Helmuth Duckadam, el arquero que le atajó cuatro penales al F.C. Barcelona
El que fuera Jugador Rumano del Año en 1986, murió, en Bucarest, en el Hospital Militar Central, tras haberse sometido a una cirugía a corazón abierto meses atrás.
Juan Diego Forero Vélez - @JuanDiegoFore10
Helmuth Duckadam tuvo una carrera corta. Tuvo una vida corta. El 7 de junio de 2025 el F.C. Steaua de Bucarest cumplirá 78 años, pero Helmuth se quedará para siempre estancado en los 65. No podrá envejecer a la par de su club, ni podrá verlo ganar otra UEFA Champions League. No verá a sus nietos crecer ni los verá jugar fútbol sentado en una mecedora, en el jardín de su casa.
Nació el 1 de abril de 1959 en Rumania, en la región de Transilvania, pero las leyendas no le concedieron la inmortalidad, ni lo volvieron inmune a las enfermedades, o a la decadencia o al sufrimiento. Todo lo contrario, su cuerpo era frágil, quebradizo y poco agradecido. Solo le permitió jugar fútbol profesional por 13 años, de forma intermitente e interrumpida.
Debutó en el UTA Arad, equipo de su ciudad natal, a los 19 años, y ese sueño, al principio tímido, de ser futbolista, se fue creciendo hasta que ya no pudo manejarlo con las manos, que eran como las de un gigante, uno de 1 metro y 92 centímetros. En 1982 el Steaua de Bucarest se fijó en él, ya un poco más maduro, y lo llamó para que se hiciera cargo de su portería, sin pensar, ni remotamente, que sería él, aquel portero robusto y de mirada penetrante, el que les daría el mayor éxito de su historia hasta ahora.
Solo ha habido un enfrentamiento entre el Bucarest y el Barcelona. En esa final. El 7 de mayo de 1986, en la casa del Sevilla, en el Estadio Ramón Sánchez-Pizjuán. El equipo culé jugaba casi de local, pues los fanáticos, en su mayoría españoles, venían de celebrar el título de liga apenas un año antes, luego de una larga sequía, luego de 11 años de depresiva y agónica espera.
Los fanáticos estaban confiados, habían eliminado a la Juventus y al Porto, se sentían invencibles, como llenos de helio, sin techo y sin barreras; pero Helmuth no estaba dispuesto a dejar pasar ni un solo balón esa tarde, y mantuvo su arco en cero, incluso en la tanda de penaltis, donde atajó los disparos de José Ramón Alexanko, Ángel Pedraza, Pichi Alonso y Marcos Alonso, para que su equipo se llevara la final marcando solo dos goles desde los once pasos.
El “Héroe de Sevilla”, como fue llamado por los seguidores del Bucarest, murió el lunes en una cama del Hospital Central de Bucarest. Su cuerpo no resistió más, estaba cansado y maltrecho.
Tuvo una trombosis en el brazo derecho dos meses después de ganar la UEFA Champions League, hecho que lo obligó a dejar el fútbol por un tiempo, y, aunque trató de volver en 1989, 3 años después, no fue posible. Un par de entrenamientos le valieron para entender que su brazo le sería útil en un asado frente a un lago, pero no para atajar balones a las velocidades que tendría que hacerlo si quisiera volver a ser quien era antes de que la pesadilla empezara. Así que, luego de una corta carrera, con 3 títulos nacionales y una Champions, y 27 años, decidió decir adiós al fútbol. Y el lunes, un prematuro y doloroso adiós para siempre.
Murió, para muchos, joven, para sus amigos, demasiado pronto, para su esposa e hijos, dejando un vacío inefable, y para el fútbol, desesperadamente solo y lejos.
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Helmuth Duckadam tuvo una carrera corta. Tuvo una vida corta. El 7 de junio de 2025 el F.C. Steaua de Bucarest cumplirá 78 años, pero Helmuth se quedará para siempre estancado en los 65. No podrá envejecer a la par de su club, ni podrá verlo ganar otra UEFA Champions League. No verá a sus nietos crecer ni los verá jugar fútbol sentado en una mecedora, en el jardín de su casa.
Nació el 1 de abril de 1959 en Rumania, en la región de Transilvania, pero las leyendas no le concedieron la inmortalidad, ni lo volvieron inmune a las enfermedades, o a la decadencia o al sufrimiento. Todo lo contrario, su cuerpo era frágil, quebradizo y poco agradecido. Solo le permitió jugar fútbol profesional por 13 años, de forma intermitente e interrumpida.
Debutó en el UTA Arad, equipo de su ciudad natal, a los 19 años, y ese sueño, al principio tímido, de ser futbolista, se fue creciendo hasta que ya no pudo manejarlo con las manos, que eran como las de un gigante, uno de 1 metro y 92 centímetros. En 1982 el Steaua de Bucarest se fijó en él, ya un poco más maduro, y lo llamó para que se hiciera cargo de su portería, sin pensar, ni remotamente, que sería él, aquel portero robusto y de mirada penetrante, el que les daría el mayor éxito de su historia hasta ahora.
Solo ha habido un enfrentamiento entre el Bucarest y el Barcelona. En esa final. El 7 de mayo de 1986, en la casa del Sevilla, en el Estadio Ramón Sánchez-Pizjuán. El equipo culé jugaba casi de local, pues los fanáticos, en su mayoría españoles, venían de celebrar el título de liga apenas un año antes, luego de una larga sequía, luego de 11 años de depresiva y agónica espera.
Los fanáticos estaban confiados, habían eliminado a la Juventus y al Porto, se sentían invencibles, como llenos de helio, sin techo y sin barreras; pero Helmuth no estaba dispuesto a dejar pasar ni un solo balón esa tarde, y mantuvo su arco en cero, incluso en la tanda de penaltis, donde atajó los disparos de José Ramón Alexanko, Ángel Pedraza, Pichi Alonso y Marcos Alonso, para que su equipo se llevara la final marcando solo dos goles desde los once pasos.
El “Héroe de Sevilla”, como fue llamado por los seguidores del Bucarest, murió el lunes en una cama del Hospital Central de Bucarest. Su cuerpo no resistió más, estaba cansado y maltrecho.
Tuvo una trombosis en el brazo derecho dos meses después de ganar la UEFA Champions League, hecho que lo obligó a dejar el fútbol por un tiempo, y, aunque trató de volver en 1989, 3 años después, no fue posible. Un par de entrenamientos le valieron para entender que su brazo le sería útil en un asado frente a un lago, pero no para atajar balones a las velocidades que tendría que hacerlo si quisiera volver a ser quien era antes de que la pesadilla empezara. Así que, luego de una corta carrera, con 3 títulos nacionales y una Champions, y 27 años, decidió decir adiós al fútbol. Y el lunes, un prematuro y doloroso adiós para siempre.
Murió, para muchos, joven, para sus amigos, demasiado pronto, para su esposa e hijos, dejando un vacío inefable, y para el fútbol, desesperadamente solo y lejos.
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