“Pelé callado es un poeta”: el otro legado del rey del fútbol
Virtuoso en las relaciones sociales, cercano a los altos mandos y dirigentes, más ambicioso que exitoso en los negocios y un apático político, la herencia por fuera de las canchas de O rei, considerado el mejor jugador de la historia, fue casi nula. El peso y la influencia cultural de las leyendas.
Fernando Camilo Garzón
Diego Armando Maradona reconoció varias veces que no se consideraba el mejor jugador de la historia. Él, en Argentina considerado Dios, cuando le preguntaban por Pelé, se quitaba la túnica para investir al que consideraba el mejor futbolista de todos los tiempos. “Maradona es Maradona. Pelé fue el más grande, yo soy un jugador normal”, aseguró Pelusa en una entrevista que le hicieron cuando jugaba en Napoli.
Una vez, Guillermo Coppola, reconocido por ser uno de los mejores amigos de Maradona, contó en una entrevista que durante una gala en Estados Unidos, en la que se reconocía a los mejores atletas de la historia, los organizadores de la ceremonia tenían planeado cerrar el evento con un acto en el que el argentino tomaría de las manos del brasileño el cetro como nuevo rey del fútbol. Y Maradona, ágil y astuto, tras recibir de Pelé el reconocimiento, se lo devolvió en un acto de “humildad”. “El 10″ reconocía con ese gesto que en el fútbol solo había un rey y ese era Edson Arantes do Nascimento.
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Jugando a la pelota, nadie puede cuestionar al rey. Ni siquiera Maradona, el heredero descarado, que siempre reconoció el legado futbolístico sin precedentes del astro brasileño. “Pelé dejó en el fútbol una sabiduría grandísima, fue un fenómeno, fue el más grande, todos lo sabemos”.
Sin embargo, el argentino, tan respetuoso con lo que Pelé hizo en el campo, criticaba las posturas del brasileño afuera de la cancha. “Es el más grande, no tiene que ponerse la corbata americana. Eso es lo que me jode. Yo no lo vi nunca en una reunión de jugadores de fútbol a Pelé, pero sí lo vi en reuniones de FIFA, de empresarios, de americanos, para ver a Clinton, para ir a ver a Bush”, aseguraba Maradona.
Pelé siempre le huyó a la política. De hecho, desde sus tiempos como futbolista, a Pelé siempre se le criticó su pasividad. Nunca fue activo con ninguna causa, ni con la del racismo, como si lo fueron otros grandes como Mohamed Ali, ni con la de las denuncias de las dictaduras latinoamericanas, como sí lo fue Pelusa u otro de los ídolos de Brasil, Sócrates.
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Decía el mediocampista, que además de admirado por su calidad en el campo también lo fue por su activismo fuera de él, que a los jugadores de las míticas selecciones de los años 60′s y 70′s, de las que O rei fue el gran líder alcanzando el tricampeonato mundial, nunca les importó la política: “Eran románticos con el balón en los pies, pero fuera del terreno de juego eran silenciosos”.
¿Por qué Pelé nunca denunció la dictadura militar en Brasil? Porque nunca le interesó. Él jugaba a la pelota y nadie lo ha hecho como él. Era un mago, un espectáculo en sí mismo. Pero cuando guardaba la camiseta, cuando las luces de las gradas se apagaban y el rey descansaba su corona, fuera del fútbol era un apático más.
Por eso nunca le importó, aun a costa del sufrimiento de su propio pueblo, tomarse fotos con los dictadores del gobierno, con Emílio Garrastazu Médici, el más sangriento de los mandatarios del régimen brasileño, que se atribuyó como propio el título del Mundial de 1970. Tampoco le importaba que se le viera con los grandes magnates de la FIFA, como Joao Havelange, de quien se ha conocido con el paso del tiempo su injerencia en profundos y escandalosos sistemas de corrupción. O con todos los presidentes y dirigentes del máximo ente del fútbol, de quien siempre fue aliado a pesar de las denuncias y luchas de los jugadores y sus sindicatos.
