Orígenes, oasis y piedras del fútbol africano
En tiempos de la Copa Africana, se recuerdan aquellas palabras de Pelé pronosticando que antes de 2000 un país de ese continente sería campeón mundial. ¿Qué pasó, por qué ahora eso se ve más lejos? Repaso por su historia.
Thomas Blanco
En zonas abandonadas por los gobiernos suramericanos, los niños juegan al fútbol con pelotas de trapo, armadas con ropa vieja, maleza y basura. Es una imagen calcada a la de muchas regiones de países africanos, donde, por ejemplo, la fotógrafa Jessica Hilltout retrató a pequeños fabricando balones con condones y cortezas de los árboles. Es el deporte más popular, entre tantos motivos, porque es el más barato de practicar.
(Aquí, más historias y toda la información deportiva)
De partidos con esas condiciones en Ciudad del Cabo o Puerto Elizabeth, Sudáfrica, se tienen registros desde 1862, un año antes de que se legalizaran las primeras normas oficiales del balompié, en el bar Freemason’s Tavern, en Londres. Con el colonialismo y las actividades misioneras, el juego que consiste en divertirse e intentar hacer más goles que el contrario se comenzó a conocer en todo el continente africano.
En Zambia, el fútbol apareció con la llegada de David Livingstone, médico y misionero británico que arribó allí con una biblia y el conocimiento de cómo jugarlo. En otros territorios, los misioneros y colonizadores llegaban realizando la misma actividad e intentando que los nativos se convirtieran al cristianismo y practicaran deporte. Y se comenzaron a fundar clubes que en la actualidad permanecen.
En 1911, cuando todavía no se había fundado un equipo oficial en Colombia, en Accra (Ghana), se creó el Accra Hearts of Oak Sporting Club, después de que en 1903 un jamaiquino introdujera el fútbol en dicha nación y ayudara a gestar balones de papel. También en 1911, en Egipto, donde en 1907 se fundó el Al-Ahly, nació el Zamalek. Soldados ingleses llevaron el balompié al país de las pirámides, en 1880. Por su parte, en Marruecos apareció el fútbol con el arribo de los colonizadores franceses.
El divertido juego se fue esparciendo en un continente que intentaba liberarse del yugo de sus colonizadores. En 1922 Egipto declaró su independencia y comenzó a evolucionar en el fútbol. De hecho, fue el primer país africano que se dio a conocer en el entorno del fútbol internacional, porque en las Olimpiadas de Ámsterdam (1928) le propinó un contundente 7-1 a Turquía, previo a perder ante Argentina en unos Juegos que terminó ganando Uruguay.
Mientras tanto, en Camerún predominaba la segregación racial. Los colonizadores franceses no permitían que los afrodescendientes jugaran partidos de fútbol contra los equipos conformados por hombres blancos, quienes se hacían goles únicamente entre ellos. Por eso, en 1907 fue creado el club Orys Douala, conformado solo por africanos.
(Ángel Cappa: “El fútbol está agonizando”)
Un par de décadas después fue Etiopía el que sufrió la invasión a su territorio. La misión fascista de Benito Mussolini incursionó y le quitaron momentáneamente la independencia a una nación donde, en 1936, durante esa invasión, nació el club Saint George, que en la actualidad sigue compitiendo en la Liga local. ¿Qué paso cuando en 1942 Etiopía fue liberada? Los etíopes invitaron a los italianos a jugar un partido de reconciliación. Desde entonces, allí el fútbol se juega sin importar la raza o la religión.
Superada la Segunda Guerra Mundial, y después de que Egipto apareciera en el Mundial de Italia 1934, perdiendo 4-2 contra Hungría, se organizó la Copa Africana del Norte. Participaron clubes de Argelia, Túnez, Orán, Constantina y Marruecos, donde nació, en 1933, Just Fontaine, uno de los primeros reconocidos futbolistas franceses con orígenes africanos, pues en Suecia 1958, con los colores de Francia, anotó trece goles, una cifra que nunca se ha podido emular en otro Mundial de Fútbol.
