Napoli, campeón: 33 años
Este domingo el cuadro de Nápoles celebra un nuevo título de Serie A, tres décadas después del último. Así vivió la ciudad los festejos de su histórico campeonato.
Simón Uprimny Añez, especial para El Espectador
En Nápoles no se cometen infidelidades. El corazón no titubea. A diferencia de casi todas las ciudades más futboleras del mundo, en Nápoles un solo club domina la ciudad y es amo y señor del corazón de los napolitanos: se trata, por supuesto, de la Società Sportiva Calcio Napoli. O, simplemente, Napoli. Napoli, que no tiene un rival de plaza y cuyo derby más cercano es con la débil Salernitana, oriunda de Salerno, pequeña ciudad ubicada a cuarenta y cinco minutos en carro.
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En Nápoles no se cometen infidelidades. El corazón no titubea. A diferencia de casi todas las ciudades más futboleras del mundo, en Nápoles un solo club domina la ciudad y es amo y señor del corazón de los napolitanos: se trata, por supuesto, de la Società Sportiva Calcio Napoli. O, simplemente, Napoli. Napoli, que no tiene un rival de plaza y cuyo derby más cercano es con la débil Salernitana, oriunda de Salerno, pequeña ciudad ubicada a cuarenta y cinco minutos en carro.
Por eso, en Nápoles, la tercera ciudad más grande de Italia y la más importante del sur del país, se da entre todos sus habitantes una comunión que muy rara vez se ve en el fútbol de clubes y que es mucho más propia del fútbol de selecciones. En los últimos meses, esa comunión fue mucho más fuerte que nunca, pues, ilusionada por el altísimo rendimiento de su amado equipo, la ciudad entera se unió en busca de un solo fin: que Napoli volviera a ser campeón de Italia después de 33 años.
Desde hace unos días, Nápoles está completamente paralizada. Tras el domingo pasado, en el que de manera inesperada precisamente la Salernitana, que esta vez no fue tan débil, les aguó la fiesta y pospuso la celebración del título, la ciudad estaba expectante. El ambiente era curioso: sabían que iban a ser campeones y que ya era imposible que les arrebataran el título (le llevaban 18 puntos de ventaja a Lazio, segunda en la tabla de clasificación, con 18 puntos en disputa), pero el adamantino rigor de las matemáticas impedía que se volcaran a las calles a celebrar de manera oficial. Los napolitanos se sentían como ese adolescente que lleva largos meses conquistando a una chica y que sabe que esta, en un momento u otro, lo recompensará con un beso, pero que se desespera por no saber cuándo llegará esa ocasión.
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Todo en Nápoles giraba alrededor de Napoli y su inminente coronación. Todas las calles se habían engalanado y perfumado para la ocasión. Las elegantes tiendas de zapatos italianos exhibían en sus vitrinas únicamente tacones de terciopelo azul celeste, color de la camiseta de Napoli. Las exclusivas boutiques de ropa italiana exponían exclusivamente camisas y pantalones de seda azul celeste. Los locales de electrodomésticos italianos parecían vender solo sandwicheras o microondas de color azul claro. Los concesionarios de automóviles italianos, nada más que carros deportivos del mismo color. Los balcones de la ciudad no se quedaban atrás: casi todos habían sido decorados con banderas, afiches, bombas y guirnaldas alusivas al club. Y las famosas y simpáticas cuerdas que cuelgan entre los edificios napolitanos, en las que las familias usualmente ponen a secar sus medias y calzoncillos, habían sido colonizadas por camisetas de Napoli.
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El jueves 4 de mayo toda esa ansiedad se vio recompensada y Nápoles reventó de felicidad: Napoli empató 1-1 con Udinese de visitante y se proclamó campeón de la Serie A, desatando una fiesta del tamaño de la ciudad y dejando marcados para siempre en letras doradas los nombres de los jugadores, ahora convertidos en leyendas.
Y es que este Napoli se merece todo esto y mucho más, pues es un equipo especial. No solo porque juega un fútbol valiente y muy vistoso, fosforescente, ni tampoco porque haya dominado casi de principio a fin la Serie A, sino porque, además, es un equipo colorido, alegremente cosmopolita. En su alineación titular habitual, apenas hay dos italianos —Giovanni Di Lorenzo, il capitano, y Alex Meret, il portiere— y, para pronunciar bien los apellidos del resto de jugadores importantes, habría que dominar casi una decena de lenguas de las más diversas raíces: las dos grandes estrellas del equipo, Victor Osimhen y Kvicha Kvaratskhelia —cuyo nombre es tan difícil de descifrar como las gambetas con las que dinamita defensas— son nigeriano y georgiano, respectivamente. Mathías Olivera es urugayo; Kim Min-Jae, el defensa revelación de la temporada en Europa, es surcoreano; Amir Rrahmani, kosovar; Tanguy Ndombélé, francés; André Zambo Anguissa, camerunés; Piotr Zieliński, polaco; Elif Elmas, macedonio; Stanislav Lobotka, eslovaco; Hirving el “Chucky” Lozano, mexicano… Este Napoli es un hermoso melting pot que en el campo funciona como un relojito suizo, a pesar de no contar con ningún suizo.
