Martín Palermo: los 50 años del Optimista del Gol
En su cumpleaños, hacemos un repaso de los años dorados del legendario goleador de Boca Juniors, Argentina y del fútbol.
Juan Diego Forero Vélez
Este martes cumplió 50 años Martín Palermo; ídolo de Boca Juniors, de Argentina, del fútbol. Cumplió años Palermo, y las paredes de su casa apenas pueden contener los festejos de gol de los aficionados fantasmales que le cantan desde el pasado; las ventanas deben sostenerse con fuerza a los goznes que las rodean para evitar que los cánticos residuales de los hinchas de Boca terminen por romperlos a pedazos.
Este martes alcanzó los 50 años, y aunque se acerca un poco, parece humanamente imposible que alcance los 307 goles que hizo en toda su carrera, aunque el fútbol suele lograr lo imposible, inmortalizando a los que perecen y a los que, con alegría, adornaron tantos corazones en los estadios repletos.
El Titán ganó todo lo que se propuso ganar. Sufrió, cayó, rugió y celebró en los estadios más importantes del planeta. Ayudó a la selección de Argentina cuando sufría de forma agónica para clasificar al Mundial de Sudáfrica, y levantó un par de Copas Libertadores con el equipo que lleva grabado en su corazón y en su alma. Vivió el fútbol de una forma única, pasional, interna.
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El día que se retiró, todo el fútbol argentino hizo un gesto de aprobación silenciosa; ese día, el 12 de junio de 2011, ante los ojos vidriosos y acuosos de los hinchas xeneizes, Martín, con la mirada caída y el ceño contraído, trató de contener unas lágrimas autónomas; ese día, tuvo que nacer de nuevo, dejando atrás su vida de goleador. Fuera de las canchas parecía que nada contaba para él; “¿llorar por el fútbol?” Decía “claro, es un amor inexplicable”.
Inexplicable como los gritos de los hinchas en La Bombonera, como el repetitivo, pero incansable “muchas gracias Palermo, muchas gracias Palermo, muchas gracias Palermo (...) Vos nos diste los goles, vos nos diste alegría, lo que hiciste por Boca no se olvida en la vida”.
Inagotable, como las lágrimas diáfanas que se escurrían entre las sillas repletas de quienes, tristes, le dedicaban una despedida dolorosa y merecida. Martín Palermo se llevó el arco que daba la espalda al complejo Pedro Pompilio; mientras cargaba con el número 9, teñido para ese último partido con un dorado único y predilecto. Y se llevó los aplausos perennes. Y la gloria eterna.
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Es imposible olvidar hoy aquel gol que metió con ambas piernas desde el punto penal contra Platense en el Clausura de 1999. O aquel de cabeza, a 40 metros del arco, frente a Vélez, ante la mirada escéptica de rivales y seguidores. Quizá sea un poco más nítido el recuerdo del pase de Juan Román Riquelme para que metiera el primer gol, el 28 de noviembre del año 2000 contra el Real Madrid en la Copa Intercontinental, o aquel segundo gol, tras una corrida maratónica y una definición fuerte a la mano izquierda de Iker Casillas, inmovilizado y estático; y el grito fuerte y cortante de Palermo, que corrió hacia la esquina del campo para celebrar sin consuelo ni límites.
Imposible no recordar el pitazo final del árbitro colombiano Óscar Ruiz, el abrazo con Óscar Córdoba, con Jorge Bermúdez y Mauricio Serna. Hoy no es permitido no recordar ese segundo título continental que, con doblete de Martín Palermo, consiguió Boca Juniors; ante la resignación impúdica de Roberto Carlos, “Guti”, Luis Figo, y el resto de leyendas merengues.
Tal vez se deba recordar con igual euforia el gol contra la selección de Perú en las eliminatorias para Sudáfrica 2010 convocado por Diego Armando Maradona; al minuto 47 del segundo tiempo, cuando todo estaba empatado a 1, y cuando las cámaras de televisión apenas si lograban enfocar el campo, y todo estaba empapado, hasta los gritos de gol.
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Es menester recordar que Palermo ponía como única condición para visitar hospitales, que no hubiera reporteros ni periodistas alrededor, porque “desde el anonimato, puede uno a veces colaborar y brindar una ayuda (...) por lo que te dicen los doctores, porque eso le puede generar a los niños un golpe anímico favorable”.
