Se cumplen 25 años del único triplete que ha marcado un portero

Colombia conoce bien a José Luis Chilavert. Lo conoció una tarde fresca, en Asunción, bajo el barullo incesante de los fanáticos paraguayos. Fue en un partido de eliminatorias rumbo a la Copa del Mundo de Italia 1990, en un duelo difícil pero divertido.

La tricolor venía de ganarle a Ecuador en Barranquilla con un plantel conformado, en su mayoría, por los jugadores que habían ganado la Copa Libertadores con Atlético Nacional unos meses antes. Se sentían poderosos e invencibles, pero en el estadio Defensores del Chaco no todo salió como ellos lo habían planeado.

Al minuto 90, José Luis Chilavert agarró el balón con los guantes y lo colocó en el punto de penalti, lleno de confianza; miró de reojo a René Higuita, por un segundo, para leer sus pensamientos, y le dio la victoria a Paraguay con el que fue el primer gol de su carrera.

Si, Colombia conoce muy bien a José Luis Chilavert, porque 11 años después de lo sucedido en Asunción viajó a Bogotá y le marcó un gol inolvidable a la selección de Colombia de tiro libre. La barrera se ubicó, como de costumbre, donde Oscar Córdoba quiso, pero el paraguayo ni siquiera los miró.

Chilavert se paró enfrente del balón, tomó tres pasos de distancia cuando el árbitro indicó que podía patear, y con una curva impecable marcó el segundo de Paraguay, en el Estadio Nemesio Camacho el Campín, mientras lo observaban, atónitas, 40.000 personas.

Si alguien hubiera dicho, antes del 28 de noviembre de 1999, que un portero marcaría un triplete, la gente lo habría llamado loco. El mundo entero lo habría apartado como a un leproso. Hoy sabemos que habría sido un profeta, porque ese día de 1999 José Luis Chilavert, ‘El Bulldog’, marcó el primer y único Hat-Trick que ha marcado un portero hasta ahora. La gente ya ni siquiera se sorprendía al verlo marcar.

Ese día mereció haber sido alabado con gritos y cantos, mereció ser alzado por sus compañeros hasta el estacionamiento, y ser conducido a su casa entre abrazos y apretones de manos. Chilavert dejó al Zaragoza en 1991 para ir a Vélez Sarsfield, luego de tres años y ningún título con el club español.

El Fortín lo cuidó, lo mimó y lo convirtió en un arquero ganador de títulos. Lo convirtió en un ídolo. Le concedió la inmortalidad. En 1999, el 28 de noviembre, Vélez enfrentó a Ferro en un partido que terminó en una goleada 6-1 a favor del equipo de Chilavert. El guaraní ya era el favorito del entrenador Julio César Falcioni para patear los balones detenidos en ese momento; así que cuando cayó la primera falta en el área, José Luis ni siquiera preguntó si podía patear, como sí lo hizo contra Colombia en 1989.

Agarró la pelota con firmeza y no miró a nadie, y nadie lo cuestionó. Fue un asunto de rutina. Algo repetitivo. Cuando marcó el segundo sintió un leve escalofrío, su pecho se infló, era cómo convertirse, por un momento, en un delantero puro, en un carroñero del área rival; y muchos creerían que cuando se pitó el tercer penal él se sintió nervioso, pero la verdad es que no.

El tiempo se paralizó cuando empezó a caminar hacia la pelota, y el clima sí sufrió una ligera depresión, pero pateó como siempre, sin escrúpulos, como si se hubiera tratado de un entrenamiento. La pelota rebotó en el poste superior, tímida pero obediente, y al final, como para no aguarle la fiesta a Chilavert y a los hinchas de Vélez, se decidió a concederle la legendaria hazaña al arquero, que marcó 62 goles en toda su carrera.

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