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Un golazo de falta directa de Dani Parejo en el tramo final del partido provocó otra frustración esta temporada para el Atlético de Madrid, mejor que su rival en el primer tiempo, pero flojo cuando replegó líneas con ventaja en el marcador y luego tras empate cuando jugaba con diez, por la lesión en el tobillo de Joao Félix.
Sin embargo, el defensa colombiano Santiago Arias, relegado al banquillo en buen número de partidos este semestre, tuvo una destacada actuación. Fue sólido a la hora de defender, impasable por su sector y solidario para ayudar a sus compañeros. También fue eficiente cuando acompañó los ataques e incluso tuvo opciones de anotar. El lateral antioqueño parece haber recuperado su mejor dorma física y futbolística, por lo que seguramente regresará a las convocatorias de Carlos Queiroz en la selección de Colombia, especialmente tras los problemas que mostró la zaga tricolor en el duelo amistoso que perdió ante Argelia 3-0, el pasado martes.
Pero en el aspecto colectivo el resultado multiplica las dudas del conjunto rojiblanco, ganador de apenas uno de sus últimos seis encuentros de la Liga, mientras acumula empates casi sin pausa, y que rearma aún más al Valencia, superado en el primer tiempo, rehecho en el segundo e invicto en las cinco citas más recientes de la Liga Santander.
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Y genera más debate con el estilo del Atlético. Porque el diseño de la plantilla dibuja en la mente de muchos otras perspectivas y muchas posibilidades, quizá, pero sobre todo porque los resultados son, ni se acercan, a todo lo que se espera. Cuatro victorias en nueve jornadas saben a muy poco. A casi nada. A decepción.
Es la exigencia histórica, interrumpida por algunos lapsus, que tiene el conjunto rojiblanco, antes, durante y después de Diego Simeone. "Ganar, ganar y volver a ganar". En esas circunstancias, no hay argumento más irrebatible para un estilo, sea cual sea, que la victoria. La derrota no la sostiene ni siquiera el mejor fútbol. Es el 'resultadismo' con el que convive invariablemente hoy el juego.
Y en tal panorama, el empate contra el Valencia, por más que el primer tiempo del Atlético fue tan potente como convincente, ni restituye la confianza ni vale para mucho más que la reflexión, aunque este sábado con una diferencia, por ejemplo, respecto a los últimos 0-0 con el Celta, con el Real Madrid o con el Valladolid. Este sábado salió de verdad a ganar desde el principio, sin especular con el esfuerzo o el respeto, con la determinación de tal empresa.
Antes del 1-0 en el minuto 36, un penalti transformado por Diego Costa por una mano de Denis Cheryshev que necesitó la revisión televisiva sobre el césped del propio árbitro -también el público tuvo la oportunidad de verla en los vídeo marcadores y expresar su certeza por la claridad de la acción-, el Atlético jugó para ganar en campo contrario, con muchos centros y alguna ocasión.
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Hubo presión alta; un ritmo intenso; buenas jugadas colectivas, como la finalizada por Saúl Ñíguez unos centímetros fuera, la que terminó Morata en las manos de Cillesen o la que definió desviado Diego Costa; más participación de Joao Félix, muy activo, y mucha insistencia arriba del Atlético hasta que estrenó el marcador.
También alguna respuesta más esporádica del Valencia, preparado para el contragolpe y para la ofensiva por las bandas, defendidas con solvencia por la derecha por Santiago Arias y por la izquierda por Mario Hermoso, la sorpresa del once, y atento a cada error rojiblanco, pero sin profundidad ni pegada. En 45 minutos, un tiro de Cheryshev.
Aún le quedaba el segundo tiempo al Valencia... Y al Atlético, que, fiel también a su estilo actual, recurrió un rato de nuevo a esa predisposición que siente cuando tiene una ventaja en el marcador de defenderla más resguardado en su territorio a la espera del contragolpe certero y definitivo para cerrar el duelo.
No lo encontró, porque el Valencia ya no era el equipo que había esperado en el primer tiempo su ocasión al contraataque, al error ajeno o a alguna individualidad, sino que había dado un paso más, el mismo quizá que había concedido el propio bloque rojiblanco.
El Valencia fue el que jugó entonces en campo contrario, el que manejó la pelota y el que insistió en ataque, también obligado por la derrota parcial, mientras la diferencia se movía en una línea tan fina como el larguero que repelió el remate de Denis Cheryshev a pase de Maxi Gómez, más rotundo que su marcador José María Giménez.
Y, cuando el Atlético había respondido con unas líneas más altas y con un control más claro del partido, perdió a Joao Félix, dañado en su tobillo, que se fue cojeando al vestuario, tras ser atendido y sin cambios posibles, y su ventaja, con un golazo de falta de Parejo al que no llegó ni siquiera Oblak. Y gracias, porque el portero evitó luego la derrota, con otra mano prodigiosa de nuevo a Parejo.