Sin ir más lejos, 14 de los 23 jugadores franceses que fueron campeones en Rusia 2018 tenían raíces africanas. Un arma de doble filo del recordado lema black-blanc-beur (negro-blanco-árabe) que se popularizó cuando ganaron su primera Copa del Mundo en Francia 1998, liderados por un hombre de origen argelino: Zinedine Zidane. “Si ganan son los negros, blancos y árabes. Y si pierden son chusma extranjera”, dijo elocuentemente el exfutbolista Eric Cantona.
Regresando a 1954, Egipto perdió 12-0 contra la legendaria selección húngara de esa época y tres años después, tras una reunión en Jartum (Sudán), nació la Confederación Africana de Fútbol (CAF), conformada inicialmente por Egipto, Sudán, Etiopía y Sudáfrica. En 1957 se celebró la fundación de la entidad con la primera edición de la Copa Africana de Nacionales. Inicialmente, iban a competir los cuatro países mencionados. Sin embargo, el representante sudafricano insistió en que su combinado debía jugar con un equipo de negros o blancos, pero nunca mixto, porque, según él, así lo determinaban las leyes de segregación racial de esos tiempos. Por lo tanto, Egipto, Etiopía y Sudán no le permitieron a Sudáfrica disputar el certamen que en la actualidad se desarrolla en Camerún y que aquella vez, en 1957, ganó Egipto tras derrotar 4-0 a Etiopía, en Sudán.
La Copa Africana de Naciones se fue convirtiendo en símbolo de unión del continente. Cada vez más países participaban y el fútbol africano evolucionaba. Y Zaire, actual República Democrática del Congo, se convirtió en el primer país de la África subsahariana (también conocida como la “África negra”, países que no limitan con el mar Mediterráneo y están al sur del desierto del Sahara) en hacer parte de un Mundial.
En 1974, la delegación de Zaire aterrizó en Alemania con muchas plantas, cebollas y hasta huesos humanos, acompañada de personas de diferentes regiones de ese país que se dedicaban a la hechicería. Esas actividades no evitaron que perdieran 2-0 ante Escocia en el debut. En cabeza del dictador Mobutu Sese Seko, a los jugadores les habían prometido darles un dinero después de jugar ese partido, pero este no apareció y los futbolistas se enfurecieron. En los siguientes encuentros, Zaire perdió 9-0 ante la desaparecida Yugoslavia y 3-0 contra Brasil, en un partido que tuvo una de las jugadas más curiosas de la historia. En un tiro libre a favor de los suramericanos, Rivelino estaba parado frente a la pelota para rematar, pero fue Muepu Ilunga, hombre del conjunto africano, que saltó de la barrera para pegarle al balón después de escuchar el silbato del árbitro. Ilunga fue amonestado, el tiro libre repetido y la acción fue catalogada como una falta de conocimiento del reglamento.
No obstante, después, el propio dictador Mobutu Sese Seko reveló que los integrantes de esa selección de Zaire jugaron amenazados de muerte la Copa del Mundo que ganó el equipo anfitrión. “La consigna era: si perdíamos por más de tres goles el último partido, ninguno iba a regresar a casa”, reveló. Por eso, dicha jugada, según manifestó Ilunga, no fue casual: “¿Creen que me habría hecho pasar por un perfecto idiota de forma deliberada? Estábamos jugando por nuestras vidas”. Y es que cuando sucedió el hecho ya Brasil iba ganando 3-0, el resultado límite, y el cansancio de los africanos ya era notorio, pues quedaban menos de diez minutos para finalizar la contienda. El gobierno abandonó a los jugadores de Zaire a su regreso al país.
(Saviola: “Ojalá no mueran nunca jugadores como Luis Díaz y Vinicius”)
Simultáneamente, seguía la lucha entre la CAF y Sudáfrica, que vivía regida por el apartheid. El ente rector del balompié africano le solicitó a Stanley Ross, entonces presidente de FIFA, expulsar a Sudáfrica de dicha entidad, pero no lo hizo. Y apareció el polémico dirigente brasileño João Havelange, quien les prometió a los africanos, después de llevarles a Pelé, que, si apoyaban su candidatura a la presidencia de FIFA, expulsaría a Sudáfrica. Así fue y Sudáfrica salió de la FIFA en 1976. Regresó en 1992, cuando la lucha de Nelson Mandela contra el racismo estaba en sus tiempos más efervescentes. Y en 2010, en un acto de reconciliación al sonido de las vuvuzelas y jabulanis, organizaron la Copa del Mundo.
