, pero en realidad ganamos todas. Fue un hecho histórico por la participación de una chica trans. Es una muestra de que como sociedad estamos evolucionando y conquistando derechos que antes eran utópicos. Tenemos que dejar de pensar que el deporte es solo para hombres y mujeres, que también hay un espacio para las personas que pertenecemos a la comunidad LGBT.
Lea aquí: Santa Fe y su proceso en el fútbol femenino
Ese día tuvo una opción clarita de marcar su primer gol...
Sí, pero adelanté mucho la pelota, y cuando rematé ya la arquera rival me había cerrado el ángulo de tiro. Qué lindo hubiera sido debutar con gol, pero ya está.
¿Cómo se siente ahora, luego de pasar de los rechazos a las voces de apoyo constante?
El dolor está presente cuando miro atrás y veo el camino recorrido. Pero me doy cuenta de que valió la pena, que es un paso para una comunidad que ha sido vulnerada, discriminada y maltratada física y mentalmente. Pero ahora contamos con el respaldo del gobierno y de unas leyes de equidad. Y ojalá esto se replique en otros países, y no solo en lo deportivo.
¿Por qué empezó a estudiar derecho y después se pasó a enfermería?
Necesitaba salir al mundo laboral cuanto antes, y la carrera de derecho es muy larga. Esa es la razón: una necesidad. Ya después me empecé a apasionar con los pacientes, con sus historias y sus ganas de vivir. Y cuando vos pasás por un pabellón en el que muchos niños enfermos no se quieren rendir, eso te da una energía extra para intentar mejorarles la calidad de vida. Es una imagen fuerte, pero a la vez te impulsa a no desfallecer en lo que tienes planeado.
¿Cuál cree que es el siguiente paso, a nivel pedagógico, para que la inclusión sea algo tan natural en la sociedad argentina?
Creo que lo importante es que haya una educación incluyente. Que a las nuevas generaciones se les enseñe a tener la mente abierta y libre. Que se le pueda enseñar a una criatura qué es una chica trans y lo tome con la naturalidad de cualquier otro tipo de conocimiento arraigado. Y que el día de mañana, cuando vean a una mujer trans, a una lesbiana o a un homosexual, no se incomoden y los respeten. En otras palabras, abolir la discriminación y que exista una educación sexual amplia. Eso sería el premio para quienes hemos dado esa batalla con lágrimas y risas a la vez.
¿Y en el ámbito deportivo?
Que cada Federación tenga su reglamentación y que no sea algo exclusivo del fútbol. Ah, y que no haya tratamientos hormonales como en el que estoy, porque eso te afecta mucho, sobre todo en lo emocional. De hecho, te sientes débil y son cosas que a largo plazo pueden ser perjudiciales para la salud.
¿Por qué repite que lo que usted está viviendo es un sueño no soñado?
Porque era tanto el miedo al futuro, que me hacía pensar que nunca iba a llegar. Creer en algo que no existe. Y hoy me doy cuenta de que los deseos, que vienen de dentro y son muy profundos, se cumplen y que no te podés rendir.
¿Cómo fue ese año de lucha para que la AFA diera el sí y poder jugar en la Liga Femenina de Argentina?
Duro, de ires y venires, pero al final tuve un premio a tanta constancia, a la entereza con la que defendí mis ideas. Eso sí, tuve que firmar unos acuerdos de un tratamiento para disminuir la testosterona a principio y mitad de temporada. Pero eso ya es otra cosa. Lo importante es que se logró, que me autorizaron para jugar y que ahora mi deseo es seguir luchando para que el fútbol femenino tenga las mismas garantías y oportunidades que el masculino. Esta conquista le pone color a la vida y da un mensaje: no ser lo que la gente quiere que uno sea. No hay que complacer la mirada del resto.
Por: Camilo Amaya
En twitter: CamiloGAmaya