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El tiempo pasa de forma decidida e implacable, no importa lo que hagamos. Algunos dirán que recuerdan aquel día, 16 de octubre de 2004, como si hubiera sido ayer, y habrá quienes preferirán no recordarlo, para no traer a su mente aquellos días que fueron mejores y más coloridos. Habrá quienes prefieran olvidarlo para siempre, desterrándolo de sus mentes y enterrándolo en un lugar lejano e ignoto, y los que querrán viajar en el tiempo y permanecer allí, ocultos, para siempre.
Lionel Andrés Messi se paró junto al cuarto árbitro a esperar su ingreso, mirando con rostro ceñudo hacia el campo, al verde, pulido y bien cortado césped del Estadio Lluís Companys, del RCD Espanyol, con los brazos como jarras, mientras Deco, ahora director deportivo del equipo blaugrana, se acercaba con paso vacilante a darle el permiso para jugar con un abrazo cariñoso, muy parecido al que dos hermanos se dan cuando creen que no se volverán a ver en un largo tiempo.
Fue un momento corto pero emotivo. Deco miró a lo lejos al joven Leo, con sus ojos altivos y orgullosos, llenos de ganas, y fue caminando con parsimonia a su encuentro, satisfecho por el gol convertido al minuto nueve del partido, con un disparo violento desde afuera del área, que terminó dándole la victoria a su equipo esa tarde.
Transcurría el minuto 82. Así que el portugués, estratégico, no se apuró, ni siquiera cuando vio al argentino tratando de entrar a trompicones al campo para ocupar su lugar. Fue una transición fetén. Lenta y ceremoniosa. Inolvidable para algunos y odiosa para muchos. A los 17 años, tres meses y 22 días, Lionel Messi, sin saber que se convertiría en el máximo ídolo de Barcelona, ignorando los ocho Balones de Oro que conseguiría, las seis Botas de Oro que conquistaría y los 672 goles que marcaría con el equipo culé en las 17 temporadas en las que vestiría la camiseta; entró al campo de juego con pisadas firmes y un trote distinto al de los demás, más mágico y ligero.
La Pulga jugó solo los últimos ocho minutos del partido, con el número 30 en la espalda, y con la convicción y la energía de un gladiador que corre hacia la batalla sin temer por su vida, confiando en que alguien superior a él lo cuida desde la oscuridad. Escrutó de lejos el número 10 en la espalda de Ronaldinho, sin saber que solo se la estaba guardando para los años venideros, y disfrutó del momento. Todo esto mientras Frank Rijkaard, entrenador del equipo, lo miraba a la distancia, orgulloso e ignorante de lo que acababa de crear.
Hoy se cumplen 20 años de aquel momento que marcó la historia del fútbol moderno, y que presentó, de forma sutil y silenciosa, a uno de los mejores jugadores de la historia de este deporte. Uno de los jugadores más laureados del fútbol y uno de los más queridos y admirados.
🥹 Hoy hace 20 años del debut de Messi con el Barça.
— FC Barcelona (@FCBarcelona_es) October 16, 2024
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