Pero mucho antes, Camerún ya emergía como la selección africana más fuerte de entonces. Apareció en el Mundial de España 1982 y empató sin goles ante la Perú de César Cueto, Julio César Uribe, Teófilo Cubillas y Juan Carlos Oblitas. Obtuvo el mismo resultado con Polonia e igualó 1-1 contra los futuros campeones: los italianos. Los leones indomables no perdieron. Justamente en Italia, en 1990, deleitaron liderados por Roger Milla, un veterano de 38 años que se concentró a última hora y con el que se convirtieron en el primer equipo africano en llegar a los cuartos de final de una Copa del Mundo.
El teléfono sonó en la paradisíaca isla de la Reunión, en el sureste africano, al oriente de Madagascar, en uno de los departamentos que pertenecen al ultramar francés. Ya no le importaba nada más, sus guayos se encontraban colgados. Sus tiempos dorados en el Bastia y Saint-Étienne de Francia estaban archivados. Tenía 38 años, andaba de vacaciones aguardando para ver el Mundial de Italia 1990 en su televisor a color. Había firmado un contrato para jugar en el modesto club Jeunesse Sportive Saint-Pierroise, de aquella tierra rodeada por agua. Al otro lado de la línea esperaba el personaje más ilustre de Camerún. “Ven, apúrate, Roger… Dicen que es importante”.
El atacante atendió la llamada. Era Paul Biya, presidente de Camerún desde 1982 hasta la fecha. El “estado de emergencia” lo había obligado a pasarle por encima al técnico de su selección, el soviético Valery Nepomnyashchy. Y así, por una petición presidencial, Milla, con su recordado baile en el banderín del córner, se convirtió en una de las figuras y el gran personaje de esa Copa del Mundo. “Técnicamente todavía era muy bueno, porque físicamente ya no podía jugar un partido completo, pero aún tenía esa inteligencia. Hoy confieso que no jugué mi mejor fútbol en los mundiales de 1990 y 1994. Si los hubiera jugado a los 26 o 27 años, habríamos sido campeones. Ya no tenía mis piernas de veinte años. Hacer un buen Mundial no es para todos”, le dijo Milla a El Espectador.
(Roger Milla en Italia 90: un asunto de Estado)
En todo el mundo empezaron a sonar las trompetas africanas y Pelé hizo un famoso presagio que nunca se cumplió: “Un país africano ganará el Mundial antes de que lleguemos a los 2000”. Una corriente a la que se sumó con populismo el presidente de la FIFA João Havelange, en días en los que George Weah, hoy presidente de Liberia, se tomaba el mundo marcando goles con el Mónaco, PSG y AC Milan. ¿Qué pasó?
Surgieron jugadores como Samuel Eto’o y Didier Drogba, portada de aquel recordado plantel de Costa de Marfil en el Mundial 2006. Pero el presagio se siguió y se sigue posponiendo en días en los que tipos como Mohamed Salah (Egipto), Sadio Mané (Senegal) y Ryah Mahrez (Argelia) tomaron sus asientos en la élite y son las figuras de las tres potencias actuales de África. Pero las brechas con el fútbol europeo, en vez de acortarse con el tiempo, se expandieron. Aunque ese fenómeno no ocurre en las categorías menores.
Ghana ha ganado dos mundiales sub-20 y Nigeria ha sido subcampeón en dos oportunidades. Y Egipto, Marruecos, Mali y Senegal han llegado a semifinales. Son potencia en selecciones juveniles, pero actores de reparto en el profesionalismo. Y Eto’o, quien hoy hace las veces de presidente de la Federación de Fútbol de Camerún, tiene una de las respuestas a esta patología. “Los africanos somos mejores y mucho más fuertes porque naturalmente y físicamente estamos dotados de talento. Pero los europeos siguen preparándose, crecen y se vuelven más fuertes porque se han educado. Y pasa el tiempo y lo que nosotros tenemos se pierde”, dijo en entrevista con The Athletic. Y complementó que “en África no sabemos educarnos. Para educarte necesitas paciencia, lo que haces hoy tendrá frutos en diez años. No la tenemos. Pero ves que en Europa no paran de educarse. Vas a Francia y te dicen: ‘Haré tal curso’. ¿Pero por qué lo hacen mientras tienen un trabajo? Porque han entendido que para mejorar deben educarse. Eso es lo que debemos hacer los africanos, sin parar. Ahí tendremos la oportunidad de ganar un Mundial”.