El Optimista del Gol ganó 6 ligas con Boca, 2 Copas Libertadores, 2 Copas Sudamericanas, 2 Recopas Sudamericanas y una Copa Intercontinental. Jugó 628 partidos. Actualmente, es entrenador de Platense, y lucha para que su equipo recupere regularidad y salga del fondo de la cancha.
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Este martes cumplió 50 años Martín Palermo; ídolo de Boca Juniors, de Argentina, del fútbol. Cumplió años Palermo, y las paredes de su casa apenas pueden contener los festejos de gol de los aficionados fantasmales que le cantan desde el pasado; las ventanas deben sostenerse con fuerza a los goznes que las rodean para evitar que los cánticos residuales de los hinchas de Boca terminen por romperlos a pedazos.
Este martes alcanzó los 50 años, y aunque se acerca un poco, parece humanamente imposible que alcance los 307 goles que hizo en toda su carrera, aunque el fútbol suele lograr lo imposible, inmortalizando a los que perecen y a los que, con alegría, adornaron tantos corazones en los estadios repletos.
El Titán ganó todo lo que se propuso ganar. Sufrió, cayó, rugió y celebró en los estadios más importantes del planeta. Ayudó a la selección de Argentina cuando sufría de forma agónica para clasificar al Mundial de Sudáfrica, y levantó un par de Copas Libertadores con el equipo que lleva grabado en su corazón y en su alma. Vivió el fútbol de una forma única, pasional, interna.
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El día que se retiró, todo el fútbol argentino hizo un gesto de aprobación silenciosa; ese día, el 12 de junio de 2011, ante los ojos vidriosos y acuosos de los hinchas xeneizes, Martín, con la mirada caída y el ceño contraído, trató de contener unas lágrimas autónomas; ese día, tuvo que nacer de nuevo, dejando atrás su vida de goleador. Fuera de las canchas parecía que nada contaba para él; “¿llorar por el fútbol?” Decía “claro, es un amor inexplicable”.
Inexplicable como los gritos de los hinchas en La Bombonera, como el repetitivo, pero incansable “muchas gracias Palermo, muchas gracias Palermo, muchas gracias Palermo (...) Vos nos diste los goles, vos nos diste alegría, lo que hiciste por Boca no se olvida en la vida”.
Inagotable, como las lágrimas diáfanas que se escurrían entre las sillas repletas de quienes, tristes, le dedicaban una despedida dolorosa y merecida. Martín Palermo se llevó el arco que daba la espalda al complejo Pedro Pompilio; mientras cargaba con el número 9, teñido para ese último partido con un dorado único y predilecto. Y se llevó los aplausos perennes. Y la gloria eterna.
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Es imposible olvidar hoy aquel gol que metió con ambas piernas desde el punto penal contra Platense en el Clausura de 1999. O aquel de cabeza, a 40 metros del arco, frente a Vélez, ante la mirada escéptica de rivales y seguidores. Quizá sea un poco más nítido el recuerdo del pase de Juan Román Riquelme para que metiera el primer gol, el 28 de noviembre del año 2000 contra el Real Madrid en la Copa Intercontinental, o aquel segundo gol, tras una corrida maratónica y una definición fuerte a la mano izquierda de Iker Casillas, inmovilizado y estático; y el grito fuerte y cortante de Palermo, que corrió hacia la esquina del campo para celebrar sin consuelo ni límites.
Imposible no recordar el pitazo final del árbitro colombiano Óscar Ruiz, el abrazo con Óscar Córdoba, con Jorge Bermúdez y Mauricio Serna. Hoy no es permitido no recordar ese segundo título continental que, con doblete de Martín Palermo, consiguió Boca Juniors; ante la resignación impúdica de Roberto Carlos, “Guti”, Luis Figo, y el resto de leyendas merengues.
Tal vez se deba recordar con igual euforia el gol contra la selección de Perú en las eliminatorias para Sudáfrica 2010 convocado por Diego Armando Maradona; al minuto 47 del segundo tiempo, cuando todo estaba empatado a 1, y cuando las cámaras de televisión apenas si lograban enfocar el campo, y todo estaba empapado, hasta los gritos de gol.
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El Optimista del Gol ganó 6 ligas con Boca, 2 Copas Libertadores, 2 Copas Sudamericanas, 2 Recopas Sudamericanas y una Copa Intercontinental. Jugó 628 partidos. Actualmente, es entrenador de Platense, y lucha para que su equipo recupere regularidad y salga del fondo de la cancha.
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