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Que una figura como Pelé, con el significado y peso que tiene su legado futbolístico, jamás se haya pronunciado en contra de las violaciones de derechos humanos, de las masacres contra la sociedad brasileña o, incluso, del racismo siempre imperante, son la única contracara de una vida brillante. El otro legado de Pelé, una divinidad jugando a la pelota, pero un desinteresado por las realidades de su contexto, un niño que salió de la extrema pobreza por su talento y se acomodó en las mieles del sistema.
De hecho, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, Pelé ejerció como ministro de deporte en Brasil. Pero, así mismo, el rey del fútbol se tomó después fotos con Lula Da Silva, su gran adversario. Nunca tomó partido, siempre fue una persona que se acomodó al Statu quo.
Y aún a pesar de que siempre buscó que sus relaciones sociales y su imagen fortalecieran sus negocios, O rei no siempre tuvo buena suerte en sus emprendimientos.
Según Celebrity Net Worth, sitio web que brinda estimaciones acerca de los activos totales y las actividades financieras de las celebridades, el patrimonio neto de Pelé supera los cien millones de dólares, explicando que el brasileño fue uno de los jugadores que más incrementó sus ingresos gracias a la publicidad.
Sin embargo, el astro brasileño también hizo inversiones en diferentes empresas que quebraron. Por ejemplo, uno de los casos más sonados, fue cuando inició un negocio con un controvertido inmigrante español llamado José González Ozores, más conocido como Pepe Gordo. Ambos compraron una constructora y una distribuidora de materiales sanitarios que se fue a pique con el paso del tiempo por malos manejos.
Favoreció a Pelé la fuerte imagen que hizo como futbolista, ya que fue ese legado el que le permitió construir su fortuna. Eso era, al final, lo que más le importaba. O rei fue un extraordinario futbolista que será recordado para siempre por sus logros, con el Santos y con Brasil, al que llevó a ganar tres mundiales en 12 años.
Sin embargo, su otro legado, por fuera de las canchas, es opaco. Por eso, la figura de Maradona, que negó ser el más grande toda su vida, logra alcanzar la sombra de Pelé. El argentino fue una figura no solo futbolística, también de resistencia. Mientras Pelé no inspiraba consignas, El Diego influía en ciudades enteras, era héroe más allá de su tierra, un ícono. Ese también es el peso de la grandeza, la trascendencia en el tiempo.
Decía el escritor Eduardo Galeano, sobre Maradona, que “ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol hasta que Diego Armando Maradona lo hizo, y de qué manera lo hizo. El más famoso y más popular de todos los ídolos del fútbol fue quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran ni famosos ni populares, la anónima multitud de jugadores que hacen fútbol en las canchas del mundo”.
Pelusa fue eso que Pelé nunca se atrevió a ser. Más allá de que en la virtud del fútbol, ninguno haya sido tan agraciado como el rey. Así lo describió también Galeano en su libro, El Fútbol a sol y sombra: “Cien canciones lo nombran. A los 17 años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido 20 cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número 1.000 siguió sumando. Jugó más de 1.300 partidos en 80 países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi 1.300 goles. Una vez detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar”.
Pelé fue lo que fue por jugar al fútbol, de ahí se hizo su grandeza. Siempre con la pelota en los pies, así respondía a las críticas: “No creo que pudiera hacer otra cosa. No podía. ¿Es que la dictadura trajo algo bueno? ¿De qué parte estar? Uno se pierde en estas cosas. Soy brasileño y solo quiero lo mejor para Brasil. No era un superhombre. No era milagroso. No era nadie. Era una persona normal a la que Dios le había concedido el don del fútbol”.
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Edson Arantes do Nascimento nunca fue bueno con las palabras, era mejor con la gambeta, el cabezazo y el gol. Y fue Romario el que dijo, molesto por el apoyo del máximo referente del fútbol brasileño a Joseph Blatter en pleno escándalo de corrupción del FIFA Gate, una de las frases que mejor definieron al rey: “Pelé callado es un poeta”. Y era así; Pelé, el más jugador más bonito del fútbol, la verdad absoluta del balompié, fue una leyenda más que, fuera de la cancha, fue una estrella sin brillo. Quedará, eso sí, como testimonio irrebatible, la influencia de sus goles, el peso de su figura, un fenómeno cultural en el país más futbolero del planeta.
