Tabárez recuperó la grandeza de la selección de Uruguay
Por tercera vez consecutiva el seleccionado charrúa superó la fase de grupos de un Mundial y enfrenta a Portugal por un cupo a los cuartos de final.
Jesús de la Hoz - Enviado especial Rusia
En el estadio Fischt de Sochi, todas las cámaras, los focos y las miradas se posan en las figuras uruguayas, Édinson Cavani y Luis Suárez. Uno que otro lente desvía su atención a Fernando Muslera, José María Giménez o Diego Godín. Todos trabajan con un solo objetivo en mente: Portugal, seleccionado que es su rival en octavos de final de la Copa del Mundo (1:00 p.m.). Pero en la sombra de la tribuna occidental del escenario deportivo, por el camino hacia los camerinos, hay un hombre que mira atentamente a todos los futbolistas con el ceño fruncido, rara vez esboza una sonrisa. Hace muchos movimientos con las manos y de su garganta salen órdenes para los jugadores, se trata de Óscar Washington Tabárez. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
El entrenador, con un bastón en su mano derecha por la dificultad que tiene para caminar, no hace recorridos largos. En ese sentido más bien es pausado. Esa imagen es el resumen de una de sus mayores virtudes: la tenacidad. Sin importar los problemas que lo agobian, siempre ha salido adelante con dignidad y aplomo. Por eso cuando le habla a un futbolista, sus consejos se cumplen al pie de la letra. La experiencia no se improvisa y en la figura de Tabárez la enaltece una carrera como técnico llena de logros, entre los que sobresalen el título de la Copa Libertadores con Peñarol (1987), el de la Liga de Argentina con Boca Juniors y cuatro Mundiales, todos con la selección celeste.
En 1990 dirigió por primera vez al equipo nacional uruguayo. Llegó después de haber comandado al Danubio, Montevideo Wanderers, Peñarol y el Deportivo Cali. Además fue técnico de la selección sub-20. Ya en su palmarés sobresalía la Copa Libertadores, que logró de manera agónica contra América de Cali. En el Mundial de Italia llegó a octavos de final, en los que cayó frente a Italia. Salió en el 91 para hacerse cargo de Boca Juniors y por 11 años continuó desempeñándose como entrenador de clubes. Hasta que Uruguay lo llamó en 2006, después de perderse el Mundial. (Lea: El alma del fútbol: Uruguay ya está en octavos de final de Rusia 2018)
Llegó con una idea clara: “un proyecto de institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de formación de futbolistas”. Su petición fue precisa. Quería que le permitieran aplicar toda la investigación que había hecho. Y no era para nada descabellado, pues en los últimos 16 años la participación internacional del cuadro charrúa había sido limitada. Asistieron únicamente a dos campeonatos del mundo (1990 y 2002) y en las Copas América ganaron la de 1995 y fueron finalistas en la de 1999, por lo que el método de entrenamiento de los seleccionados estaba pidiendo un cambio a gritos.
Tabárez se encargó de mejorar las instalaciones del Complejo, el sitio de entrenamiento de los combinados uruguayos, conocido como el “Centro de Bajo Rendimiento” por los jugadores, que se quejaban del frío y los colchones. Mediante acuerdos comerciales logró una transformación completa, que sirvió en parte para dejar de lado la crisis que tenía Uruguay con su selección. Desde su llegada puso la casa en orden. De inmediato se vieron los resultados: hizo que la celeste se clasificara a los campeonatos mundiales de Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018. En el Continente Negro llegó hasta semifinales y en 2011 ganó la Copa América. (Puede leer: “Maestro” Tabárez augura un Mundial con sorpresas)
La preocupación de Tabárez no sólo se centró en el primer equipo sino en las categorías menores. El respeto es la base fundamental de todo el proceso: respeto al grupo, a la nación y al rival. También insistió en una educación integral, contrató psicólogos y un trabajador social para estar pendiente de cada uno de los jóvenes que integraban las categorías menores del seleccionado.
