Pelé, el de los pies planos
El considerado mejor jugador de toda la historia, el que comandó a la poderosa Brasil del Mundial de México 70, está cumpliendo 77 años.
Redacción deportiva - @DeportesEE
Un barrio mísero, un niño jugando a personificar un sueño, pegándole a una pelota de tela con los pies descalzos, en medio de la tierra y uno que otro pedazo de vidrio. Nunca se cortó, tampoco se quejó. Edson, llamado así en honor a Thomas Edison porque el día que nació pusieron la luz en el sector en el que vivía (olvidaron poner la i en el registro notarial), aprendió a dominar el balón con los dos pies porque así lo quiso su padre, porque era la manera de salir de pobres. “Todavía es duro con el pie izquierdo, pero ya lo estamos domando”, repetía su papá cuando alguien se regaba en elogios con el pequeño de 13 años que limpiaba zapatos y trabajaba en una gasolinera para ayudar en su casa.
Edson Arantes do Nascimento se transformó en Pelé cuando, de niño lo ponían a tapar desde un comienzo para que su equipo no comenzara goleando. En ese entonces, el arquero del club en el que jugaba su padre se apodaba Bilé y, simplemente por molestarlo, le empezaron a decir así. Después todo mutaría en Pelé, una palabra sin significado en portugués que él tomó como propia, a regañadientes, para darle valor, para volverla en una de las más populares en Brasil en la década de los 50 y, a la postre, en el mundo entero.
Debutó con Santos el 7 de septiembre de 1956, con 16 años, en un partido contra Corinthians, cuando este apenas era un pequeño equipo de los suburbios de Sao Paulo. Unos minutos en cancha y Pelé marcó su primer gol y el grito seco de la hinchada hizo entender que había que darle más tiempo en cancha por encima de Emanuel Del Vecchio y Válter Vasconcelos.
Su talento de innovar le permitió hacer de las cosas imposibles hechos reales. En el Mundial de Suecia 58 por poco queda por fuera del equipo tras un informe médico en el que se explicaba, de manera detallada, cómo el joven de 17 años no podía estar en la nómina por tener el pie plano. Brasil era apático y necesitaba de alguien extrovertido y, para su fortuna, pudo contar con dos en el encuentro contra Gales en los cuartos de final. Pelé y su misión de sumar goles, Garrincha y su manera de enganchar.
Pelé fue magia y destreza, fuerza y velocidad, fue imaginación, pues vio el fútbol como nadie lo había hecho, con la clarividencia del que entiende el deporte como si lo hubiera inventado, como si la reglas fueran suyas. Entendió que una pared era más efectiva que correr, en México 70, cuando el cuerpo ya no daba y la mente seguía desbocada. No lo pudieron controlar con doble marca, ni siquiera con tres. Quedará la historia de los ingleses que se ufanaron por molerlo a patadas y puñetazos cuatro años antes como único camino para detenerlo, para mermarlo, para sacarlo de combate, para, literalmente, acabarlo y humillarlo. Para poder ser campeones del mundo.
Se retiró en 1977 con el honor de haber levantado la Jules Rimet como el comandante del mejor equipo de todos los tiempos, del onceno que agotó adjetivos, del hombre que supo convertirse en espectáculo. Del superpoderoso Brasil. Dos títulos mundiales, 12 del torneo paulista y una marca de 1284 goles, el registro del brasileño que este lunes cumplió 77 años, del futbolista que a pesar de los achaques de la salud nos sigue demostrando, con su simple existencia, que hubo una vez en la que el fútbol era tan imponente, tan absoluto, que la única manera de describirlo era con dos palabras: Joga Bonito. Porque de vez en cuando es bueno retroceder y que el tiempo nos lleve a momentos siempre anhelados.
Un barrio mísero, un niño jugando a personificar un sueño, pegándole a una pelota de tela con los pies descalzos, en medio de la tierra y uno que otro pedazo de vidrio. Nunca se cortó, tampoco se quejó. Edson, llamado así en honor a Thomas Edison porque el día que nació pusieron la luz en el sector en el que vivía (olvidaron poner la i en el registro notarial), aprendió a dominar el balón con los dos pies porque así lo quiso su padre, porque era la manera de salir de pobres. “Todavía es duro con el pie izquierdo, pero ya lo estamos domando”, repetía su papá cuando alguien se regaba en elogios con el pequeño de 13 años que limpiaba zapatos y trabajaba en una gasolinera para ayudar en su casa.
Edson Arantes do Nascimento se transformó en Pelé cuando, de niño lo ponían a tapar desde un comienzo para que su equipo no comenzara goleando. En ese entonces, el arquero del club en el que jugaba su padre se apodaba Bilé y, simplemente por molestarlo, le empezaron a decir así. Después todo mutaría en Pelé, una palabra sin significado en portugués que él tomó como propia, a regañadientes, para darle valor, para volverla en una de las más populares en Brasil en la década de los 50 y, a la postre, en el mundo entero.
Debutó con Santos el 7 de septiembre de 1956, con 16 años, en un partido contra Corinthians, cuando este apenas era un pequeño equipo de los suburbios de Sao Paulo. Unos minutos en cancha y Pelé marcó su primer gol y el grito seco de la hinchada hizo entender que había que darle más tiempo en cancha por encima de Emanuel Del Vecchio y Válter Vasconcelos.
Su talento de innovar le permitió hacer de las cosas imposibles hechos reales. En el Mundial de Suecia 58 por poco queda por fuera del equipo tras un informe médico en el que se explicaba, de manera detallada, cómo el joven de 17 años no podía estar en la nómina por tener el pie plano. Brasil era apático y necesitaba de alguien extrovertido y, para su fortuna, pudo contar con dos en el encuentro contra Gales en los cuartos de final. Pelé y su misión de sumar goles, Garrincha y su manera de enganchar.
Pelé fue magia y destreza, fuerza y velocidad, fue imaginación, pues vio el fútbol como nadie lo había hecho, con la clarividencia del que entiende el deporte como si lo hubiera inventado, como si la reglas fueran suyas. Entendió que una pared era más efectiva que correr, en México 70, cuando el cuerpo ya no daba y la mente seguía desbocada. No lo pudieron controlar con doble marca, ni siquiera con tres. Quedará la historia de los ingleses que se ufanaron por molerlo a patadas y puñetazos cuatro años antes como único camino para detenerlo, para mermarlo, para sacarlo de combate, para, literalmente, acabarlo y humillarlo. Para poder ser campeones del mundo.
Se retiró en 1977 con el honor de haber levantado la Jules Rimet como el comandante del mejor equipo de todos los tiempos, del onceno que agotó adjetivos, del hombre que supo convertirse en espectáculo. Del superpoderoso Brasil. Dos títulos mundiales, 12 del torneo paulista y una marca de 1284 goles, el registro del brasileño que este lunes cumplió 77 años, del futbolista que a pesar de los achaques de la salud nos sigue demostrando, con su simple existencia, que hubo una vez en la que el fútbol era tan imponente, tan absoluto, que la única manera de describirlo era con dos palabras: Joga Bonito. Porque de vez en cuando es bueno retroceder y que el tiempo nos lleve a momentos siempre anhelados.