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Diego Armando Maradona reconoció varias veces que no se consideraba el mejor jugador de la historia. Él, en Argentina considerado Dios, cuando le preguntaban por Pelé, se quitaba la túnica para investir al que consideraba el mejor futbolista de todos los tiempos. “Maradona es Maradona. Pelé fue el más grande, yo soy un jugador normal”, aseguró Pelusa en una entrevista que le hicieron cuando jugaba en Napoli.
Una vez, Guillermo Coppola, reconocido por ser uno de los mejores amigos de Maradona, contó en una entrevista que durante una gala en Estados Unidos, en la que se reconocía a los mejores atletas de la historia, los organizadores de la ceremonia tenían planeado cerrar el evento con un acto en el que el argentino tomaría de las manos del brasileño el cetro como nuevo rey del fútbol. Y Maradona, ágil y astuto, tras recibir de Pelé el reconocimiento, se lo devolvió en un acto de “humildad”. “El 10″ reconocía con ese gesto que en el fútbol solo había un rey y ese era Edson Arantes do Nascimento.
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Jugando a la pelota, nadie puede cuestionar al rey. Ni siquiera Maradona, el heredero descarado, que siempre reconoció el legado futbolístico sin precedentes del astro brasileño. “Pelé dejó en el fútbol una sabiduría grandísima, fue un fenómeno, fue el más grande, todos lo sabemos”.
Sin embargo, el argentino, tan respetuoso con lo que Pelé hizo en el campo, criticaba las posturas del brasileño afuera de la cancha. “Es el más grande, no tiene que ponerse la corbata americana. Eso es lo que me jode. Yo no lo vi nunca en una reunión de jugadores de fútbol a Pelé, pero sí lo vi en reuniones de FIFA, de empresarios, de americanos, para ver a Clinton, para ir a ver a Bush”, aseguraba Maradona.
Pelé siempre le huyó a la política. De hecho, desde sus tiempos como futbolista, a Pelé siempre se le criticó su pasividad. Nunca fue activo con ninguna causa, ni con la del racismo, como si lo fueron otros grandes como Mohamed Ali, ni con la de las denuncias de las dictaduras latinoamericanas, como sí lo fue Pelusa u otro de los ídolos de Brasil, Sócrates.
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Decía el mediocampista, que además de admirado por su calidad en el campo también lo fue por su activismo fuera de él, que a los jugadores de las míticas selecciones de los años 60′s y 70′s, de las que O rei fue el gran líder alcanzando el tricampeonato mundial, nunca les importó la política: “Eran románticos con el balón en los pies, pero fuera del terreno de juego eran silenciosos”.
¿Por qué Pelé nunca denunció la dictadura militar en Brasil? Porque nunca le interesó. Él jugaba a la pelota y nadie lo ha hecho como él. Era un mago, un espectáculo en sí mismo. Pero cuando guardaba la camiseta, cuando las luces de las gradas se apagaban y el rey descansaba su corona, fuera del fútbol era un apático más.
Por eso nunca le importó, aun a costa del sufrimiento de su propio pueblo, tomarse fotos con los dictadores del gobierno, con Emílio Garrastazu Médici, el más sangriento de los mandatarios del régimen brasileño, que se atribuyó como propio el título del Mundial de 1970. Tampoco le importaba que se le viera con los grandes magnates de la FIFA, como Joao Havelange, de quien se ha conocido con el paso del tiempo su injerencia en profundos y escandalosos sistemas de corrupción. O con todos los presidentes y dirigentes del máximo ente del fútbol, de quien siempre fue aliado a pesar de las denuncias y luchas de los jugadores y sus sindicatos.
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Que una figura como Pelé, con el significado y peso que tiene su legado futbolístico, jamás se haya pronunciado en contra de las violaciones de derechos humanos, de las masacres contra la sociedad brasileña o, incluso, del racismo siempre imperante, son la única contracara de una vida brillante. El otro legado de Pelé, una divinidad jugando a la pelota, pero un desinteresado por las realidades de su contexto, un niño que salió de la extrema pobreza por su talento y se acomodó en las mieles del sistema.