Su trabajo, su esfuerzo y dedicación lo llevaron a que un equipo histórico, con dos mundiales ganados, en 1930 y 1950, volviera a brillar. Lo sacó de sus horas grises. Sin embargo, aunque algunos quieran meterle favoritismo en Rusia, él se toma las cosas con calma: “Vamos paso a paso. El camino es largo y se vienen encuentros difíciles. Queremos jugar los siete partidos. Tengo un plantel motivado, afianzado, tranquilo y todos con perfil bajo, como siempre lo han sido”, dijo. (Le puede interesar: Así quedaron las llaves de octavos de final del Mundial de Rusia 2018)
En el estadio Fischt de Sochi, todas las cámaras, los focos y las miradas se posan en las figuras uruguayas, Édinson Cavani y Luis Suárez. Uno que otro lente desvía su atención a Fernando Muslera, José María Giménez o Diego Godín. Todos trabajan con un solo objetivo en mente: Portugal, seleccionado que es su rival en octavos de final de la Copa del Mundo (1:00 p.m.). Pero en la sombra de la tribuna occidental del escenario deportivo, por el camino hacia los camerinos, hay un hombre que mira atentamente a todos los futbolistas con el ceño fruncido, rara vez esboza una sonrisa. Hace muchos movimientos con las manos y de su garganta salen órdenes para los jugadores, se trata de Óscar Washington Tabárez. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
El entrenador, con un bastón en su mano derecha por la dificultad que tiene para caminar, no hace recorridos largos. En ese sentido más bien es pausado. Esa imagen es el resumen de una de sus mayores virtudes: la tenacidad. Sin importar los problemas que lo agobian, siempre ha salido adelante con dignidad y aplomo. Por eso cuando le habla a un futbolista, sus consejos se cumplen al pie de la letra. La experiencia no se improvisa y en la figura de Tabárez la enaltece una carrera como técnico llena de logros, entre los que sobresalen el título de la Copa Libertadores con Peñarol (1987), el de la Liga de Argentina con Boca Juniors y cuatro Mundiales, todos con la selección celeste.
En 1990 dirigió por primera vez al equipo nacional uruguayo. Llegó después de haber comandado al Danubio, Montevideo Wanderers, Peñarol y el Deportivo Cali. Además fue técnico de la selección sub-20. Ya en su palmarés sobresalía la Copa Libertadores, que logró de manera agónica contra América de Cali. En el Mundial de Italia llegó a octavos de final, en los que cayó frente a Italia. Salió en el 91 para hacerse cargo de Boca Juniors y por 11 años continuó desempeñándose como entrenador de clubes. Hasta que Uruguay lo llamó en 2006, después de perderse el Mundial. (Lea: El alma del fútbol: Uruguay ya está en octavos de final de Rusia 2018)
Llegó con una idea clara: “un proyecto de institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de formación de futbolistas”. Su petición fue precisa. Quería que le permitieran aplicar toda la investigación que había hecho. Y no era para nada descabellado, pues en los últimos 16 años la participación internacional del cuadro charrúa había sido limitada. Asistieron únicamente a dos campeonatos del mundo (1990 y 2002) y en las Copas América ganaron la de 1995 y fueron finalistas en la de 1999, por lo que el método de entrenamiento de los seleccionados estaba pidiendo un cambio a gritos.
Tabárez se encargó de mejorar las instalaciones del Complejo, el sitio de entrenamiento de los combinados uruguayos, conocido como el “Centro de Bajo Rendimiento” por los jugadores, que se quejaban del frío y los colchones. Mediante acuerdos comerciales logró una transformación completa, que sirvió en parte para dejar de lado la crisis que tenía Uruguay con su selección. Desde su llegada puso la casa en orden. De inmediato se vieron los resultados: hizo que la celeste se clasificara a los campeonatos mundiales de Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018. En el Continente Negro llegó hasta semifinales y en 2011 ganó la Copa América. (Puede leer: “Maestro” Tabárez augura un Mundial con sorpresas)
La preocupación de Tabárez no sólo se centró en el primer equipo sino en las categorías menores. El respeto es la base fundamental de todo el proceso: respeto al grupo, a la nación y al rival. También insistió en una educación integral, contrató psicólogos y un trabajador social para estar pendiente de cada uno de los jóvenes que integraban las categorías menores del seleccionado.
Su trabajo, su esfuerzo y dedicación lo llevaron a que un equipo histórico, con dos mundiales ganados, en 1930 y 1950, volviera a brillar. Lo sacó de sus horas grises. Sin embargo, aunque algunos quieran meterle favoritismo en Rusia, él se toma las cosas con calma: “Vamos paso a paso. El camino es largo y se vienen encuentros difíciles. Queremos jugar los siete partidos. Tengo un plantel motivado, afianzado, tranquilo y todos con perfil bajo, como siempre lo han sido”, dijo. (Le puede interesar: Así quedaron las llaves de octavos de final del Mundial de Rusia 2018)