El relojero que logró ajustar las piezas del mecanismo para que funcionara de manera perfecta se llama Luciano Spalletti, un italiano de 64 años que antes del Napoli había dirigido a otras siete escuadras de la Serie A, pero sin haber ganado nunca un Scudetto. Con el título del jueves, Spaletti —buen tipo, risueño, sorprendentemente parecido al actor Ben Kingsley— se convirtió en el entrenador que, entre todos los entrenadores que han sido alguna vez campeones de la liga italiana, más partidos necesitó entre su primer partido dirigido y aquel en que finalmente se ungió de gloria. En total, fueron 554 partidos los que lo hacen merecedor de este singular premio a la constancia. Durante todos estos años de espera y frustraciones, Spalletti nunca dejó de trabajar duro, confiando en que un día su perseverancia se vería recompensada. Seguramente leyó a Goethe e hizo suyo aquel fulgurante consejo del bardo teutón: “Con todas las fuerzas en contra, perseverar. Jamás doblegarse. Mostrarse fuerte atrae el auxilio de los dioses”.
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Llegado a este punto del texto, el lector habrá recorrido casi 1000 palabras sin haberse aún topado con la palabra Maradona. Y eso es imperdonable. Porque el Napoli es, ante todo, el Napoli de Maradona. En Nápoles, el Diego es reverenciado de una manera probablemente aún más apasionada que en Argentina. Su figura, como la de un santo, es omnipresente. Aparece en camisetas, chaquetas, bufandas, banderas, grafitis, nombres de calles. Incluso, el estadio de la ciudad, antes conocido como el San Paolo, fue rebautizado tras la muerte del Pelusa, acaecida en noviembre del 2020, y empezó a llamarse Estadio Diego Armando Maradona. También hay un bar en el centro de Nápoles en donde se encuentra un pequeño altar al Diego que exhibe una reliquia: un supuesto mechón de su pelo, y la gente se acerca a contemplarlo, con una cerveza de nostalgia en la mano. Porque lo aman. Lo aman como a nadie. Para hablar del Diego tienen un lema: “Chi ama non dimentica” (El que ama no olvida). Y en Nápoles nunca olvidarán cómo, a mediados de los 80, Maradona llegó a esta caótica ciudad del sur, eternamente humillada por los gigantes millonarios del norte, les regaló la dignidad y los llevó a conocer el paraíso futbolero. Luego, tras su partida, en 1991, los tiempos difíciles retornaron y la era de la luz fue reemplazada por la de las tinieblas. De hecho, hasta este jueves 4 de mayo del 2023, Napoli solo tenía en sus vitrinas dos Scudettos, obtenidos los dos bajo el reino de Maradona, en 1987 y 1990.
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Y es por eso que hay muchos que creen que Maradona murió para completar su curso de santo patrono y que hoy, desde el cielo, o desde donde quiera que está, el argentino-napolitano anda divirtiéndose lanzando hechizos y embrujos para complacer a los suyos. Y es que hay razones de peso que incitan a creer en ello. Los supersticiosos dicen que no es casualidad que el primer Mundial tras la muerte de Maradona —el que finalizó hace menos de cinco meses en Catar— fuera el primero ganado por Argentina tras el del 86, en el que Maradona triunfó prácticamente jugando solo. Ahora, esta, la primera Serie A finalizada después de ese Mundial, la vence el Napoli. Esos mismos supersticiosos anotan con malicia que ambos equipos visten indumentarias celeste y blancas. Pero los numerólogos son los más felices de todos: alegan que no puede ser fruto del azar que, para ambos equipos, esta hubiese significado la tercera estrella: tercer título mundial para Argentina y tercera Serie A para el Nápoli. Y terminan con una estocada directamente al corazón de los escépticos, resaltando el poder mágico del número tres: para el Nápoli, esta conquista llegó 33 años después de la última, que era exactamente la edad a la que murió cierto personaje que cambió para siempre la historia de la humanidad… Pero es mejor dejar estas cosas aquí, que no se sabe a dónde podría llegarse. Y además se acaba el espacio.
Este domingo en la tarde, contra la Fiorentina, los napolitanos verán jugar de locales a su equipo ya proclamado oficialmente como campeón. Las entradas al estadio Diego Armando Maradona están completamente agotadas. La fiesta será gigantesca. Fiesta que, por cierto, no ha parado desde hace varios días. Desde el jueves por la noche, en Nápoles se escucha un mismo cántico que los napolitanos, esos combativos hijos del Vesubio, cuyos corazones de fuego le pertenecen a un solo amor, entonan una y otra y otra vez: “Siamo noi, siamo noi, i campioni dell’Italia siamo noi!”.
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