De hecho, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, Pelé ejerció como ministro de deporte en Brasil. Pero, así mismo, el rey del fútbol se tomó después fotos con Lula Da Silva, su gran adversario. Nunca tomó partido, siempre fue una persona que se acomodó al Statu quo.
Y aún a pesar de que siempre buscó que sus relaciones sociales y su imagen fortalecieran sus negocios, O rei no siempre tuvo buena suerte en sus emprendimientos.
Según Celebrity Net Worth, sitio web que brinda estimaciones acerca de los activos totales y las actividades financieras de las celebridades, el patrimonio neto de Pelé supera los cien millones de dólares, explicando que el brasileño fue uno de los jugadores que más incrementó sus ingresos gracias a la publicidad.
Sin embargo, el astro brasileño también hizo inversiones en diferentes empresas que quebraron. Por ejemplo, uno de los casos más sonados, fue cuando inició un negocio con un controvertido inmigrante español llamado José González Ozores, más conocido como Pepe Gordo. Ambos compraron una constructora y una distribuidora de materiales sanitarios que se fue a pique con el paso del tiempo por malos manejos.
Favoreció a Pelé la fuerte imagen que hizo como futbolista, ya que fue ese legado el que le permitió construir su fortuna. Eso era, al final, lo que más le importaba. O rei fue un extraordinario futbolista que será recordado para siempre por sus logros, con el Santos y con Brasil, al que llevó a ganar tres mundiales en 12 años.
Sin embargo, su otro legado, por fuera de las canchas, es opaco. Por eso, la figura de Maradona, que negó ser el más grande toda su vida, logra alcanzar la sombra de Pelé. El argentino fue una figura no solo futbolística, también de resistencia. Mientras Pelé no inspiraba consignas, El Diego influía en ciudades enteras, era héroe más allá de su tierra, un ícono. Ese también es el peso de la grandeza, la trascendencia en el tiempo.
Decía el escritor Eduardo Galeano, sobre Maradona, que “ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol hasta que Diego Armando Maradona lo hizo, y de qué manera lo hizo. El más famoso y más popular de todos los ídolos del fútbol fue quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran ni famosos ni populares, la anónima multitud de jugadores que hacen fútbol en las canchas del mundo”.
Pelusa fue eso que Pelé nunca se atrevió a ser. Más allá de que en la virtud del fútbol, ninguno haya sido tan agraciado como el rey. Así lo describió también Galeano en su libro, El Fútbol a sol y sombra: “Cien canciones lo nombran. A los 17 años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido 20 cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número 1.000 siguió sumando. Jugó más de 1.300 partidos en 80 países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi 1.300 goles. Una vez detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar”.
Pelé fue lo que fue por jugar al fútbol, de ahí se hizo su grandeza. Siempre con la pelota en los pies, así respondía a las críticas: “No creo que pudiera hacer otra cosa. No podía. ¿Es que la dictadura trajo algo bueno? ¿De qué parte estar? Uno se pierde en estas cosas. Soy brasileño y solo quiero lo mejor para Brasil. No era un superhombre. No era milagroso. No era nadie. Era una persona normal a la que Dios le había concedido el don del fútbol”.
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Edson Arantes do Nascimento nunca fue bueno con las palabras, era mejor con la gambeta, el cabezazo y el gol. Y fue Romario el que dijo, molesto por el apoyo del máximo referente del fútbol brasileño a Joseph Blatter en pleno escándalo de corrupción del FIFA Gate, una de las frases que mejor definieron al rey: “Pelé callado es un poeta”. Y era así; Pelé, el más jugador más bonito del fútbol, la verdad absoluta del balompié, fue una leyenda más que, fuera de la cancha, fue una estrella sin brillo. Quedará, eso sí, como testimonio irrebatible, la influencia de sus goles, el peso de su figura, un fenómeno cultural en el país más futbolero del planeta.
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