En zonas abandonadas por los gobiernos suramericanos, los niños juegan al fútbol con pelotas de trapo, armadas con ropa vieja, maleza y basura. Es una imagen calcada a la de muchas regiones de países africanos, donde, por ejemplo, la fotógrafa Jessica Hilltout retrató a pequeños fabricando balones con condones y cortezas de los árboles. Es el deporte más popular, entre tantos motivos, porque es el más barato de practicar.
(Aquí, más historias y toda la información deportiva)
De partidos con esas condiciones en Ciudad del Cabo o Puerto Elizabeth, Sudáfrica, se tienen registros desde 1862, un año antes de que se legalizaran las primeras normas oficiales del balompié, en el bar Freemason’s Tavern, en Londres. Con el colonialismo y las actividades misioneras, el juego que consiste en divertirse e intentar hacer más goles que el contrario se comenzó a conocer en todo el continente africano.
En Zambia, el fútbol apareció con la llegada de David Livingstone, médico y misionero británico que arribó allí con una biblia y el conocimiento de cómo jugarlo. En otros territorios, los misioneros y colonizadores llegaban realizando la misma actividad e intentando que los nativos se convirtieran al cristianismo y practicaran deporte. Y se comenzaron a fundar clubes que en la actualidad permanecen.
En 1911, cuando todavía no se había fundado un equipo oficial en Colombia, en Accra (Ghana), se creó el Accra Hearts of Oak Sporting Club, después de que en 1903 un jamaiquino introdujera el fútbol en dicha nación y ayudara a gestar balones de papel. También en 1911, en Egipto, donde en 1907 se fundó el Al-Ahly, nació el Zamalek. Soldados ingleses llevaron el balompié al país de las pirámides, en 1880. Por su parte, en Marruecos apareció el fútbol con el arribo de los colonizadores franceses.
El divertido juego se fue esparciendo en un continente que intentaba liberarse del yugo de sus colonizadores. En 1922 Egipto declaró su independencia y comenzó a evolucionar en el fútbol. De hecho, fue el primer país africano que se dio a conocer en el entorno del fútbol internacional, porque en las Olimpiadas de Ámsterdam (1928) le propinó un contundente 7-1 a Turquía, previo a perder ante Argentina en unos Juegos que terminó ganando Uruguay.
Mientras tanto, en Camerún predominaba la segregación racial. Los colonizadores franceses no permitían que los afrodescendientes jugaran partidos de fútbol contra los equipos conformados por hombres blancos, quienes se hacían goles únicamente entre ellos. Por eso, en 1907 fue creado el club Orys Douala, conformado solo por africanos.
(Ángel Cappa: “El fútbol está agonizando”)
Un par de décadas después fue Etiopía el que sufrió la invasión a su territorio. La misión fascista de Benito Mussolini incursionó y le quitaron momentáneamente la independencia a una nación donde, en 1936, durante esa invasión, nació el club Saint George, que en la actualidad sigue compitiendo en la Liga local. ¿Qué paso cuando en 1942 Etiopía fue liberada? Los etíopes invitaron a los italianos a jugar un partido de reconciliación. Desde entonces, allí el fútbol se juega sin importar la raza o la religión.
Superada la Segunda Guerra Mundial, y después de que Egipto apareciera en el Mundial de Italia 1934, perdiendo 4-2 contra Hungría, se organizó la Copa Africana del Norte. Participaron clubes de Argelia, Túnez, Orán, Constantina y Marruecos, donde nació, en 1933, Just Fontaine, uno de los primeros reconocidos futbolistas franceses con orígenes africanos, pues en Suecia 1958, con los colores de Francia, anotó trece goles, una cifra que nunca se ha podido emular en otro Mundial de Fútbol.
Sin ir más lejos, 14 de los 23 jugadores franceses que fueron campeones en Rusia 2018 tenían raíces africanas. Un arma de doble filo del recordado lema black-blanc-beur (negro-blanco-árabe) que se popularizó cuando ganaron su primera Copa del Mundo en Francia 1998, liderados por un hombre de origen argelino: Zinedine Zidane. “Si ganan son los negros, blancos y árabes. Y si pierden son chusma extranjera”, dijo elocuentemente el exfutbolista Eric Cantona.
Regresando a 1954, Egipto perdió 12-0 contra la legendaria selección húngara de esa época y tres años después, tras una reunión en Jartum (Sudán), nació la Confederación Africana de Fútbol (CAF), conformada inicialmente por Egipto, Sudán, Etiopía y Sudáfrica. En 1957 se celebró la fundación de la entidad con la primera edición de la Copa Africana de Nacionales. Inicialmente, iban a competir los cuatro países mencionados. Sin embargo, el representante sudafricano insistió en que su combinado debía jugar con un equipo de negros o blancos, pero nunca mixto, porque, según él, así lo determinaban las leyes de segregación racial de esos tiempos. Por lo tanto, Egipto, Etiopía y Sudán no le permitieron a Sudáfrica disputar el certamen que en la actualidad se desarrolla en Camerún y que aquella vez, en 1957, ganó Egipto tras derrotar 4-0 a Etiopía, en Sudán.
La Copa Africana de Naciones se fue convirtiendo en símbolo de unión del continente. Cada vez más países participaban y el fútbol africano evolucionaba. Y Zaire, actual República Democrática del Congo, se convirtió en el primer país de la África subsahariana (también conocida como la “África negra”, países que no limitan con el mar Mediterráneo y están al sur del desierto del Sahara) en hacer parte de un Mundial.
En 1974, la delegación de Zaire aterrizó en Alemania con muchas plantas, cebollas y hasta huesos humanos, acompañada de personas de diferentes regiones de ese país que se dedicaban a la hechicería. Esas actividades no evitaron que perdieran 2-0 ante Escocia en el debut. En cabeza del dictador Mobutu Sese Seko, a los jugadores les habían prometido darles un dinero después de jugar ese partido, pero este no apareció y los futbolistas se enfurecieron. En los siguientes encuentros, Zaire perdió 9-0 ante la desaparecida Yugoslavia y 3-0 contra Brasil, en un partido que tuvo una de las jugadas más curiosas de la historia. En un tiro libre a favor de los suramericanos, Rivelino estaba parado frente a la pelota para rematar, pero fue Muepu Ilunga, hombre del conjunto africano, que saltó de la barrera para pegarle al balón después de escuchar el silbato del árbitro. Ilunga fue amonestado, el tiro libre repetido y la acción fue catalogada como una falta de conocimiento del reglamento.
No obstante, después, el propio dictador Mobutu Sese Seko reveló que los integrantes de esa selección de Zaire jugaron amenazados de muerte la Copa del Mundo que ganó el equipo anfitrión. “La consigna era: si perdíamos por más de tres goles el último partido, ninguno iba a regresar a casa”, reveló. Por eso, dicha jugada, según manifestó Ilunga, no fue casual: “¿Creen que me habría hecho pasar por un perfecto idiota de forma deliberada? Estábamos jugando por nuestras vidas”. Y es que cuando sucedió el hecho ya Brasil iba ganando 3-0, el resultado límite, y el cansancio de los africanos ya era notorio, pues quedaban menos de diez minutos para finalizar la contienda. El gobierno abandonó a los jugadores de Zaire a su regreso al país.
(Saviola: “Ojalá no mueran nunca jugadores como Luis Díaz y Vinicius”)
Simultáneamente, seguía la lucha entre la CAF y Sudáfrica, que vivía regida por el apartheid. El ente rector del balompié africano le solicitó a Stanley Ross, entonces presidente de FIFA, expulsar a Sudáfrica de dicha entidad, pero no lo hizo. Y apareció el polémico dirigente brasileño João Havelange, quien les prometió a los africanos, después de llevarles a Pelé, que, si apoyaban su candidatura a la presidencia de FIFA, expulsaría a Sudáfrica. Así fue y Sudáfrica salió de la FIFA en 1976. Regresó en 1992, cuando la lucha de Nelson Mandela contra el racismo estaba en sus tiempos más efervescentes. Y en 2010, en un acto de reconciliación al sonido de las vuvuzelas y jabulanis, organizaron la Copa del Mundo.
Pero mucho antes, Camerún ya emergía como la selección africana más fuerte de entonces. Apareció en el Mundial de España 1982 y empató sin goles ante la Perú de César Cueto, Julio César Uribe, Teófilo Cubillas y Juan Carlos Oblitas. Obtuvo el mismo resultado con Polonia e igualó 1-1 contra los futuros campeones: los italianos. Los leones indomables no perdieron. Justamente en Italia, en 1990, deleitaron liderados por Roger Milla, un veterano de 38 años que se concentró a última hora y con el que se convirtieron en el primer equipo africano en llegar a los cuartos de final de una Copa del Mundo.
El teléfono sonó en la paradisíaca isla de la Reunión, en el sureste africano, al oriente de Madagascar, en uno de los departamentos que pertenecen al ultramar francés. Ya no le importaba nada más, sus guayos se encontraban colgados. Sus tiempos dorados en el Bastia y Saint-Étienne de Francia estaban archivados. Tenía 38 años, andaba de vacaciones aguardando para ver el Mundial de Italia 1990 en su televisor a color. Había firmado un contrato para jugar en el modesto club Jeunesse Sportive Saint-Pierroise, de aquella tierra rodeada por agua. Al otro lado de la línea esperaba el personaje más ilustre de Camerún. “Ven, apúrate, Roger… Dicen que es importante”.
El atacante atendió la llamada. Era Paul Biya, presidente de Camerún desde 1982 hasta la fecha. El “estado de emergencia” lo había obligado a pasarle por encima al técnico de su selección, el soviético Valery Nepomnyashchy. Y así, por una petición presidencial, Milla, con su recordado baile en el banderín del córner, se convirtió en una de las figuras y el gran personaje de esa Copa del Mundo. “Técnicamente todavía era muy bueno, porque físicamente ya no podía jugar un partido completo, pero aún tenía esa inteligencia. Hoy confieso que no jugué mi mejor fútbol en los mundiales de 1990 y 1994. Si los hubiera jugado a los 26 o 27 años, habríamos sido campeones. Ya no tenía mis piernas de veinte años. Hacer un buen Mundial no es para todos”, le dijo Milla a El Espectador.
(Roger Milla en Italia 90: un asunto de Estado)
En todo el mundo empezaron a sonar las trompetas africanas y Pelé hizo un famoso presagio que nunca se cumplió: “Un país africano ganará el Mundial antes de que lleguemos a los 2000”. Una corriente a la que se sumó con populismo el presidente de la FIFA João Havelange, en días en los que George Weah, hoy presidente de Liberia, se tomaba el mundo marcando goles con el Mónaco, PSG y AC Milan. ¿Qué pasó?
Surgieron jugadores como Samuel Eto’o y Didier Drogba, portada de aquel recordado plantel de Costa de Marfil en el Mundial 2006. Pero el presagio se siguió y se sigue posponiendo en días en los que tipos como Mohamed Salah (Egipto), Sadio Mané (Senegal) y Ryah Mahrez (Argelia) tomaron sus asientos en la élite y son las figuras de las tres potencias actuales de África. Pero las brechas con el fútbol europeo, en vez de acortarse con el tiempo, se expandieron. Aunque ese fenómeno no ocurre en las categorías menores.
Ghana ha ganado dos mundiales sub-20 y Nigeria ha sido subcampeón en dos oportunidades. Y Egipto, Marruecos, Mali y Senegal han llegado a semifinales. Son potencia en selecciones juveniles, pero actores de reparto en el profesionalismo. Y Eto’o, quien hoy hace las veces de presidente de la Federación de Fútbol de Camerún, tiene una de las respuestas a esta patología. “Los africanos somos mejores y mucho más fuertes porque naturalmente y físicamente estamos dotados de talento. Pero los europeos siguen preparándose, crecen y se vuelven más fuertes porque se han educado. Y pasa el tiempo y lo que nosotros tenemos se pierde”, dijo en entrevista con The Athletic. Y complementó que “en África no sabemos educarnos. Para educarte necesitas paciencia, lo que haces hoy tendrá frutos en diez años. No la tenemos. Pero ves que en Europa no paran de educarse. Vas a Francia y te dicen: ‘Haré tal curso’. ¿Pero por qué lo hacen mientras tienen un trabajo? Porque han entendido que para mejorar deben educarse. Eso es lo que debemos hacer los africanos, sin parar. Ahí tendremos la oportunidad de ganar un Mundial”.